Crítico. Esa es la mejor definición que se puede utilizar para describir al académico de la UCLA, Sebastián Edwards. Sus dardos apuntan, principalmente, a la élite, a la que responsabiliza del descontento ciudadano que se fue incubando durante la última década y que explotó el 18 de octubre. Si bien afirma que la desigualdad en términos de como la miden los economistas ha caído, no ha sido así con la desigualdad horizontal o de trato, la que para muchos ha aumentado. También sostiene que la desaceleración del crecimiento contribuyó, "sin duda", a la gran frustración que está en el trasfondo de la crisis. "Menor crecimiento significa aumentos de salarios más lentos, y ello lleva a aspiraciones no cumplidas", puntualiza. Considera que es importante avanzar hacia una nueva Constitución, pero advierte enfático sobre el "gran peligro" que encierra dicho proceso: el eventual desengaño de la población respecto de lo que realmente se pueda lograr.
Se completaron más dos meses desde el estallido ciudadano y si bien el gobierno ha realizado anuncios como la agenda social y el inicio de un proceso constitucional, las manifestaciones continúan. Dada la distancia ya del 18 de octubre, y puesto en perspectiva, ¿cuál cree usted que fue el detonante o fue una sumatoria de factores?
-Aquí fallaron todos. Pero más que el Estado o el mercado, la que falló fue la élite. Tanto la élite política como la empresarial y la intelectual. Hubo indolencia y complacencia por parte de todos. Se pensó que porque Chile había alcanzado el primer lugar en el desarrollo latinoamericano tenía todo bajo control. No se entendió que el progreso produce un salto gigante de aspiraciones, y que cuando hay grandes aspiraciones es fácil que éstas se frustren y que se produzca una decepción masiva. De la frustración a la rabia no hay más que un paso. Un país enrabiado es como un polvorín que puede explotar en cualquier momento. Desafortunadamente en Chile la explosión se produjo.
Un factor dentro de la discusión es que la actual década será la que registre el menor crecimiento promedio desde los 70. ¿Qué rol ha jugado la baja expansión del PIB en esta crisis social?
-La desaceleración del crecimiento contribuyó, sin duda, a la gran frustración que está en el trasfondo de la crisis. Menor crecimiento significa aumentos de salarios más lentos, y ello lleva a aspiraciones no cumplidas. También lleva a mayor endeudamiento para acceder a lo que se aspira. Cuando esta situación se prolonga, se produce un sentimiento de traición o de engaño. Esto se acentuó durante el primer año de la administración Piñera, cuando, por un lado, el crecimiento prometido no apareció, y, por otro, los proyectos legislativos parecieron ser ortogonales a los problemas de la gente.
¿Con un mayor crecimiento la situación hubiese sido distinta? ¿Se podría haber hecho mejores políticas sociales y una mejor distribución de los ingresos?
-La indolencia que mencioné anteriormente también se refleja en este tema. Por ejemplo, cuando hace dos años planteamos, con preocupación, que Panamá nos pasaría como el país con el mayor ingreso, me dijeron: pero qué importa, Panamá no es un país, es un canal. Chile había dejado de ser el líder de la región y a la élite no le importó para nada.
Los datos objetivos muestran que la desigualdad se ha reducido y la pobreza ha bajado significativamente. Sin embargo, eso no es percibido por la ciudadanía. ¿Por qué?
-Esa es la gran paradoja de Chile. Por un lado, cae la desigualdad, tal como la miden economistas y organismos internacionales usando el coeficiente Gini, y, por otro, aumenta la percepción de desigualdad. ¿Por qué? La respuesta es compleja, pero un elemento central es que hay distintas dimensiones de desigualdad: de una parte, está la desigualdad vertical o de ingresos, la que ha caído, y de otra parte está la desigualdad horizontal o de trato. Esta última no ha caído, sino que para muchos ha aumentado. La OCDE tienen 11 indicadores de desigualdad horizontal en su estudio "Mejor Vida", y Chile está mal en casi todos ellos. En términos visuales, el incidente del señor Pérez Cruz con unas señoras en un lago del sur es un perfecto reflejo de la desigualdad horizontal. Ahí hubo un trato indigno, humillante, arrogante. Es un trato que no se condice con cómo deben ser las relaciones interpersonales en un país de clase media, en un país meritocrático.
