El gobierno camina a completar su tercer año de administración, con resultados de dulce y agraz. ¿Cuál es la evaluación que hace de esta administración hasta ahora?
-Tengo una evaluación negativa del gobierno debido, en parte, a cómo se presentó. Tuvo un programa maximalista y refundacional en muchos aspectos, que era imposible de cumplir. Esa aproximación se encontró con una dura realidad, con restricciones de lo que se puede hacer y lo que no. Este gobierno llegó con un voluntarismo político de pensar que todo se puede hacer en base a la mera voluntad, y el voluntarismo es enemigo de la buena política. Lo positivo es que en el camino se ha dado cuenta de esa realidad y ha moderado su postura. Afortunadamente, el rechazo al primer texto constitucional fue un punto de inflexión fundamental, que ha llevado al gobierno a ser más realista en su aproximación.
En términos de manejo fiscal, siempre lo he dicho, el ministro (de Hacienda) Mario Marcel ha sido una persona prudente, aunque hoy está más complicada la situación y hay riesgos en el horizonte.
Pero me preocupa principalmente el tema del crecimiento. Por suerte ese consenso se ha ido instalando y hay un piso de que el crecimiento importa. Esta palabra, que era pecaminosa hace unos años, hoy aparece como relevante. Chile necesita más ambición y volver a crecer al 4% y no al 2%.
¿Este nuevo enfoque del gobierno, con el mayor énfasis en el crecimiento, es una postura obligada por las circunstancias o hay un convencimiento más profundo?
-Hay un convencimiento más profundo que viene de algo muy obvio. No hay que estar ni en la Presidencia, ni en el gobierno, ni ser economista para entenderlo, y es que si a un gobierno le interesa genuinamente una agenda social, donde hay reformas pendientes por hacer, eso requiere recursos y esos recursos no caen de Marte, vienen siempre de las personas. Esa plata depende del crecimiento económico y sin recursos no hay capacidad de hacer reformas sociales.
El gobierno ha adoptado este relato de haber estabilizado el país durante su administración. ¿Es demasiado ambiciosa esta narrativa?
-Como lo muestra la última encuesta CEP, los chilenos quieren estabilidad, paz, progreso; quieren reformas, pero bien hechas, graduales, moderadas. Eso es contrario a la lógica refundacional con la cual el gobierno llegó. Me parece curioso esto de que reivindiquen una estabilidad, teniendo en cuenta una inestabilidad que ellos mismos contribuyeron a crear. Me parece extraño y sorprendente que uno se jacte de un país más ordenado, cuando hubo una crisis donde nuestra democracia estuvo en peligro, y en la cual quienes están en el gobierno contribuyeron con mucho. Para la ciudadanía chilena este relato de que ‘hemos estabilizado’ el país es más una frase de marketing y sin mucho contenido, por decirlo de alguna manera suave.
Dicho eso, es positivo que todo lo que pasó con esta crisis que Chile atravesó se hizo por la vía institucional. Eso muestra una fortaleza del país que no hay que perder de vista. Es cierto que nuestra institucionalidad se ha deteriorado, pero sigue teniendo un piso muy sólido comparativamente y que nos permite mirar con relativo optimismo el futuro.
“En Chile no hay plata”, dijo usted hace pocos meses. ¿El nuevo ciclo alcista del cobre y los nuevos ingresos estructurales de la iniciativa antievasión y del royalty dan un leve respiro a futuro en materia fiscal, o sigue pensando lo mismo?
-Absolutamente sigo pensando lo mismo. Un país que lleva una década creciendo a menos del 2% bajo gobiernos de distinto signo, muestra una mediocridad estructural en términos de crecimiento. Siempre he pensado que una parte importante del malestar que ha vivido el país tiene que ver con esta mediocridad en la que Chile cayó, con una frustración de expectativas que los ciudadanos se forjan sobre su progreso, sobre mejores trabajos, mejores salarios y oportunidades de emprendimiento.
Cuando la economía crece poco, el Fisco tiene poca plata. El problema estructural que hemos tenido, y no es una crítica a un gobierno u otro, es que sistemáticamente nos hemos pasado una película respecto a los ingresos que nos imaginamos que vamos a tener, hemos sido muy optimistas, y comprometemos gastos contra ingresos que son inciertos y que siempre han estado por debajo. Entonces, tenemos una década de déficits estructurales, en torno al 1% en promedio, y hemos ido perdiendo el anclaje fiscal y es fundamental recuperarlo.
Es cierto que al principio de este gobierno hubo una señal de mucha austeridad, de mucho compromiso, pero más allá de ese primer año 2022, los números que han seguido no son buenos. La meta del año 2023 era 2,1% de déficit y terminamos en 2,7%. La meta para este año era 1,9% y la última proyección del Informe de Finanzas Públicas es que vamos a tener un déficit de 2,3% estructural y probablemente sea mayor. Entonces, el anclaje se está rompiendo, no estamos cumpliendo nuestros propios compromisos y eso abre una pregunta relevante respecto a la discusión presupuestaria que sigue, sobre todo respecto a los ingresos. ¿Seguiremos proyectando ingresos que son demasiado optimistas y comprometiendo gastos contra aquellos y, por lo tanto, incumpliendo la meta? Esa es la pregunta de fondo y es lo que debería preocuparnos.
