El populismo es la trampa de América Latina. Hasta hace poco, se decía que Chile había sorteado esa trampa con políticas progresivas, basadas en evidencia, que permitieron implementar un modelo de desarrollo con equidad. Al poco andar, se hicieron evidentes las limitaciones de ese modelo y desde 2006, el descontento social es notorio, y hoy ha vuelto a explotar. El mero crecimiento económico no basta, especialmente si es escuálido, y la teoría del chorreo no es un relato capaz de mantener el orden social. Ante la falta de un proyecto país, emergen liderazgos populistas que buscan ganancias de corto plazo en las encuestas sin importar las consecuencias.
Las 40 horas semanales es un ejemplo más. Nadie menciona que Chile ya tiene la jornada más corta de la región. No se evalúa su probable impacto ni se consideran alternativas. El principal argumento es que la gente está a favor. Obvio, pero los costos laborales crecerán y eso tiene consecuencias… Si los costos van a aumentar, ¿no prefieren los trabajadores que sea por mayores salarios en lugar de menos horas?
Es fácil para algunos decir, desde una posición de privilegio, que hay que aprender a vivir con menos. Es más, para muchos profesionales, puede ser atractiva una mejor conciliación de trabajo y familia. Sin embargo, la mitad de los trabajadores gana menos de $400 mil (ESI 2018) y la mayoría tiene deudas. La alternativa de subir el salario mínimo tiene varios efectos positivos sobre la economía, largos de enumerar en este espacio. ¿Qué es mejor, menos horas o mejores sueldos?
Los recursos son escasos y hay que priorizar. Si el problema es el tiempo libre, discutamos transporte y vivienda. Si el problema es la eficiencia, hablemos de productividad estancada y cómo mejorarla. Si el problema es la desigualdad, ¿por qué no mejorar el salario mínimo (en vez de bajar las horas) y la progresividad de los impuestos?
La principal tarea de la política es procesar las necesidades ciudadanas y transformarlas en mayor desarrollo humano y cohesión social, no meter goles. Para eso se requiere definir una visión de largo plazo donde nos reconozcamos todos. Es difícil evaluar una política, si no sabemos dónde queremos llegar ni consideramos las alternativas. Si, además, no queremos entender la realidad, la misión es imposible. Y eso no solo es malo para la economía. Es malo para la democracia.