“Única solución, ecoconstitución”. Con esa frase cerraron sus discursos de asunción hace unas semanas María Elisa Quinteros y Gaspar Domínguez, nuevos presidenta y vicepresidente de la Convención Constitucional, dando cuenta de la relevancia de las temáticas medioambientales entre los miembros de dicha instancia. Es en ese contexto donde ha emergido y ganado notoriedad el concepto de “decrecimiento”, que postula una transformación del modelo económico centrado en el crecimiento, en atención a la crisis climática en curso.
Giorgos Kallis, académico de la Universidad de Barcelona, es uno de los economistas referentes de esta tesis a nivel mundial. Coautor del libro The case of degrowth, asegura en conversación con PULSO que la aspiración a crecimientos anuales del 3% son insostenibles e impedirán que se cumplan las metas de reducción de emisiones de carbono. Para lograr esos objetivos, así como la disminución en el consumo de otros recursos naturales cuya extracción continúa dañando los ecosistemas, hay que aspirar a cambios más profundos, dice.
Según plantea, las propias condiciones de la naturaleza, con los colapsos que se advierten desde el conocimiento científico, conducirán a la humanidad a ese tipo de transformaciones.
El concepto “decrecimiento” es un claro contraste con el modelo económico actual. ¿Cuál es la crítica que hace al crecimiento?
-La idea de que la economía tiene que crecer a un tal porcentaje al año, que sea algo casi incuestionable en la actualidad y que, por el contrario, sea necesario y deseable que se crezca 2%, 3% o 4%, es una locura. Con un poco de matemática alguien sabe que una tasa de crecimiento que es acumulativa de 3% anual, implicará el doble en 22 años y es cuatro veces más grande en 44 años y al final del siglo ya es once veces más. Una economía global en su tamaño actual, con todos los problemas medioambientales de extracción y de contaminación que tiene, creciendo a 3% es una idea equivocada, por el cambio climático que este crecimiento causa. Pero no es solo eso, sino que también en sus propios términos, porque para mantener este crecimiento continúo de la economía se necesita de más sacrificios, más recursos y más expansión hacia lugares con su respectiva destrucción. Es un proceso de expansión irracional a la infinidad.
A su juicio, ¿qué consecuencias ha traído este paradigma para el medioambiente?
-La economía es como una máquina que se sustenta en recursos y energía, no hay otra manera. Economía quiere decir producir, consumir, mover cosas, transportar... Todo eso necesita energía y recursos que vienen de la tierra. Si más crece la economía, más energía y recursos se necesitan.
Todo este crecimiento grande de los últimos 50 o 100 años que se ha conocido, es una bonanza que proviene del petróleo y los carbonos que se encontraron los ancianos. Entonces es un crecimiento basado en los fósiles y quemando los fósiles estamos cambiando el planeta y el clima de una manera que ha comenzado a ser destructiva y se va a volver cada vez más destructiva.
El avance de energías limpias y renovables es importante en ese sentido, pero también se tiene que tener conciencia de lo difícil que es el cambio para una economía global del tamaño de la actual y más aún bajo la lógica del crecimiento, en la que la economía y la demanda de energía aumentan cada año y va a ser 10 veces más grande al final de este siglo. Deberemos tener molinos en toda la tierra.
Es claro que la economía, como una máquina que consume energía y recursos, no puede crecer para siempre. Tenemos que encontrar una manera de vivir bien sin necesitar una expansión económica continua.
¿Qué propone entonces el decrecimiento para la actividad y el desarrollo humano?
-Primero, quiere postular las preguntas claves para este siglo, que no son las mismas que tenía la economía del siglo pasado, cuando las interrogantes estaban centradas en cómo hacer crecer la economía y cómo hacer crecer la riqueza y, desde algunas ideas socialistas, cómo compartir mejor esa riqueza. Las preguntas de este siglo están puestas en cómo satisfacer la necesidades básicas sin tener que utilizar más y más recursos y energía. Esto da línea a otro tipo de políticas.
