No todo fue tan malo en 2020. Si bien fue un año marcado por las dificultades económicas en medio de una pandemia global y de muchísima incertidumbre, Josefa Monge, presidenta ejecutiva de Sistema B, sostiene que hay varios elementos rescatables.
“Fue un año de mucha innovación y transformación, de repensarse, conectarse con el propósito económico, social y medioambiental que las empresas B declaran. Este propósito, que se pone a prueba en los tiempos difíciles, es también una fuente de energía, de voluntad y de resiliencia muy notable”, dice.
Sistema B es una organización sin fines de lucro que promueve la existencia de las llamadas Empresas B, sello que certifica que el propósito empresarial de una compañía es también socioambiental y, de esta forma, ser un agente de cambio para una nueva economía. “Estamos probando la hipótesis de que las empresas con esta mirada de triple impacto (social, económico y medioambiental), tienden a ser más resilientes. Hemos escuchado tantas historias increíbles de cómo las empresas B se han desenvuelto en este ciclo, con el foco en las personas, innovando en su modelo de negocios, poniéndose al servicio de la emergencia con nuevos productos y servicios, y liderando iniciativas solidarias y comunitarias, que se van a plasmar en una publicación que sacaremos próximamente”, adelanta su presidenta ejecutiva.
Uno pensaría que en medio de un contexto de crisis sanitaria y económica, es más difícil que las compañías se abran a incorporar políticas de sustentabilidad o que siga siendo algo “prioritario” en las labores productivas...
-En estos contextos de crisis puede existir la tentación de recortar algunos presupuestos, en especial aquellos no esenciales. Si la comunidad o el medioambiente no son esenciales para los administradores y socios de una empresa, es claro que puede pasar al segundo plano. Sin embargo, bajo la mirada de mediano o largo plazo, recortar las prácticas de sustentabilidad puede ser muy contraproducente y hasta riesgoso.
Se está dando cada vez con mayor claridad que ni al consumidor, ni al trabajador, ni al inversionista les son indiferentes las prácticas de la empresa donde compra, trabaja o invierte: llegó el momento en que lo social y medioambiental es ineludible y compatible con el resultado económico. Una empresa que no sea capaz de satisfacer esas exigencias, será progresivamente abandonada por sus clientes, indiferente para sus trabajadores y evitada por los inversionistas.
Entonces, ¿usted estaría de acuerdo con quienes creen que la pandemia es una buena oportunidad para repensar la economía con criterios de mayor sustentabilidad?
-Totalmente, necesitamos mirarnos en el largo plazo. Esta crisis va a pasar, pero vendrán otras. Priorizar el cuidado de las personas y el medioambiente es precisamente una de las respuestas a las múltiples crisis que enfrentamos en la actualidad.
Hemos visto cómo la precariedad de las condiciones de vida de muchos quedó al descubierto con la pandemia. La sequía y otros efectos de la crisis climática también la sufrirán intensamente los más vulnerables. Es imperativo que cada uno, desde donde nos toque, trabaje por mejorar la vida de las personas en todas sus dimensiones y respetar los límites del planeta. Y aquí el liderazgo de empresarios y emprendedores es clave, tanto por su capacidad movilizadora como por la permeabilidad territorial de la empresa. Necesitamos reforzar el tejido social, un medioambiente en equilibrio y un propósito común, o lo vamos a pasar muy mal.
¿En qué está hoy Sistema B? ¿Qué políticas vienen impulsando?
-Estamos impulsando en la región la mirada de triple impacto en las compras públicas, ya que el Estado, como uno de los grandes compradores, podría perfectamente incorporar con mayor decisión criterios socioambientales en la selección de sus proveedores de bienes y servicios, y en sus decisiones de compra. Además, estamos trabajando para generar mejores oportunidades comerciales para las empresas de triple impacto, a través de un intenso programa de rondas de negocios online que desarrollamos con Corfo y otros aliados, tanto territoriales como sectoriales. Estamos fortaleciendo y creciendo en comunidades B regionales: Patagonia, Valparaíso, Biobío, Antofagasta, entre otras. Y fortaleciendo los vínculos de interdependencia entre empresas B, a través de acompañamientos entre pares y dando visibilidad a sus historias de impacto.
Desde octubre 2019 estamos viendo un alza importante en el número de empresas que utilizan nuestra Medición de Impacto B como una herramienta de gestión, que es muy completa, ya que mide el modelo de negocios en relación con el impacto en los trabajadores, clientes, comunidades, el medioambiente y las prácticas de gobierno corporativo. En 2020 se certificaron 41 nuevas empresas B, llegando a 174 en total.
Más allá de este crecimiento, ¿qué desafíos tiene aún el país? ¿Hay reticencia aún a incorporar políticas sustentables?
-Veo cada vez menos reticencia. Personalmente, una de las cosas que más me atrae de Sistema B, es que es un movimiento de empresarios que han asumido el liderazgo con conocimiento de las dificultades y las satisfacciones que conlleva sacar adelante una empresa. Si alguna vez hemos sido vehementes, es porque creemos que hay cambios que deben acelerarse antes de que sea demasiado tarde, como la crisis climática y la inequidad social. Nos apena que algunos empresarios se pongan a la defensiva frente a las empresas B, porque no hay nada más ajeno a nuestro espíritu. Sumarse al “movimiento B” es una invitación a ser cada día mejores, no es un club de las empresas “perfectas”. Buscamos que haya empresas extraordinarias, que generen alto valor para la sociedad y altos retornos para sus inversionistas. Que no sea indiferente ganarse la plata de cualquier manera, en perjuicio de otros, que debe hacerse en armonía con el entorno en el cual se desenvuelven, para que todos podamos sentirnos orgullosos de nuestras empresas.