De liderazgo en tiempos de crisis sabe el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden. En la vicepresidencia, estuvo al pie del cañón junto a Barack Obama para hacer frente a las devastadoras consecuencias de la crisis subprime, experiencia que terminó siendo una suerte de entrenamiento para un desafío todavía mayor.
De derrotar a Donald Trump el martes 3 de noviembre, como lo proyecta el promedio de las encuestas, con un 49,2% de los votos a su favor versus el 44,4% de su contrincante, Biden deberá desplegar un plan de grandes proporciones para abrir paso a la recuperación económica tras la pandemia.
“Es un programa mucho más integral que el que tuvo Obama para salir de la crisis financiera”, señala Stuart Eizenstat, economista demócrata y exsubsecretario de Comercio de EE.UU. “Es un set de políticas más amplias para tomar en cuenta el dramático impacto del coronavirus. No se trata simplemente de poner a la gente a trabajar, sino de desarrollar una nueva economía, una del siglo XXI, para hacernos más competitivos”, detalla.
Para dar con esos resultados, el candidato opositor está apostando por grandes planes de inversión, que demandarán un potente gasto del Estado, recursos que podrían venir de cambios en la política tributaria. Ante esto, las alarmas se han encendido en Wall Street.
Seth Carpenter, economista jefe para Estados Unidos en UBS, señala que “hay una fuerte sensación de que habrá aumento de impuestos, por lo cual los inversionistas están intentando comprender cómo esto va a afectar a los diferentes sectores de la economía”.
Una voz desafiante en la Secretaría del Tesoro
A la hora de ponderar, a los mercados se les nubla más el panorama considerando que la carta más probable para la Secretaría del Tesoro es la exprecandidata demócrata, Elizabeth Warren. Su elección para el decisivo cargo en materia económica “representa una buena noticia para los consumidores y mala para el sector financiero”, de acuerdo a Dana Peterson, economista global de Citi.
Al respecto, detalla que Warren tendría “mucha influencia” para avanzar en el fortalecimiento “de la agencia de protección de los consumidores, dándole facultades para regular y supervisar al sector financiero”. Además, cabe destacar que la actual senadora de Massachusetts también logró instalar al diseñador de su plan de aumento de impuestos, Gabriel Zucman, en el círculo más cercano de asesores de Biden.
Sin embargo, allí también hay otras voces relevantes de la oposición, quienes podrían tironear la conducción económica hacia el centro. Se trata de Tony Blinken, el exasesor adjunto de seguridad nacional en la Casa Blanca de Obama-Biden, y Lawrence Summers, el exsecretario del Tesoro. Este último, usualmente confrontado con el ala izquierda del partido, ya aclaró que no ingresará a la administración con un cargo formal.
Según lo consignado por The New York Times, los liberales además cuentan con otros tres nombres relevantes en el equipo: Jared Bernstein y Ben Harris, dos execonomistas en jefe de Biden de su época como vicepresidente en la Casa Blanca, y Heather Boushey, execonomista principal de Hillary Clinton para la elección de 2016.
Más gasto del que se había anticipado originalmente
Más allá del equilibrio de fuerzas entre las dos almas del Partido Demócrata, es innegable que lo que marca la pauta es la crisis. “Tenían grandes planes de gasto fiscal incluso antes de la pandemia. Eso se incrementa con el coronavirus”, asegura Peterson, apuntando a los estímulos que se van a requerir para impulsar la economía estadounidense.
En concreto, Biden propone un programa de gasto fiscal de varios billones de dólares en una década, aunque parte importante se gastaría durante la administración 2021-2025.
Ese es el caso de los fondos destinados para “construir una infraestructura moderna y sostenible y un futuro de energía limpia equitativa”, según se lee en el sitio web del candidato. “Biden hará una inversión acelerada de US$ 2 billones (millón de millones), con un plan para desplegar esos recursos durante su primer mandato, colocándonos en un rumbo irreversible para cumplir con el ambicioso progreso climático”, se detalla.
En el área de infraestructura, el exvicepresidente pretende gastar US$ 100.000 millones para modernizar el sistema escolar, US$ 50.000 millones en la reparación de carreteras y puentes, US$ 20.000 millones para banda ancha rural y US$ 10.000 millones en proyectos viales en zonas pobres, entre otros.
Fuera de ese plan, la danza de millones suma y sigue. Biden contempla US$ 775.000 millones para el cuidado de niños y ancianos, US$ 750.000 millones para la educación superior (gratuidad de al menos los primeros dos años y becas, entre otros) y la misma cantidad para el Obamacare. Se suman US$ 640.00 millones para un plan de arriendo y compra de viviendas; US$ 125.000 millones para la lucha contra la adicción a los opioides, y una cifra todavía indefinida para condonar la deuda estudiantil.
