El escenario económico local y mundial es, sin rodeos, malo. Dólar sobre $700 y con posibilidad de elevarse a $760, futura caída en la demanda doméstica y externa causada por el trade war de US y China, el incremento del gasto fiscal chileno buscando rebalancear nuestra débil economía, caída de la inversión en bienes de capital y una reforma tributaria que no impactará positivamente para el 2020. También está la entrada en vigor para los bancos de Basilea 3, que provocará una contracción de la oferta de crédito; matriz productiva cobre dependiente en un país con una esperanza de vida sobre los 85 años y con jóvenes que no se casan y que no desean tener más de uno o dos hijos.
A esto hay que agregarle un país donde las decisiones de inversión de los family offices chilenos -que debieran ser el oráculo hacia donde va la economía- están focalizadas principalmente, en bienes raíces y en bonos del tesoro americano. En otras palabras, en preservar la riqueza, cuidarla y no en incrementarla o generar nuevas oportunidades a través de la innovación y emprendimiento.
Pareciera que no hay donde esconderse. Esa es la sensación de muchos pequeños y medianos empresarios cuando conversamos , aunque no dejan de ser optimistas, el día a día los agota, lesiona sus voluntades y los hace dudar. Pero ser empresarios les ha enseñado que muchas derrotas que se afrontan con hidalguía son en realidad victorias. Han aprendido a perder con optimismo y así volver a empezar porque por sobre sus empresas, sus clientes y sus bienes, están sus sueños de ver un país grande y próspero.
Basta con mirar el barrio. Nos entristece la debilitada situación económica de Argentina, Venezuela y Cuba. Lo curioso es que hace 50 años estas economías eran las mas ricas de la región. Icluso, el ingreso per cápita de Cuba era cuatro veces el de España. ¿Qué pasó entonces? Simple, se perdió el foco en el empresario y se priorizó al Estado. Debemos recuperar su confianza, ayudarlos a pensar sin dudas. En fortalecer el optimismo en sus decisiones y volverlos al centro del mercado, son ellos los llamados a generar la movilidad social y los cambios del futuro. Son ellos los motores de la economía a través del empleo, la inversión y los salarios, quienes además se juegan la vida en el ruedo, en cada pagaré que firman en sus bancos, en cada máquina que compran y en cada trabajador que contratan. Son la piedra que edifica las economías del mundo. Lo han sido por años y lo seguirán siendo.