Tuve el privilegio de ser convocado por el Presidente Sebastián Piñera a la Comisión de Desarrollo Integral, cuyo informe con más de 100 propuestas fue entregado y dado a conocer el lunes recién pasado.

Fue un privilegio, puesto que a dicha comisión también fueron convocados cinco ex ministros de la Concertación, dos ex presidentes del Banco Central, los líderes empresariales de la empresa grande, la pequeña y de los emprendedores, dirigentes sindicales, profesionales y técnicos de diverso pensamiento.

Todos ellos, junto a ministros, subsecretarios y técnicos de los ministerios de Hacienda, Economía, Obras Públicas y Trabajo, teníamos el encargo de generar un informe en base a 9 ejes para un desarrollo integral.

La tarea no era sencilla. Con tal diversidad de miradas, experiencias e incluso ideologías distintas, en las primeras reuniones de debate y conversaciones probablemente cada uno de nosotros calculaba con quienes iba a concordar las eventuales propuestas con votos de minoría o mayoría con que suelen concluir estos informes. No fue el caso. Produjimos un informe sin votos de minoría ni de mayoría.

Quizá el resultado se logró porque había suficientes canas sobre la mesa, mucha experiencia de gobierno previa, pero sobre todo, porque sentimos colectivamente que el país necesita de esfuerzos y señales como ésta.

Muy rápido en las conversaciones surgió el acuerdo de que desarrollo integral no es mero desarrollo económico. No se trata de un listado de recomendaciones para recuperar el crecimiento, ni siquiera un listado de políticas públicas con contenido económico y social.

El desarrollo integral se construye por todos, en un país que cabemos todos, que no se concibe con pobreza; que aborda la seguridad y la salud de la edad avanzada y de la clase media; que tiene un Estado moderno que atiende y provee servicios públicos de calidad a todos los ciudadanos; donde la igualdad de oportunidades es real y donde quien queda atrás recibe una mano; donde la igualdad de trato es tanto o más importante que la de oportunidades.

Quizá una de las claves de este resultado es que esquivamos un debate obsoleto y engañoso: Estado versus Mercado. Este debate solo le importa a quienes buscan polarizar al país y no puede contribuir ni siquiera a orientar las claves del desarrollo integral.

Es un debate falaz. El desarrollo integral se construye sobre la base de una sociedad libre, en una democracia representativa, con una sociedad civil activa y vibrante, con una política que funciona, da confianza y refuerza su legitimidad.

La tarea de avanzar en esta segunda transición hacia el desarrollo integral se construye sobre lo obrado, gradualmente, con sentido de futuro y en el contexto de los enormes desafíos que tiene el país en esta cuarta revolución industrial.

Se trata de un planeta globalizado, en procesos acelerados de automatización del trabajo, de una transformación digital vertiginosa, donde la claves de nuestra inserción en la economía digital global recién empiezan a perfilarse.

Tal como ocurrió en los 90, cuando Chile logró conciliar la libertad, la democracia y el desarrollo económico y social, ahora la misión es autoconvocarnos para alcanzar el desarrollo integral.