Hay que mirar con mucho detalle los ingresos cíclicamente ajustados que se han proyectado, los que determinan los ingresos estructurales, y que están creciendo un 9%. Me asusta que este año se hayan sobreestimado los ingresos y nada asegura que este error no se repita. Hay que ser prudentes y conservadores en esta materia. Hay que ajustar los gastos que se proponen en el Presupuesto a los ingresos conservadores y no a aquellos que se imaginan que van a tener. Ahí pondría el acento, más que en las partidas.
Es decir, es difícil satisfacer demandas sociales a futuro si tenemos una progresiva pérdida del anclaje fiscal y un bajo crecimiento económico...
-Es el crecimiento la condición habilitante para todo esto. Lo que me quita el sueño es cómo retomamos el tranco, cómo salimos de este bono fome al 2% en el cual se transformó el país. Chile no es un país que está yendo por el despeñadero, pero es un bono plano, fome, al 2% (de tasa), que es mediocre e insuficiente.
Hay que mirar con ambición cómo nos apalancamos a las oportunidades estructurales que tenemos. Tenemos una institucionalidad que, pesa a su deterioro, es sólida. Tenemos un Banco Central que es un lujo, tenemos una política fiscal que, pese a lo que acabo de mencionar, es robusta. También tenemos un Consejo Fiscal Autónomo muy robusto, que hace su pega; tenemos buenas regulaciones de mercados... Además, tenemos una oportunidad estructural histórica de apalancar nuestros recursos naturales: la minería metálica, la no metálica, las energías renovables, el hidrógeno, el turismo verde del día de mañana, la agroindustria, los salmones, lo forestal... que hay que aprovechar. El mundo está demandando eso. La pregunta de fondo es cómo lo aprovechamos, cómo hacemos las condiciones habilitantes para aumentar la producción, para ponernos metas ambiciosas y hacer un acuerdo, un pacto de desarrollo.
Es probable que las demandas sociales crezcan con fuerza a futuro. ¿Qué tan complejo es este escenario en medio de esta pérdida de anclaje fiscal de la que habla?
-El anclaje fiscal es la garantía para que uno no se pase películas y empiece a gastar lo que no tiene. Por eso es tan importante que la regla (fiscal) sea creíble. La regla ha ido perdiendo credibilidad. Insisto, hemos tenido 10 años de déficit moderado pero sistemático, cuyo correlato es un aumento de la deuda pública. Eso es un motivo de preocupación. La deuda hay que pagarla. Hoy sólo en gasto en intereses estamos gastando más de US$4.500 millones al año. El anclaje fiscal es fundamental porque, además, obliga a los gobiernos a priorizar. Al final, gobernar es priorizar.
Mantener la disciplina fiscal es un imperativo fundamental y hay que volver a la lógica de que tengamos déficit estructural cero. Uno de los desafíos del próximo gobierno será hacer un ajuste fiscal importante, de forma tal que el punto de partida sea volver a equilibrar las cuentas fiscales.
Las holguras fiscales que quedan para los próximos gobiernos son muy bajas, esa es la realidad, no hay plata, y eso obliga a ser muy celoso respecto a cómo uno prioriza. No alcanza para todo y hay que decírselo a la gente con honestidad: ‘Esta es la realidad que tenemos y para esto nos alcanza’. No hay que venderle pomadas, ni pasarse películas.
En tal contexto, ¿qué le parece que el gobierno haya priorizado ir adelante con el fin del CAE?
-No conocemos el detalle, pero siempre me ha parecido que esa no es la prioridad. La prioridad es invertir en educación preescolar y escolar. Tenemos un drama en la educación pública que se viene acumulando.
“Cruzar el Rubicón”
¿Cree que habrá reforma de pensiones en este gobierno?
-Espero que sí. Para que haya reforma de pensiones es fundamental salir de los maximalismos, de las posiciones ideales que uno tiene. Para quienes nos preocupan las cuentas fiscales, el no hacer nada genera un pasivo cuasi fiscal que va a estar a la vuelta de la esquina, que se va a pagar en cómodas cuotas y mucho más caro que si somos capaces de lograr un entendimiento que nos permita allegar recursos de ahorro para pagar pensiones. Se trata de allegar estos 6 puntos que se están discutiendo con fórmulas como, eventualmente, un préstamo transitorio. Ese préstamo transitorio no es mi ideal, es una deuda. Pero si esa deuda es acotada, transitoria, razonable y es una condición habilitante para que podamos avanzar y tengamos cinco puntos de ahorro en las cuentas... Postergar estos cinco puntos de ahorro es una cuenta que el Fisco va a tener que pagar. Cuando haya malas pensiones, van a golpear la puerta al Estado, es decir, a todos los chilenos, y como no hay plata, se va a acrecentar el déficit fiscal. Por otro lado, también es fundamental recuperar el mercado de capitales que se vio tan afectado por los retiros desde los fondos de pensiones.
