Estamos en medio de los diálogos que se están celebrando en el Vaticano entre el Papa Francisco y los obispos de la Iglesia chilena. Es, sin lugar a dudas, un momento histórico para nuestra Iglesia y, por qué no decirlo, para nuestro país.
Un momento histórico que algunos, como el cardenal Francisco Javier Errázuriz, no lo ven de ese modo o, sencillamente, prefieren no verlo así y deciden en primera instancia intentar restarse -dando excusas escolares- de un evento clave en el devenir de una historia dolorosa en la que él es uno de los protagonistas.
Llama la atención y duele el actuar del prelado que, aparentemente, necesita el llamado personal del Romano Pontífice para cambiar sus planes. Pareciera que el obispo emérito sigue optando por actuar como un inexperto político y no como un humilde pastor.
Mientras tanto, los fieles a lo largo del país se han volcado a rezar, pues así lo ha pedido el Santo Padre en su carta de comienzos de abril. Misas, romerías y plegarias se han hecho en las últimas semanas pidiéndole a Dios muchos frutos de estas reuniones vaticana. El fiel chileno está atento, ansioso y, ciertamente, confiado.
En ese sentido y, entre muchos otros, uno de los mayores desafíos que tendrá que asumir la Iglesia nacional a fines de esta semana, cuando acabe la cita, será el de manejar las expectativas que estos diálogos vaticanos han generado en, al menos, tres grupos.
En primer lugar, las expectativas de todos los chilenos, que esperan impacientes que nuestra Iglesia comience explícitamente, de modo contundente y de una vez por todas a ser parte de la cura de esta profunda herida que se ha abierto.
Sólo así se podrá abocar a recuperar la confianza para volver a jugar un papel importante en el devenir social del país, tal como lo hizo hasta hace algunos años.
En segundo lugar, las expectativas de buena parte del mundo, pues son muchos quienes han puesto los ojos en nuestro país en este momento. Es probable que desde el rescate de los 33 mineros o el triunfo de la Copa América que no hay tanta atención volcada en lo que ocurra en nuestro país.
En no pocos países se espera una medida ejemplificadora y que sirva de pauta para este tipo de abusos, encubrimiento, descuido a las víctimas y las consiguientes malas decisiones que se tomaron tras las denuncias.
Y, por último, las expectativas de los fieles católicos, quienes quieren-queremos- ver en Chile a la Iglesia de Francisco, esa que es misionera, de puertas abiertas y que se le reconozca el amplio abanico de actividades que día a día se realizan por el bien de los más desprotegidos; porque sí, la Iglesia ha sido y sigue siendo la institución que más se vuelca a ayudar a niños, adultos y ancianos, sanos y enfermos.
El desafío está servido. Veremos si los largos silencios y metáforas desafortunadas dejan paso al diálogo abierto y la acogida fraterna.