Durante esta década también hubo varios casos de abusos por parte del empresariado, como los de la colusión de farmacias, papel tissue y pollos. Por otro lado, está el caso Penta y todo lo relacionado con el financiamiento irregular de la política. ¿Cuánto de ello influyó en este descontento ciudadano?
- Los abusos están, ciertamente, en el centro del descontento y de la rabia. Una sensación de que los poderosos gozan de impunidad, que pueden hacer lo que quieren y no los sancionan. Lo paradojal del caso es que el neoliberalismo nace en los años 1930 en el famoso Coloquio Lippmann en París, en 1938, con el propósito explícito de desarrollar un capitalismo moderno, sin abusos. Un capitalismo con verdadera competencia, un capitalismo alejado del laissez faire de los años tempranos durante el siglo 18 y primera mitad del 19. Pero hay que entender que no se trata, solamente, de abusos económicos. También está el abuso en el trato, en la provisión de infraestructura del Estado como áreas verdes y de recreación, en el trato hacia las mujeres.
Una de las críticas que ha surgido en este episodio ha sido contra el modelo económico. ¿Se debe modificar?
-Chile tiene que mantenerse en la senda del capitalismo. Es la única opción para avanzar y solucionar los problemas que aquejan a la gente. Pero ahora un capitalismo más inclusivo, más amable, más tolerante. Es esencial no olvidar que durante 20 o 25 años, Chile siguió una estrategia muy exitosa. Pasamos de ser uno de los países más pobres de la región, junto a Perú, a ser el de mayor ingreso. Esto es algo que debiera enorgullecernos.
Pero algo falló y por eso se produjo este estallido social.
-Ese modelo cumplió una etapa y es necesario moverse a un modelo remozado, más moderno, y fue ahí donde fallamos. Hacia adelante hay que mantener nuestras fortalezas y adoptar las políticas de las democracias liberales modernas. Hace años que bogo porque usemos a Nueva Zelandia como ejemplo a emular. Somos parecidos en una multitud de características. Países lejanos, con recursos naturales abundantes, con una costa extensa, con pueblos originarios admirables y orgullosos. Nueva Zelandia tiene una educación de calidad, un trato amable.
El gobierno y la clase política han buscado acuerdos para salir adelante. No obstante, a la luz de los hechos, todavía no han logrado detener las manifestaciones, ni tampoco, del todo, los actos de violencia y de delincuencia. ¿Cómo se sale de esta situación?
-Los antiguos griegos tenían dos dioses del tiempo: Cronos, o el dios del tiempo cronológico, y Kairos, dios del tiempo oportuno. La preocupación del dios Kairos era que las cosas sucedieran en el momento preciso, cuando era conveniente y beneficioso que ocurrieran. Sus batallas con los otros dioses eran, justamente por eso, porque la secuencia de los acontecimientos fuera la adecuada. En Chile ha habido una falla catastrófica del Kairos. El gobierno ha tomado una serie de medidas que hubieran sido adecuadas un año atrás, pero que ahora son percibidas como tardías. Es un gobierno que va detrás de las exigencias, desfasado, con demora. La situación exigía, y aún exige, grandes medidas, no medidas tímidas. El decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, José De Gregorio, lo dijo durante las primeras semanas. Se necesitaba un paquete del 3% al 4 % del producto.
Y ahora, ¿se están tomando las medidas adecuadas para salir de la crisis?
-El gobierno ha tenido una gran deficiencia comunicacional. Esto fue especialmente serio durante las primeras semanas. Con el tiempo ha habido algunas mejoras, pero aún están al debe. Quien mejor lo ha hecho es el ministro Ignacio Briones. Ha tenido sintonía con la ciudadanía, ha consultado a distintas personas, ha hablado con gente de distintas persuasiones políticas. Pero el vacío de las primeras semanas fue muy difícil de entender. El país se hubiese beneficiado fuertemente de una presencia y disponibilidad permanente de las más altas autoridades. El Presidente o el ministro del Interior debieran haber emulado al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, y haber dado una conferencia de prensa todos los días a las 7 de la mañana. Mantener a la ciudadanía informada, aceptar preguntas, responder a las inquietudes de la gente. El vacío que se produjo contribuyó a la dinámica perversa de los acontecimientos.
