El año pasado, tras el complejo escenario político/social que enfrentamos como país desde el 18 de octubre de 2019 y en medio de una pandemia que azotó a las economías del planeta, el informe de competitividad mundial ubicó a Chile segundo en una de sus categorías.
¿Cuál fue esa categoría? ¿Quiénes fueron los actores que llevaron a nuestro país a ubicarse, de forma inédita y a pesar de las circunstancias, en la vanguardia de ese ranking económico mundial? Nuestros emprendedores. En 2020 dicho informe ubicó a nuestro país segundo a nivel mundial en actividad emprendedora en su etapa inicial.
La tecnología ha cambiado (y seguirá cambiando) las industrias más importantes del mundo de hoy, llevándonos a una verdadera revolución en la manera de crear empresas, donde el mayor acceso a información y datos permite comprender y adelantarse a las necesidades de la comunidad, y los productos se desarrollan de forma más eficiente, gracias a los ecosistemas colaborativos en los que se encuentran inmersos los emprendedores de hoy y que son claves para el éxito de los distintos proyectos.
Pero existe otro factor, que creo más determinante aún y que se está transformando en el sello que hace que distintos emprendimientos chilenos hayan alcanzado el interés de los principales inversionistas del mundo: el propósito social.
Cada vez son más las empresas que, usando las tremendas oportunidades que entrega la tecnología, buscan poner fin a la pobreza, mejorar la educación, preservar el medio ambiente o combatir la desigualdad, entre otros fines sociales. Cada vez son más los emprendedores cuyas decisiones en torno a su modelo de negocios se fundan primero en el propósito social y luego en la rentabilidad, siendo la segunda consecuencia de la primera, y no al revés.
En Chile existe una deuda con la filantropía. Se lleva años hablando de simplificar el sistema de donaciones vigente en nuestro país, buscando mecanismos para incentivarlas en lugar de limitarlas, como hace el complicado marco legal que las rige hoy en día, pero en el intertanto de esta discusión que se ha librado por largo tiempo en el ambiente parlamentario y académico, han sido los emprendedores quienes han decidido “tomar el toro por las astas” y a través de sus proyectos, desarrollar un rol social, que nadie se los ha exigido, pero que ellos entienden como un elemento esencial de sus negocios.
Nuestros emprendedores pertenecen a una generación que, deliberadamente, ha puesto a la persona en el centro. Ha visto sus necesidades y ha tratado de “igualar la cancha”, hacia un mundo donde importe menos el donde naciste y más los méritos personales y también se han visto beneficiados por una externalidad positiva de la pandemia, donde se democratizó el acceso a las oportunidades, posibilitando que quienes emprendemos en este apartado rincón del planeta podamos, gracias a la tecnología, empezar una empresa, expandirla a otros países y levantar capitales de los fondos más grandes del mundo, con una facilidad impensada antes de los tiempos de la masificación de Zoom y las reuniones virtuales.
El emprendedor chileno ha podido romper las barreras geográficas y ha alcanzado un prestigio en el extranjero que ha llevado a que se diga que nuestro país se ha transformado en terreno fértil para empresas que han logrado, con éxito, posicionarse en el difícil mundo del Venture Capital. Eso no se puede perder. Está en nosotros mantenerlo y seguir creando compañías innovadoras, escalables y, sobre todo, con un propósito social claro.
Se dice que en los próximos 10 años el mundo va a cambiar más que en los últimos 10.000. ¿Estaremos preparados para eso en el Chile de 2030? Yo soy optimista. Creo que sí y que cuando miremos en 5 o 10 años más hacia atrás para ver a las compañías que cambiaron el mundo y lo hicieron un mejor lugar para vivir, no tengo dudas de que más de una de ellas será chilena.
El autor es Cofundador y CEO de Betterfly