Siguiendo muy de cerca el proceso constitucional chileno ha estado uno de los autores del libro Por qué fracasan los países, James Robinson, quien resalta que el triunfo del Rechazo no fue un fracaso, sino que parte de la discusión que sigue en marcha.

El doctor en Economía de Yale y académico de la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad de Chicago, comenta-vía teleconferencia con Pulso- que no es raro que se necesite más de un intento para lograr tener una Constitución que sea aceptada ampliamente, y recuerda que incluso en Estados Unidos se pasó por varias etapas.

Con todo, Robinson (que escribió el mencionado libro junto al académico del MIT, Daron Acemoglu, con quien también publicó El pasillo estrecho, en 2019) dice que las constituciones, aunque pueden ayudar, no resuelven los problemas de los países.

Sobre Chile, señala además que se necesita una sociedad más inclusiva para lograr el anhelado salto al desarrollo.

Solo unos días después del 18 de octubre de 2019, en entrevista con La Tercera, usted mencionó que se requerían reformas fundamentales para que Chile llegue al desarrollo. ¿Cómo ve la situación tres años después?

-Hay mucha evidencia sobre el elitismo en Chile. Y, mientras que en relación con otros países de América Latina, Chile ha sido una especie de gran éxito, todavía hay enormes barreras para hacer ese salto de cerca de US$ 20.000 de ingreso per cápita al año a US$ 50.000 dólares al año. Chile no tiene lo que se necesita para dar ese salto.

¿Qué es lo que se necesita?

-Fundamentalmente lo que tiene que pasar es que la sociedad tiene que ser más inclusiva. La movilidad social tiene que aumentar y creo que el proceso constitucional fue un intento de hacer a Chile más inclusivo, pero fracasó. Y está bien que haya fracasado. La democracia es siempre un dar y recibir. El proceso constitucional fue al inicio masivamente popular, porque tienen esta Constitución escrita por los militares, básicamente ilegítima. Necesita ser reemplazada por algo más democrático, pero la forma de eso va a necesitar deliberación, esfuerzo, y eso está bien. La propuesta de Constitución no fue preferida por la mayoría de los chilenos y hay que empezar de nuevo. Eso no es una derrota. Así es como funciona la democracia. Habría sido mucho peor tratar de implementar una Constitución que fuera considerada como no satisfactoria por la mayoría de los chilenos. Así que creo que es un triunfo para la democracia.

¿El Rechazo entonces no es un fracaso del proceso, sino parte de él?

-Es exactamente eso. Es lo mismo en los Estados Unidos. Cuando escribieron la Constitución en Filadelfia en 1787, mucha gente no estaba contenta con ella, tuvieron que introducir la Carta de Derechos. Lo primero que hizo el Congreso de los Estados Unidos cuando se reunió fue aprobar 10 enmiendas. ¿Sabe por qué?, porque la gente no creía que la Constitución era adecuada, creía que necesitaba ser enmendada inmediatamente. Así que creo que eso es lo que están haciendo los chilenos. Yo no me preocuparía por ello, es una cosa sana. En Chile puedes hablar de estas cosas y puedes discutir y deliberar, y se necesita tiempo para llegar a un acuerdo y eso es la democracia.

¿Tuvo la oportunidad de ver algunos de los detalles de la propuesta constitucional rechazada?

-Algunas de estas cosas fueron controvertidas, como esta noción de que iban a ser un país plurinacional. Supongo que es porque hay una especie de ajuste rápido en la autopercepción de la gente, respecto a sus identidades. Si sólo fueras a Santiago, ya sabes, no te darías cuenta de que hay un montón de gente indígena en Chile o que en realidad la sociedad es más diversa que la impresión que tienes. Pero parte del problema en la ampliación de la inclusión en Chile es la falta de una descentralización fuera de Santiago. Realmente no tengo una opinión sobre si se debe o no llamar un Estado plurinacional. Supongo que es algo muy simbólico para los pueblos indígenas. Puedes ver la razón de eso en Bolivia, quizás mucho más que en Chile, pero es una cuestión simbólica y es el tipo de cosas sobre las que tienes que hacer acuerdos, si te importará lo simbólico o te importarán otras cosas, y tienes que negociar. Además, obviamente hay partes mucho más controvertidas que otras. También estaba la cuestión de si la Constitución desafiaba el tipo de modelo económico de éxito que ha tenido Chile. Supongo que también la gente está muy preocupada por eso.

Hubo críticas al sistema político y de justicia en la propuesta rechazada…

-La gente está expresando sus legítimas preocupaciones sobre esta propuesta acerca de cómo las instituciones deberían diseñarse y creo que sus objeciones son perfectamente legítimas y racionales. Ese tipo de cosas tienen que tomarse en cuenta.

Ahora que el país está comenzando un nuevo proceso constitucional, ¿cuáles son los elementos clave que se podrían incorporar para tener éxito?

-Estas cosas son mucho más complicadas. Los países latinoamericanos han reescrito sus constituciones más que en cualquier otra parte del mundo. Han reescrito interminablemente las constituciones durante los últimos 200 años, y eso no ha resuelto sus problemas.

¿En la región se tiene mucha fe en las constituciones?

