Con esta simple frase, el filósofo Norteamericano Ralph Waldo Emerson resume que lo importante para uno en la vida no es dónde uno llega, sino cómo uno llega, vale decir, cómo lo que se hace en el día a día le va dando un sentido mayor al esfuerzo que cada uno realiza. Un ejemplo de esta frase puede ser el proceso constitucional, vale decir, el cómo ir de lo privado a lo público buscando a través de distintas realidades un desafío mayor de cultura cívica cuyo fin busca promover el bien común.
Este camino se institucionalizó con un acuerdo político transversal que tuvo una abrumadora mayoría al momento del plebiscito. Posteriormente se eligió a los constituyentes con una menor participación, lo cual necesariamente requiere de un mejor contrapeso y conexión por parte de la sociedad civil para llegar al puerto de la legitimidad. Como es un camino en desarrollo con una llegada incierta que depende de varios para confluir al punto final, puede tomar distintos cursos dependiendo de cómo colaboremos.
Es importante notar que más allá de la redacción de un documento final, este camino deberá coexistir con la realidad, vale decir con todos los problemas y desafíos que hay que solucionar en el corto plazo, la sustentabilidad de las políticas públicas planteadas en momentos de crisis y el respeto y reconocimiento al estado de derecho actual que permite institucionalizar los cambios. De hecho, en un Chile que se inserta en un mundo que cambia vertiginosamente, resulta fundamental que aprendamos de los errores del pasado y promovamos desde la humildad propia no del que define la política pública, sino del que interactúa constantemente con la sociedad civil, un nuevo tipo de aporte que permita facilitar consensos. En esa línea, desde la academia, empresa y organizaciones que día a día proveen servicios fundamentales, es fundamental entender que nos encontramos ante un desconocido camino institucional de no retorno y que es nuestro deber ahora visibilizar y promover aquellos ejemplos que mejor permitan construir puentes para darle realismo y legitimidad al proceso.
En pocas palabras, en vez de concentrarnos en la solución o una llegada ideal para redactar la mejor constitución, promovamos desde nuestras realidades una colaboración que permita construir el mejor camino. Si bien la tarea de redacción de la carta misma la ejecutan los Constituyentes, esto se enriquece por proveer desde la sociedad civil de los mejores ejemplos que generen ese espíritu de encuentro que sin caer en la ingenuidad o fundamentalismo, logre destrabar nudos para darle real sentido y sustentabilidad a este camino.