Su nombre está asociado al mundo empresarial -fue líder de la CPC entre 1990 y 1996- y al de las AFP, pues presidió hace algunos años Habitat. José Antonio Guzmán hoy está enfocado en su empresa, pero no por ello ha dejado de seguir de cerca la discusión pública, y en particular las últimas semanas, en las que el retiro de 10% de los fondos de pensiones se tomó la discusión.
Por estos días sigue un confinamiento con “mucho rigor y disciplina, porque a esta altura no estoy dispuesto a contagiarme”. Por la pandemia no ha visto a sus hijos, ni tampoco a sus nietos. Solo la tecnología permite paliar, en algo, este alejamiento.
El encierro le ha servido para “meditar sobre mi vida, la de mi familia y la de mi país, y leer o escuchar opiniones que rara vez tengo el tiempo u opción de escuchar. Un oasis de tranquilidad y sorpresa”, confiesa.
El viernes participó vía remota de una reunión con los altos ejecutivos de Guzmán y Larraín, su empresa constructora. Dice que están listos para activar inversiones en cuanto se despeje un poco el panorama del virus. Ello, pese a todo lo preocupado que está por el nivel del debate público, que se agudizó tras el proyecto que permite el retiro del 10% de los fondos de pensiones. “Nunca había visto tal desprecio de los políticos por los expertos”, reconoce. Y con la misma seguridad agrega: “Volverá el día en que necesitarán escucharlos”.
Afirma que el panorama económico pos pandemia “se ve desolador, no sólo internamente, sino también internacionalmente”, aunque el escenario a nivel nacional “lo veo incluso peor por el clima político que está imperando en el país, por la irracionalidad y la ausencia de liderazgos capaces de enmendar y moderar el rumbo”.
¿Le preocupa la derrota de los técnicos frente a los parlamentarios en este proyecto que permite el retiro del 10% de los fondos de pensiones, o lo asume como normal en un periodo como el actual?
-Entiendo claramente el rol de cada uno, pero nunca había visto tal desprecio de los políticos por los expertos. Habiendo expertos para todas las opiniones, siempre ha existido un respeto recíproco entre ellos, procurando acercar posiciones. Hoy día, sin embargo, los políticos presentan a los expertos como contrarios a lo que opina “la calle” y, por ende, descalifican sus opiniones y no las toman en cuenta. Lo hemos vivido en estos días. Volverá el día en que necesitarán escucharlos.
En particular en este proyecto del 10%, ¿qué consecuencias puede tener?
-El proyecto de reforma constitucional hoy en discusión, aparte de ser un resquicio de consecuencias insospechadas, abre la puerta para la destrucción de las AFP y del ahorro individual, como lo propugna y pregona la izquierda, y da paso al control centralizado de los ahorros previsionales y el consiguiente control político de la población. Como si no fuera suficiente, anula un factor esencial del financiamiento de la inversión y el empleo en Chile.
En el debate afloró el disgusto con el sistema previsional. ¿Se requiere una cirugía mayor?
-Sin duda que el sistema de pensiones chileno requiere de una cirugía mayor. Vivimos más, cotizamos poco a la seguridad social y la población activa disminuye en relación a los pensionados. El sistema de capitalización individual pretendió resolver esos problemas, pero se quedó corto en los parámetros. Las AFP han cumplido una parte del cometido, pero han fallado en socializar su gestión -incluyo mi autocrítica-. Baste decir que de los US$200 mil millones acumulados a hoy día, US$65 mil millones corresponden a ahorro de los trabajadores y US$135 mil millones son fruto de la gestión de las AFP, que ha engrosado el patrimonio de estos.
Usted ha vivido varias crisis chilenas. También protagonizó, desde el mundo empresarial, la política de los acuerdos. ¿Cómo fue posible hacerlo tras el fin de la dictadura?
-La principal razón es pragmática. El país necesitaba regresar a la democracia bajo un régimen de tranquilidad económica y política. La economía ya empezaba a observar síntomas de crecimiento y empleo, y el gobierno del Presidente Aylwin no quería interrumpir esa tendencia, sino más bien aprovecharla para impulsar su política de equidad. A ello se sumaba el fracaso estrepitoso de los socialismos reales y la incipiente apertura del comercio mundial, que impulsó nuestras exportaciones como base del crecimiento y del empleo en Chile.
En el ámbito político, Aylwin había logrado afiatar un equipo de diverso pensamiento, labrado en la oposición a Pinochet, que comprendió y aceptó la estrategia. Los partidos políticos, tanto de gobierno como de oposición, se vieron obligados a sumarse y diferir sus pretensiones, y los empresarios a subirse al carro y aceptar los cambios laborales y tributarios.
Se habla que se requiere volver a la política de los acuerdos, pero parece que las partes no están dispuestas a dejarse convencer ni llegar a un punto intermedio...
-Pienso que la dosis de realismo y buena voluntad que imperó en el retorno a la democracia no está presente hoy día. Tampoco está presente la homogeneidad estratégica ni la ideológica, ni menos la disciplina partidista. Varias de las instituciones que participaron en aquellos acuerdos han perdido su prestigio y credibilidad. A pesar de todo, creo que la única salida hoy es un acuerdo de carácter político, pero no de todos los políticos, sino de aquellos que sean capaces de exhibir cordura, realismo y buena voluntad, excluyendo a aquellos maximalistas que van por todo. Esto requiere de líderes que compartan el objetivo y que sean capaces de abstraerse de la extorsión de la izquierda extrema y de las redes sociales. Hoy día los dirigentes de los partidos y corrientes de centro están completamente neutralizados, usando jerga futbolística, por los mediocampistas de la extrema izquierda.