Un acuerdo en pensiones me parece fundamental. Espero que haya generosidad, diálogo y voluntad de acuerdo. Si no se logra, se da una señal en lo fiscal y se da una señal sobre la incapacidad del sistema político de lograr acuerdos.
En la actual dinámica política, Chile está condenado a no crecer. El crecimiento supone acuerdos relevantes en ciertas áreas que apalanquen reformas que son las que tiran el carro del crecimiento y del desarrollo económico y social. Con el actual fango político estamos condenados a la mediocridad y a no crecer. Si no salimos de esa lógica de trinchera, no vamos a tener acuerdo para tener buenas políticas de Estado, no vamos a tener una mirada compartida larga en ciertas cosas estructurales.
¿Cree que también ha habido resistencia ideológica en su sector político para lograr un acuerdo en pensiones?
-Por supuesto, de todos los sectores, y estas resistencias ideológicas se exacerban cuando se entra en un ciclo electoral, lo que hace más difícil avanzar. ¿En qué minuto la política se transformó en simplemente hablarle a la barra brava? Eso no cuesta mucho. Lo verdaderamente valiente es “cruzar el Rubicón” y ser capaz de lograr acuerdos razonables con el adversario, que es lo que los chilenos esperan y es lo que permite a los países avanzar. Si el sistema político no está intermediando nada, si está en esta dinámica autodestructiva, nada constructivo puede salir de ahí.
La primera gran reforma que hay que hacer es la reforma al sistema político. Pasemos de las palabras a los hechos. Esta fragmentación, este discolaje que observamos a diario, esta pelea del combo y la patada, hace imposible lograr acuerdos razonables, y sin acuerdos razonables, en reformas de largo plazo, que aprovechen la oportunidad estructural que tiene Chile, no vamos a salir del fango, no vamos a salir de acá, no vamos a salir de la mediocridad. La única manera de que esto avance es con liderazgo, y el liderazgo principal en esta materia lo tiene que tener el Presidente de la República. Él tiene que jugar su capital político para poner un proyecto de ley y que se vote. Los parlamentarios no se van a mover de motu proprio, menos en año electoral, para hacer este cambio. Eso sería lo consistente si de verdad nos interesa el crecimiento. Metámonos en la cabeza que sin esto vamos a seguir en esta dinámica política autodestructiva y de inestabilidad. Estas fiestas de acusaciones constitucionales con fines electorales, son inestabilidad.
Además, si queremos mirar largo tenemos que atrevernos a cruzarnos con los grupos de interés. Para crecer, para que haya inversión, para que salgamos de esta mediocridad del 2%, hay que cruzarse con los distintos grupos de interés, porque eso es lo que subyace a hacer reformas estructurales, que son las que necesitamos para tirar el carro del desarrollo. Una reforma al empleo público es fundamental también.
Bajo esta necesidad de lograr mayor crecimiento, ¿cuál es su visión sobre el proyecto de “permisología” que está avanzando en el Congreso?
-Me parece bien en su orientación, aunque es un proyecto parcial. Dentro de esa parcialidad también tiene vacíos, problemas, tiene cosas muy buenas y otras que no tanto. Pero lo que hace el gobierno es poner un primer ladrillo y el desafío como país es tomar ese ladrillo y construir sobre él en los próximos años una verdadera política de Estado que gire sobre el mismo principio, pero que sea mucho más ambiciosa en las otras áreas no cubiertas. Debemos apuntar a un equilibrio virtuoso de hacer todas las inversiones que se puedan, lo máximo posible, y que todas ellas cumplan con los permisos.
¿Cree que la clase política ha fallado en crear una idea de “sueño país” para aterrizar los objetivos que tiene Chile para las próximas décadas?
-A todos nos falta. Tenemos el deber de levantar la cabeza en esta mediocridad por la que estamos caminando y volver a creer que Chile tiene oportunidades extraordinarias. Para encarnar esa narrativa hay que proyectar un sueño que no sea voluntarista, sino realista y ambicioso. Que convoque y que los ciudadanos digan ‘vale la pena postergar demandas de inmediatez en aras de este sueño’. Entender que hay una hoja de ruta, hablarles con la verdad y decirles que el camino es difícil, que no es por arte de magia. Que somos capaces de hacer un cambio de rumbo, de volver a crecer. Ese solo cambio de relato, cuando es creíble, genera un impacto fundamental, que modifica las expectativas de corto plazo y que, por lo tanto, tiene efectos de crecimiento hoy.