A la luz de estos números, Ross Gerber, CEO de la corredora de California Gerber Kawasaki, asegura que Biden “tiene un equilibrio difícil entre gastar y aumentar los impuestos en los lugares correctos para compensar el costo”.
Los recursos van a provenir de un aumento de impuestos
Más allá de que se presume un incremento de la deuda fiscal, en la campaña de Biden “se ha hablado mucho de aumento de impuestos en numerosas formas”, principalmente como una manera de abordar el nuevo gasto, indica Carpenter.
Específicamente, el candidato no incumbente está considerando recaudar por esa vía un total de US$ 4 billones (millón de millones) en diez años, una política que va en la dirección opuesta de lo realizado por Trump, quien de hecho se ha pronunciado al respecto. “Verán una depresión como nunca han visto. Tendrán que remontarse a 1929. Supongo que no. Es mucho peor que eso”, dijo el mandatario.
Sin embargo, citando la literatura económica, Carpenter sostiene que, “en el contexto estadounidense, un aumento de impuestos a los más ricos tendría más impacto positivo en el crecimiento, que negativo en la economía”.
Para Rebecca Deen, académica de la Universidad de Texas en Arlington, este plan también es un intento por acercarse al electorado de Bernie Sanders, quien fue su principal rival en las primarias demócratas. Según detalla, Biden “quiere restaurar la tasa del impuesto sobre la renta para los que ganan más, al 39,6%, y cambiar la estructura impositiva sobre las ganancias de capital para reflejar la estructura de las ganancias de ingresos (por lo tanto, gravarlos a tasas más altas). Además, pretende gravar a las empresas que ganan más de US$ 100 millones a una tasa del 28%”, desde el 21% actual (antes de 2017 estaba en el 32%).
La agilidad con que avancen estas propuestas, junto con las relacionadas con el gasto fiscal, no depende únicamente de una victoria del Biden en la presidencia, sino que también del resultado de su partido en las elecciones parlamentarias. Si, como se anticipa, se quedan con la Cámara de Representantes, pero no se imponen en el Senado, entonces habrá importantes dificultades para que esas iniciativas vean la luz.
Revirtiendo la desregulación de Donald Trump
Aunque resulte complejo para los inversionistas incorporar esos riesgos en sus escenarios, sí estarían considerando con más anticipación la ola regulatoria que vendría con Biden. “Probablemente revertirá mucha de la desregulación de la administración Trump, especialmente en construcción, energía y en el sector financiero. Eso será muy fácil para él, porque se trata de decretos”, señala Peterson.
Adicionalmente, es posible que se incremente la regulación sobre las grandes tecnológicas. “No creo que en esto Biden sea más estricto que Trump, la diferencia está en el enfoque. Los demócratas están mucho más preocupados por el poder monopólico, mientras que en el caso del Presidente los comentarios han ido más dirigidos a Amazon, porque Jeff Bezos es el dueño del Washington Post, que ha sido muy crítico con su administración”, manifiesta Carpenter.
Si bien Eizenstat concuerda en que con Biden “habrá más ambiente de regulación”, aclara que el candidato de su partido “no es del ala izquierda más reguladora”. De todas maneras, recalca que de seguro se buscará retornar al Acuerdo de París, lo que implicaría mayor regulación medioambiental.
Buscando aliados en la confrontación con China
Este último punto también es relevante en términos diplomáticos. “Creo que con Biden podemos conseguir más aliados también por esa vía”, indica el exsubsecretario de Comercio, quien asegura que ese enfoque predominará en la relación que se establezca con China.
Aunque explica que las preocupaciones sobre supuestas prácticas comerciales injustas es un punto de acuerdo en el bipartidismo estadounidense, Eizenstat plantea que “Biden va a lidiar con este asunto uniéndose con sus aliados europeos y japoneses, más que enfrentándose unilateralmente”.
De hecho, destaca que es una táctica que conoce el exvicepresidente, que siguió de cerca el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económico (TPP), el que a su juicio “fue un trabajo contra China en Asia”.
Por otra parte, Peterson destaca que es probable que Biden “promueva que la cadena de suministro se mueva de China”, en lo que también habría una diferencia con la estrategia actual de la Casa Blanca. “Él está pensando en llevarla a países aliados más que a Estados Unidos, como lo impulsó Trump”, agrega.