-Tienen demasiada fe en resolver sus problemas reescribiendo la Constitución. Las constituciones pueden ayudar un poco. Si se mira otros casos, como el de Colombia cuando reescribieron la Constitución en 1991, intentaron hacerla mucho más inclusiva, añadieron todas estas aspiraciones que nunca pudieron cumplirse, porque el gobierno no tenía la capacidad, o quizás el interés en cumplirlas. Así que ese es un problema de incoherencia e inconsistencias y demasiadas promesas, y ninguna manera de cumplir. Pero otros aspectos de la Constitución eran muy buenos, como la descentralización. Esta apertura de permitir una mayor presión popular en varias partes del Estado era bueno; el reconocimiento de los pueblos indígenas y afrocolombianos ha sido fantástico. Ha sido absolutamente transformador para la sociedad afrocolombiana, pero, ¿ha resuelto eso todos los problemas de Colombia? No, por supuesto que no. Hay que ser realista sobre lo que se puede conseguir con la Constitución. Chile logró lo que ha hecho hasta hoy, a pesar de la Constitución de los militares. Chile ha avanzado desde 1990, eso es innegable.

¿No cree que fue la Constitución actual la que permitió a Chile tener mejores resultados que sus vecinos?

-No, mi experiencia en Chile es que creó un eje de polarización. Esa experiencia militar todavía arroja una sombra sobre Chile. La gente reconoce colectivamente que lo que hizo el presidente Allende no fue un camino hacia la prosperidad, fue simplemente polarizante y, si los militares no hubieran dado un golpe de Estado, él habría sido expulsado del cargo en la siguiente votación. Era desesperadamente impopular. Él llegó al poder solo porque los democratacristianos lo apoyaron cuando obtuvo poco más de un tercio de los votos. Él habría sido expulsado del poder y se habrían alejado de ese modelo. Creo que hay que pensar en cuál es el contrafactual. Chile tiene una larga historia de éxito relativo en América Latina. Para mí se remonta al siglo XIX. Chile nunca se pareció a Colombia o Argentina o Perú. Siempre ha tenido un estado central mucho más eficaz, ha sido mucho mejor en la provisión de bienes públicos, en la construcción de infraestructura, carreteras. Incluso militarmente eran mucho más eficaces. Hay que mirar el panorama general aquí.

¿Y el desarrollo del modelo económico?

-Los primeros 10 años de la política económica del gobierno militar fueron un desastre, hubo dos enormes crisis, el ingreso per cápita básicamente no mejoró en absoluto. Sí hubo crecimiento económico en los últimos años de los militares, pero eso tiene más que ver con los precios del cobre. Sí, Allende tenía malas políticas, otras venían de los años 60 y 50, y estaba este intento de industrialización, de “sustitución de importaciones”. Había muchas distorsiones en el régimen comercial. Y sí, los militares se deshicieron de ellas, pero como se deshicieron de ellas en toda América Latina, ya sabes, en los años 90, y sin tener un golpe militar, sin miles de personas asesinadas.

¿Es un problema que en el mundo político se prometan demasiadas soluciones con la Constitución y luego no se pueda cumplir?

Sí, es una tontería. No hay precedentes en la historia para tal cosa y definitivamente no es cierto. ¿Los Estados Unidos son los Estados Unidos debido a la Constitución? En absoluto. La Constitución fue el resultado de un largo proceso, un largo proceso de ajuste de las instituciones y estaba sucediendo en un contexto bastante inclusivo y tomó tiempo para hacerlo bien. Antes de eso había una Constitución diferente llamada Artículos de la Confederación, que no funcionó. Luego reconocieron los problemas y tuvieron otro intento, así que se necesita tiempo para conseguir que la Constitución sea correcta. O miremos a Gran Bretaña, Gran Bretaña no tiene una Constitución. Es tonto pensar que la Constitución es una varita mágica para cambiar Chile. No, eso va a tomar tiempo y va a tomar muchos otros tipos de reformas y cambios en la sociedad.

¿Hay algún límite que deba establecerse de antemano para este nuevo proceso?

-Es difícil definir cuáles son los límites. El límite final es que tienes que conseguir que la gente lo ratifique. Creo que las cosas van mal cuando te desvías de eso. Mira a los colombianos, que tuvieron este acuerdo de paz con las FARC y luego no fue ratificado. ¿Y qué hicieron los políticos? Lo ignoraron. Y el presidente Santos, básicamente, apresuró algo en el Congreso después de que la gente rechazó el acuerdo. Eso ha sido un desastre en Colombia; el presidente Santos no pudo enfrentarse a que su “bebé” fuera rechazado por la gente. Me parece que esa no es la forma chilena de hacer las cosas, el Presidente Boric no ha reaccionado de esa forma.

¿Qué le parece que en la región recientemente ha habido una ola de nuevos gobiernos de izquierda?

-Las olas de gobiernos de izquierda van y vienen y hay una gran diferencia entre estos diferentes tipos de izquierdas. Hay que considerar que la democracia es una cosa bastante nueva en América Latina, pero en un contexto de enorme desigualdad y marginación, y muchos agravios que no han sido abordados, y eso es una receta para el radicalismo. Y el radicalismo puede ser de izquierdas o de derechas. En estos últimos tienes a Bolsonaro, o incluso en el caso colombiano fue una carrera muy reñida con (Rodolfo) Hernández, que era una especie de populista de derecha y que en cierto sentido también salió de la nada. Todo esto es una ruptura de la política tradicional y un contexto mucho más democrático, que creo que es emocionante e interesante, pero, en un contexto donde hay enormes problemas. La primera ola de democratización en los años 80: Argentina, hiperinflación; Bolivia, hiperinflación; Perú, hiperinflación. Eso nos muestra algo sobre las presiones que se producen en estos momentos de apertura política. Es un poco aleccionador porque muestra que estos momentos de apertura política crean presiones que son muy difíciles de manejar y que a menudo pueden llevar a políticas económicas y de otro tipo muy malas. Pero esa es la transición y es a lo que se enfrentan.