El decrecimiento no hace referencia al PIB, que es un indicador equivocado, sino que lo entendemos como un concepto relacionado con la idea de ralentizar, de que no se tienen que mover tantos bienes y extraer tan rápido los recursos para moverlos por aquí y por allá.
Hay que ralentizar la economía y, al mismo tiempo, distribuir y compartir mejor los recursos y la riqueza que ya existe, para que toda la gente pueda vivir una vida digna y buena. Ahora, ¿qué políticas hay para eso? Podríamos conversarlo por horas pero, por ejemplo, se discuten cambios en las horas de trabajo, rentas básicas de cuidados, otro modelo de inversiones estatales y públicas, de infraestructuras verdes. Hay una seria de políticas cuya lógica no es la expansión.
El crecimiento bajo el modelo actual es relevante, entre otras cosas, porque se vincula con los recursos a los que accede el Estado para ofrecer servicios, desarrollar infraestructura... ¿Cómo resuelve eso el decrecimiento?
-Esas son las preguntas importantes y difíciles. Diría que, primero, hay que preguntarse por qué el Estado necesita más y más recursos para satisfacer las necesidades básicas. Es claro que en el modelo actual, donde el Estado contrata al sector privado con precios que crecen, se necesitan continuamente más recursos, pero en un Estado donde no hay grandes aumentos de población, no necesariamente los servicios se tienen que ir encareciendo.
En muchos casos hay un gran espacio de maniobra de bajar los gastos, de descentralizar las compras del Estado y bajar así es gasto. Se requiere de un Estado que tenga la voluntad de hacer eso y que no quiera seguir pasando dinero público al sector privado y a sus amigos.
En un contexto de reestructuración y de reforma, no del estilo neoliberal, sino pensando en mejorar los servicios públicos para hacerlos de buena calidad y desde abajo, al descentralizarlos puede haber mucho más espacio de maniobra para bajar los gastos o, por lo menos, no tener que aumentarlos año tras año. Después está la posibilidad de distribuir recursos dentro de distintos gastos del Estado.
Lo que políticamente será más difícil será la redistribución: tomar de los que hacen mucho dinero y frecuentemente lo pasan a paraísos fiscales. Se deberá tratar de capturar ese dinero, gravarlo y utilizarlo para gastos públicos.
¿Entonces el decrecimiento puede aplicarse mejor a países que ya están en un mayor nivel de desarrollo, considerando que el resto tiene aún muchas necesidades?
-Estoy seguro de que algunos países de la África subsahariana, y países muy pobres claramente, necesitan más recursos naturales y financieros para satisfacer sus necesidades básicas, pero buena parte del resto del mundo, que están por encima de la media de los ingresos básicos, sí cuentan con los recursos para seguir un modelo no basado en el crecimiento.
Eso en términos generales, porque si vas a cada país todavía vas a encontrar grupos en la pobreza, todavía tienen necesidades que no son satisfechas, todavía tienen grandes desigualdades, con gente rica que gasta dinero en lo que no se necesita y otros que no. Después de todo en EE.UU. hay más pobreza de la que hay en Chile o en Grecia y es el país más rico del mundo.
Entonces, si lo vemos a nivel de país y miramos sus ingresos totales, en esos países sí que hay bastante para satisfacer las necesidades básicas para tener un Estado público funcional, que protege y apoya a la gente. Lo político es lo más difícil, para compartir y redistribuir estos recursos, cómo manejarlos para que se dirijan donde se necesitan.
¿Cómo se piensa el manejo de recursos naturales, considerando, por ejemplo, que más allá de su valor financiero el cobre se requiere materialmente para el desarrollo?
-El cambio de modelo apunta justamente a la reflexión respecto a cómo podemos reducir la presión sobre los recursos naturales y las comunidades que habitan desde donde se extraen.
