Felicidad

MANIFESTACIONES EN PLAZA ITALIA
22 .10.2019 DRON: MANIFESTACIONES EN PLAZA ITALIA ORGANIZADA POR REDES SOCIALES CONGREGA A CIENTOS DE PERSONAS EXIGIENDO AL GOBIERNO CAMBIOS EN LA CONSTITUCION, SALUD, EDUCACION, AFP, Y RENUNCIA DE PRESIDENTE PI„ERA FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA

Las expectativas no cumplidas alimentaron un escenario de desconfianza e indignación de muchos chilenos con las instituciones, políticos, empresas y gobierno, que desembocó en un estallido social que sigue latente.


Dicen que la felicidad es la diferencia entre la realidad y las expectativas. Entre más altas las expectativas en relación con la realidad, más difícil es ser feliz. ¿Será esto lo que nos pasó?

Nuestro país vivió un progreso sin precedentes entre los noventa y la primera década del 2000. Fueron veinte años impulsados por un plebiscito para dejar atrás la dictadura militar y por la ratificación de un modelo de desarrollo que permitió obtener un crecimiento económico sin precedentes.

Durante este período, se comenzaron a cimentar expectativas, generadas por distintas instituciones -políticas, económicas y sociales- sobre un crecimiento que, tarde o temprano, llegaría a toda la población.

Avanzamos más que nunca en indicadores sociales, como superación de la pobreza, combate de la desigualdad, disminución de la mortalidad infantil, aumento de la expectativa de vida y de la escolaridad, entre muchos otros. A la vez, mejoraron nuestras finanzas públicas gracias a la seriedad del manejo macroeconómico y los buenos precios del cobre. ¡Llegamos a ser un país “investment grade”!

Eran tantas las expectativas, que fuimos tildados como el “tigre de Latinoamérica”, una copia a escala de los exitosos tigres asiáticos Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong (y parece que nos lo creímos). Año a año, los sueldos mejoraban, pese a la presión que generaba la importación de bienes de países con sueldos muy bajos o con tipo de cambios intervenidos.

Al mismo tiempo, cientos de miles de jóvenes ingresaban a estudiar a la universidad, muchos de ellos, los primeros en su familia en tener la posibilidad de obtener un título profesional. Los jóvenes se endeudaron e invirtieron tiempo y esfuerzo para obtener el preciado cartón que les “cambiaría la vida”.

Durante este período, también se vivió un pequeño “veranito de San Juan” en la transición hacia un sistema de pensión de capitalización individual. Las AFP anotaron espectaculares rentabilidades y se llegó a prometer que los jubilados se pensionarían con el 100% de su remuneración al 2020… ¡vaya paradoja! Teníamos el “Mercedes Benz” que solucionaría de una vez un problema que no se ha podido resolver en ningún país. El experimento chileno era la solución y el mundo nos iba a copiar.

Sin embargo, ya a principios de los 2000, se empezaron a prender las primeras alarmas que echaban por tierra las promesas del sistema de pensiones. En 2006 la Comisión Marcel diagnosticó que postergar una reforma previsional involucraba no solo el riesgo de que los problemas no se resolvieran, sino también de que se generara un círculo vicioso de frustraciones, cuestionamientos y conflictos, que a la larga amenazaran la propia viabilidad del sistema. Las AFP, por su parte, siguieron administrando los fondos previsionales, diversificando riesgos y logrando buenos retornos, pero olvidaron que su éxito estaba indisolublemente ligado a las pensiones de los chilenos y para eso había que complementar el sistema más allá de su eficiente administración.

Si bien tras la Comisión Marcel se creó el Pilar Solidario, este resultó ser muy conservador. Ni las AFP ni las autoridades políticas ni la sociedad fueron capaces de levantar la voz con fuerza y entrar en una discusión compleja sobre cómo mejorar el sistema de pensiones. Un debate en que la solución pasa por una combinación de factores: mayor ahorro, aumento de la edad de jubilación y recursos fiscales, entre otros.

Y así llegamos a una tormenta perfecta. Durante décadas distintos organismos empujaron expectativas que no pudieron ser cumplidas: miles de jubilados están decepcionados con el sistema y otros tantos, asustados por sus futuras pensiones. Mientras, muchas personas que en la década pasada fueron a la universidad -con la promesa de que ello les cambiaría la vida-, hoy están frustradas y ya no tan seguras de si su esfuerzo valió la pena. Todo lo anterior combinado con un estancamiento de las remuneraciones producto de un mercado laboral que creció rápidamente por la llegada de miles de inmigrantes y una caída importante en las tasas de crecimiento del país.

Las expectativas no cumplidas alimentaron un escenario de desconfianza e indignación de muchos chilenos con las instituciones, políticos, empresas y gobierno, que desembocó en un estallido social que sigue latente. Y para colmo, estamos enfrentando una gran crisis sanitaria, que ha generado incertidumbre y estrés respecto del presente y el futuro, y que, en lo inmediato, produjo más de dos millones de desempleados, convirtiéndose en la mayor crisis económica de los últimos 40 años.

¿Cómo lo solucionamos? Primero, debemos volver a poner la pelota en el suelo. Sincerar nuestra realidad, valorar lo que hemos logrado y, a la vez, estar consciente de todo lo que nos falta por avanzar. Aprender que no existen los atajos o las soluciones mágicas que nos promete el hoy desordenado mundo político.

Debemos tener un diálogo abierto que nos permita escucharnos con el fin de conocer y empatizar con las necesidades del otro, salir de nuestras trincheras, abandonar nuestros dogmas y defensas corporativas, asumiendo que todos: Estado, empresas, políticos y sociedad, tenemos un rol importante que jugar para lograr reconectar, entender y recuperar las confianzas que permitan salir del momento crítico que vivimos. Y, de paso, ser un poco más felices.

-El autor es gerente general de Grupo Prisma

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