Raphael Bergoeing: “El crecimiento es condición necesaria para alcanzar el desarrollo, pero no suficiente”
Desde la academia, concretamente del Departamento de Economía de la Universidad Diego Portales, Raphael Bergoeing, aborda cómo ha ido mutando el concepto de desarrollo que hace unos años parecía sinónimo solo de crecimiento.
¿Hay un correlato entre desarrollo y crecimiento?
-Nosotros los economistas asociamos desarrollo económico con un nivel de ingreso (Producto Interno Bruto, PIB) per cápita, no porque sea una medida perfecta de bienestar social, sino porque está directa y positivamente correlacionado con muchas variables que nos parecen relevantes como expectativa de vida, mayores salarios, mejor educación, más infraestructura, mejores pensiones. Estoy diciendo que los países con per cápita más alto en una gran mayoría, salvo pocas excepciones, tienen también esas otras métricas. En los datos, la evidencia es clara: mayor crecimiento está asociado con el acceso generalizado a bienes y servicios fundamentales para el bienestar.
¿Puede haber crecimiento y no desarrollo?
-Conceptualmente, podemos imaginar un país que crece sin distribuir adecuadamente los mayores recursos disponibles. Pero en la práctica, los países con mayor PIB per cápita tienen mayores niveles de felicidad autorreportada y mejores condiciones de vida. Es que el mayor crecimiento en el tiempo está asociado con mayor productividad y, de hecho, los países avanzados trabajan menos que nosotros, liberando tiempo para ocio; e invierten menos que nosotros, liberando recursos para el consumo. Pero desde la mirada económico-técnica, hoy más que antes, entendemos que el crecimiento es condición necesaria para alcanzar el desarrollo, pero no suficiente. Sabemos que con puro crecimiento no se alcanza un desarrollo sostenible, pero tampoco hay país alguno en el mundo que se defina como desarrollado que no tenga tasas razonables de crecimiento.
¿Qué más faltaría?
-Durante la última década hemos ido poniendo el foco para definir desarrollo en otras variables u objetivos que no estaban históricamente presentes en la discusión, como el respeto por el medioambiente, porque un país que crece mucho, pero no resguarda sus recursos, no dejará a las futuras generaciones un país mejor, y la distribución de ingresos.
¿Por qué la distribución de ingresos influye en el desarrollo?
-En las últimas dos décadas, muy motivado por Piketty, y por lo que ha sucedido en EE.UU., donde la distribución de ingresos no ha mejorado y la última generación de ingresos medio bajos está peor que sus padres, el mundo académico se ha puesto a mirar esta variable de manera más profunda. Y hemos encontrado evidencia estadística que demuestra que los países muy desiguales tienen más dificultades para crecer rápido y, por ende, para alcanzar estos niveles que definimos como de desarrollo alto.
¿Cuál es esa barrera que coloca la desigual distribución de los ingresos al desarrollo?
-Porque implica niveles de educación primaria de mala calidad y si la educación está mal distribuida, solo unos pocos pueden contribuir al proceso productivo, porque presenta más falta de cohesión social y, por ello, son menos estables en términos agregados. Al final, en un contexto moderno, les dificulta tener inversión de largo plazo y alcanzar mayores niveles de ingreso.
Respecto de las mediciones, Bután ha llamado la atención por su índice de felicidad. ¿Se debe ampliar la mirada sobre cómo medir el desarrollo?
-No hay que olvidar que el objetivo primero de la economía es mejorar el bienestar de la sociedad, y eso está asociado con la calidad de vida o niveles de felicidad, distintas maneras de aproximar el mismo concepto. La convención es utilizar el PIB per cápita, porque es una variable simple de calcular y comparable entre países, pero en la medida que hemos ido sofisticando nuestros sistemas de medición, se empieza a complementar la mirada con otros elementos relevantes para una mejor lectura de lo que queremos capturar. No hay para qué ir a Bután, donde tienen un ministro de la felicidad y uno podría pensar que es una anomalía, hay otras experiencias igualmente importantes.
¿Cómo cuáles?
-Está el caso de Chile, que pasó de una definición de pobreza exclusivamente basada en ingresos a una multidimensional. O el caso de Francia, que hace 10 años generó un equipo de trabajo para ampliar las variables para definir desarrollo más allá del PIB. El PIB no va a ser superado sino que complementado con otros. Lo ideal es que cada país, cuando defina sus niveles de bienestar, lo haga con una métrica comparable, estandarizada para que todos miremos por la misma ventana, hablando metafóricamente. Hay que usar el mismo lenguaje para facilitar la coordinación, porque muchos desafíos no dependen de un país, sino de todos como el medioambiente.
¿En qué parámetros debiera poner el acento nuestro país?
-En la inclusión productiva mediante el acceso generalizado a una buena educación es un imperativo. El que hoy en Chile unas pocas empresas, en unos pocos sectores y en unas pocas regiones expliquen la mayor parte de la producción, es una limitación para recuperar tasas de crecimiento sostenidamente mayores. Y modernizar el Estado sigue siendo el gran desafío pendiente en nuestro país. Debería ser motivo de vergüenza que aún no tengamos un sistema explícito y estructurado de evaluación de políticas públicas.