Impuestos: ¿Menos a empresas, más a personas?
Desgraciadamente, el futuro de nuestra estructura tributaria ha entrado nuevamente al debate. El presidente de la CPC, Alfonso Swett, ha dicho: "Lo que necesitamos incrementar es el impuesto a las personas y rebajar el impuesto a las empresas para que inviertan más". Un poco antes, el diputado del Frente Amplio, Giorgio Jackson, sostuvo: "En ningún caso debiésemos bajar los impuestos a las empresas". Por su parte, el ex director de Impuestos Internos, Ricardo Escobar, coincidiendo con Swett, propuso volver a elevar a 40% la tasa máxima de impuestos a las personas.
Lo preocupante de este diálogo es que devela un error conceptual: olvidar que las personas, y solo las personas, son las que pagan siempre todos los impuestos.
Todos los gobiernos desde el retorno a la democracia han aumentado las tasas de impuestos, al menos una vez. La permanente creencia de que los déficits se solucionan subiendo impuestos equivale a creer que la solución para una empresa a la que le suben los costos es siempre aumentar los precios. Esas prácticas lo que hacen es transferir el déficit de un sector de la economía a otro. Una mejor alternativa es el crecimiento (equivalente a aumentar las ventas de la empresa) o la optimización de los gastos, materia a la que este gobierno ya se encuentra abocado. Sabemos, cuando lo analizamos dinámicamente, que mayores tasas de impuestos no siempre redundan en mayor recaudación, por los efectos negativos que producen sobre el desarrollo. El mejor ejemplo es la última reforma tributaria del exministro Alberto Arenas.
Actualmente, las rentas pagan una tasa progresiva que, dependiendo de su origen, alcanza un máximo total de 35% para el caso de las rentas del trabajo, y de 44,45% para quienes perciben dividendos de sociedades anónimas. Lo razonable sería simplificar, volviendo a integrar las rentas de las sociedades anónimas, con lo que todos pagarían el tope del 35%. Si en cambio solo se adopta la propuesta de volver a una tasa máxima de 40%, las sociedades anónimas quedarían knock out, pagando sus dividendos casi el 50%. Por otra parte, la integración tributaria, sumada a un alza en 5% de la tasa máxima a las personas, financiaría la rebaja al impuesto a los dividendos con un alza equivalente del impuesto al capital humano, lo que no parece razonable. Sería preferible pensar, de ser necesario, en impuestos a externalidades negativas (llamados pigouvianos), como a la emisión de CO2 al circular por áreas congestionadas.
Es inconveniente que sea el capital humano el que deba financiar una eventual rebaja de tributos al capital financiero y productivo, beneficiando a sociedades de inversión y promoviendo su proliferación. Sería una mala noticia, por ejemplo, para los estudiantes que invierten en extender su educación en Chile o en el extranjero, esperando una legítima rentabilidad a su esfuerzo.
Además, deben analizarse los efectos que el cambio tendrá sobre la relación capital/trabajo en el largo plazo, y considerar que lo que importa en los impuestos a la renta es la suma de todos los peajes a pagar entre la generación de rentas antes de impuestos a nivel de la empresa y la distribución final a los bolsillos de los diferentes "stakeholders" en remuneraciones, intereses o dividendos. Al margen de diferencias temporales, un alza en la tasa máxima global hace simplemente más alto el peaje total.
El objetivo de volver a la integración tributaria es una buena idea. Que la cuenta la pague el capital humano, en cambio, es un error. Las personas que pagan impuestos por lo ganado por su trabajo ya sufren muchas inequidades en nuestro sistema tributario. No pueden descontar gastos ni intereses pagados, tampoco reducir las pérdidas de sus inversiones financieras a sus rentas, ni arrastrar pérdidas de un período a otro como sí lo pueden hacer las empresas. No pueden posponer impuestos por lo no gastado ni diferir su pago y enfrentar tasas progresivas, lo que los expone a inequidades intertemporales, etc.
El economista de Harvard Robert Barro publicó el 2011 un trabajo donde sostenía que una rebaja de 1% en la tasa marginal de impuestos en EE.UU. aumenta el PIB en los siguientes dos años en 0,5%. Aunque el efecto positivo en la tasa de crecimiento es transitorio, lo agregado al PIB es permanente. Es precisamente por eso que EE.UU. está reduciendo ambas tasas: la marginal de impuestos promedio para los ingresos de las personas en 3,2% y el impuesto corporativo de 35% a 21%. Los efectos que describe Barro son confirmados en un trabajo de Karel Mertens y José Montiel-Olea próximo a aparecer en el Quarterly Journal of Economics.
Si aplicamos esta métrica a las propuestas de aumentar en un 5% la tasa marginal de las personas, ello nos puede costar 2,5% del PIB. Plantear, por tanto, una rebaja de la tasa corporativa a cambio de subir la de las personas es, a mi juicio, difícil de entender. Por ello, parece sabia la decisión anunciada el viernes por el Presidente Piñera de concentrar los esfuerzos en otorgar mayor claridad a los contribuyentes, simplificando la maraña tributaria, evitando modificar las tasas de personas o empresas.
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