¿Qué rol debe jugar el empresariado en este debate?
-El empresariado jugó un rol muy importante en la transición política de los 90. Hoy día debe compartir ese espacio con muchas otras instituciones, pero no por eso, ausentarse del debate. Las ideas de la economía de mercado, la iniciativa privada, la libertad de emprender, la libre competencia, el rol subdidiario del Estado y la estabilidad monetaria, por citar algunas, son irreemplazables para reimpulsar el crecimiento económico y recuperar el empleo y los ingresos. La disposición de los empresarios a colaborar en lograr una sociedad más equitativa y con mejores oportunidades sigue estando presente, como en los últimos 30 años, a pesar de las recriminaciones.
Esta discusión se da en medio de una pandemia que está provocando un retroceso de al menos 10 años en indicadores sociales. ¿Cuál es el riesgo de no ponerse de acuerdo?
-El enorme progreso logrado en Chile en los últimos 30 años está grabado en la retina de los chilenos y de sus familias. No podrán borrarlo los cantos de sirena de quienes quieren destruirlo todo y comenzar de cero. Precisamente por esto, el riesgo para la paz social es muy alto si el sistema político no es capaz de ofrecer soluciones o al menos perspectivas de una recuperación pronta. La extrema izquierda busca dilatar la recuperación y aprovechar la ocasión para destruir el sistema de mercado, extorsionando con la violencia organizada y amparada por ellos mismos. La pobreza no ha sido tema de preocupación de la extrema izquierda. Al contrario, le ayuda a sus afanes de control ciudadano por la vía de bonos, como ocurre en Argentina.
Se viene una discusión constitucional con plebiscito. ¿Cómo ve el escenario? ¿Qué le indica su experiencia?
-Veo con gran preocupación la celebración del plebiscito de octubre. Más allá del impacto en abstencionismo que provocará la pandemia y que deslegitimará el resultado, iniciar un proceso constitucional en medio de un conflicto político tan acentuado como el actual nos llevará a una polarización aún mayor y a un escenario altamente incierto por un largo tiempo, que choca con los propósitos de recuperación que exige la mayoría del país. Soy partidario de rechazar la reforma e instalar desde ya una mesa de negociación constitucional, con actores de diferentes instituciones sociales, que acuerden las modificaciones que sea necesario introducir a la Carta actual.
Hace algunos años comentó que se venía una gran demanda ciudadana al Estado, pero que como estaba no sería capaz de satisfacerla. ¿Ha habido avances en eso?
-Es evidente que la demanda se produjo y se seguirá produciendo. Más aún, pienso que se ha debilitado el concepto de que el progreso obedece principalmente al esfuerzo personal, pero no es el tema de ahora. Mucha de aquella demanda provino de sectores con alto poder de presión política, que el Estado fue capaz de satisfacer gracias al crecimiento económico y a los ahorros fiscales acumulados en tiempos de vacas gordas, pero dejó afuera a grupos menos poderosos que hoy reclaman lo suyo. Creo que la satisfacción de esa demanda no obedeció a criterios éticos ni de prioridad social, pero hoy son muy difíciles de revertir, como por ejemplo la gratuidad universitaria casi indiscriminada. La utilización de los ahorros fiscales en esta pandemia y el creciente déficit fiscal y endeudamiento auguran pocas opciones de continuar satisfaciendo esas demandas.
Dice que falta liderazgo, ¿quién es el llamado a sacar al país de este escenario que usted describe?
-No visualizo ningún nombre por ahora. Y no estoy seguro que un nombre sea suficiente. Tal vez (Andrés) Allamand en la derecha y (Carlos) Montes en la izquierda, pero un acuerdo de moderación requiere más nombres de peso, no necesariamente de políticos.
¿Qué le diría al Gobierno?
-El Gobierno y, particularmente el Presidente, están desgastados. Han hecho un esfuerzo enorme, pero se han encontrado con tres episodios ajenos a su responsabilidad y absolutamente inesperados, como son la crisis de violencia de octubre, acompañada de una manifestación social, la pandemia de Covid-19, y las duras consecuencias económicas de ambas. A ello se suma una irracional y despiadada estrategia del PC y el Frente Amplio de obstaculizar y dilatar cualquier iniciativa del Gobierno que tienda a mejorar la condición de la gente, estrategia sumisamente respaldada por el resto de la oposición.
Faltando menos de dos años para su término y con numerosos procesos electorales en el intertanto, creo que su mayor contribución puede ser mantener estrictamente el orden público y reconstruir el ideario de la derecha que lo llevó al poder.
¿Un mensaje al mundo empresarial?
-No pretendo ni puedo dar lecciones a nadie. Yo soy un empresario y moriré siéndolo, pensando en cómo construir algo desde cero, cómo estar siempre preparado para aprovechar las oportunidades, cómo contratar más trabajadores y mejorarles sus condiciones, cómo innovar para ser competitivo. La mayoría de los empresarios que conozco piensan igual. Pero no me hago ilusiones de poder partir.