Se requiere un cambio del modelo general de crecimiento. Si el cobre se necesita para la construcción de viviendas, debiéramos preguntarnos cuántas viviendas hay y cómo se pueden repartir mejor las disponibles, cómo se puede construir más eficiente y con menos materiales. Si el cobre se necesita para la energía, deberíamos preguntarnos cómo podemos reducir las necesidades de conducir energía.
Sin un modelo de economía nuevo, que no esté basado en la extracción continua, será muy difícil parar la crisis medioambiental.
Sin conocer las particularidades de Chile, es muy seguro que las comunidades que viven en los lugares de extracción de recursos no quieren que está siga y de seguro también tienen sus propuestas respecto a qué se puede hacer.
¿Qué opinión tiene de los esfuerzos internacionales centrados en las metas de emisión cero de carbono?
-Es claramente insuficiente y eso me preocupa. Hay voluntad de cambiar las cosas, pero no se han establecido caminos que realmente conduzcan a los objetivos que plantea la comunidad científica, ni a los objetivos que los propios gobiernos dicen que van a llegar. Todo está basado en la idea de que van a desarrollar nuevas formas de energía y que esas formas van a sustituir el carbón y el petróleo, pero desde la óptica del decrecimiento pensamos que existe la necesidad no sólo de cambiar el sistema energético, sino que también el sistema económico que nos conduce a una catástrofe.
Lo que está comprometido ahora en (los acuerdos de) París o Glasgow son declaraciones respecto a cómo quieren reducir las emisiones de carbono, pero todavía son solo palabras con poca claridad respecto a si se van a materializar y cómo se van a materializar.
¿Se va a detener la producción y consumo de petróleo? ¿Cómo? Respecto a eso no hay compromisos. Entonces, no tengo mucha esperanza de que se cumplan los objetivos.
Esos objetivos han sido difíciles de acordar. ¿Cómo la comunidad internacional podría realmente pactar un cambio de modelo económico como el que proponen? ¿Qué tan factible es?
-No es factible, pero es necesario. Algunas veces se trata de aceptar la realidad y frente a ella se hace lo que se tiene que hacer. No sé si es factible, en términos de una voluntad de cambio, lo veo muy poco probable, pero creo que tenemos que tener un claro cuestionamiento sobre cuál es la realidad, qué es posible y qué no.
No veo una transición energética que conduzca a una estabilidad de nuestro clima, que no pase también por un cambio del modelo económico. Mirando cómo funciona el modelo energético, cómo funcionan las transiciones, me parece que es muy claro que también se requiere reducir la demanda de la energía y para ello necesitas también un gran cambio de cómo funciona la economía.
Ese es un postulado de ciencia. Ahora, ¿si es factible políticamente? Es difícil, claramente. Diría que es imposible que un país por sí solo diga que va a funcionar de manera diferente. Siempre se necesita saber lo que es necesario, lo que es la realidad y después la política se adapta a esas condiciones. Lo que no podemos cambiar es nuestra lectura de las condiciones, dependiendo de si son factibles o no políticamente.
¿Entonces el propio avance de la crisis climática hará, en algún punto, factible este decrecimiento?
-La naturaleza no impone nada, pero crea condiciones que cambian las elecciones de la humanidad. Si el calentamiento global continúa y el clima colapsa, lo que podemos hacer los humanos va a ser muy diferente a lo que podemos hacer ahora. Si veo cómo funciona el modelo energético, me parece que sí podemos avanzar a una matriz más limpia y más pequeña, pero no veo cómo esto puede pasar con una economía que crece 3% al año. Esto es algo de facto, no podemos pensar en una economía diez veces más grande que tenga toda su energía renovable y que no extraiga más recursos. Esa es una fantasía.
Hay dos escenarios, uno en el que elegimos un cambio de modelo gradual y otro, con un cambio más radical. La naturaleza no va a elegir entre esas dos posibilidades, pero va a poner las condiciones de lo que sea posible.