¿Es relevante cambiar la Constitución?
-Una nueva Constitución es un paso importante, una medida que la población exige, una iniciativa que le dará legitimidad al marco jurídico de la nación. Pero hay que entender que el proceso encierra un gran peligro: el peligro de la frustración generalizada. Porque la verdad es esta: nunca en la historia de la humanidad una nueva Constitución ha resultado en una mejora rápida, sustancial y sostenida de la calidad de vida. Eso, simplemente, no pasa, ni ha pasado nunca. Un rol esencial de los políticos y de los líderes de opinión en los meses que vienen es explicar este punto, decirlo con claridad meridiana, sin dobleces. Me temo que no será así. El peligro es que los políticos hagan campañas demagógicas y repletas de falsedades. Esta es, después de todo, la tónica de los últimos dos meses. La cobardía de los miembros del Congreso, especialmente de los de oposición, ha sido extraordinaria. Demoraron semanas en condenar la violencia, y cuando finalmente dijeron algo, lo hicieron con timidez, a medias tintas. De tan solo recordarlo, se me cae la cara de vergüenza.
¿Se pueden generar falsas expectativas?
-Desde un punto de vista histórico y comparativo, las nuevas constituciones ofrecen un panorama asimétrico. Nunca generan un salto rápido hacia el progreso, pero en muchas ocasiones, sin son malas constituciones, generan, con rapidez, un desplome económico. Esto último es el caso de Venezuela. Lo que sí hace una buena Constitución es pavimentar el camino hacia mejoras sociales y políticas. Pero el proceso toma su tiempo, es gradual y requiere de paciencia. ¿Seremos capaces de tenerla? Además, me parece que la paridad de género en la convención constituyente es absolutamente necesaria.
Dentro del debate legislativo ha habido varias iniciativas que implican gasto público y que han sido impulsadas y forjadas por parlamentarios, pese a que saben que no es constitucional. ¿Cómo califica este hecho?
-Una trampa que hay que evitar es la de crear una estructura de gasto que sea imposible cumplir. En estos casos hay dos resultados posibles: o se produce una situación donde el incumplimiento constitucional se transforma en la norma, como en muchas naciones africanas, o se producen presiones inflacionarias. Ambos son escenarios desastrosos. El primero lleva a un país sin Estado de derecho, y este es el primer paso hacia la perdición. Y si hay inflación, los más perjudicados son los consumidores más pobres. Recordemos que hay en Chile un uso generalizado de la UF. Mayor inflación significa mayores pagos en los arriendos, colegios, créditos hipotecarios, tarjetas de crédito. Mayor inflación sería un desastre.
El gobierno acordó una reforma tributaria con la oposición, sin embargo, ya hay voces que piden una nueva reforma. ¿Es necesario?
- El sistema tributario chileno tiene tres características que lo diferencian fuertemente del de los otros países de la OCDE. Primero, recaudamos poco como porcentaje del PIB: para llegar al promedio que esos países tenían cuando eran como Chile, hay que aumentar la recaudación en 3 puntos. Segundo, somos, por lejos, el país que recauda más a través del IVA, un impuesto muy regresivo. Y, en tercer lugar, la recaudación por medio del impuesto a las personas es minúsculo. Esto significa que hay que aumentar el impuesto de segunda categoría. Pero no es fácil, ya que hay enormes grupos exentos. Al final, para parecernos a la OCDE, tendremos que gravar a la clase media profesional. Es una realidad inevitable, de la que casi nadie quiere hablar. Es un tema vedado, que vuelve a reflejar la pobreza de nuestros políticos.
¿Ve espacio para aplicar otros impuestos a los altos patrimonios?
-El impuesto a los superricos se ha puesto de moda entre ciertos políticos y académicos, y lo he estudiado en detalle. Es un mal impuesto. Recauda poco, es engorroso y fomenta la elusión. No nos olvidemos que en Chile existió, se llamaba Impuesto Patrimonial, y no funcionó. Muchos expertos están argumentando que en vez del impuesto a los superricos hay que tener un impuesto efectivo a las herencias abultadas. Es algo a considerar.