El domingo pasado, en el comando de campaña del recién elegido presidente ucraniano tronaba el jingle de la popular teleserie nacional que ha conquistado a la audiencia en los últimos meses. Su trama se mezclaba con la realidad. El actor, quien personifica en la pantalla chica a un honesto profesor de colegio que azarosamente había llegado a la presidencia para derribar la corrupción de la clase política, había arrasado con más del 70% de los votos y se convertía en el nuevo mandatario ucraniano.
Cuando en la noche de Año Nuevo, Volodymyr Zelensky, actor y comediante de 41 años, lanzó su campaña presidencial tuvo que explicar varias veces que no era una broma. Iba en serio. Ahora ha debido apaciguar al mundo económico aclarando que no tirará al tacho el perentorio financiamiento del FMI, no obstante, sí lo había hecho actuando en la pantalla chica. Su personaje dio en el clavo de los anhelos de un país golpeado. Zelensky es un caso más del voto de confianza que las democracias están depositando en candidatos no tradicionales. Ya sea para deshacerse de dinosaurios políticos, perseguir la corrupción o simplemente alimentar las últimas esperanzas de mayorías frustradas. Ucrania se suma a Brasil, México, Filipinas, Italia, Austria y Estados Unidos, entre otros ejemplos, del prevalente ascenso de candidatos heterodoxos.
Cuando aún ardía el techo de Notre Dame, la familia Pinault -dueños de Gucci- anunciaron €100 millones para su reconstrucción. A las pocas horas, su archirrival, el clan Arnault -controladores de Luis Vuitton-, comprometieron el doble. Varios los siguieron y en una semana se juntaron mil millones de euros. Incluso, en los supermercados de París se puede donar a Notre Dame los centavos del vuelto. Este tipo de filantropía, icónica de la cultura estadounidense, es una novedad en Francia. El otrora orgulloso Estado francés habría mirado con desdeño y desconfianza tales iniciativas. Pero ahora sus alicaídas arcas fiscales y déficit crónico han llevado su deuda a niveles equivalentes al producto del país.
La fuerza del Estado francés, y de la mayoría de los países de Occidente, ya no es lo que era. Los salvatajes de la crisis financiera y la lenta recuperación dispararon la deuda de los gobiernos. El FMI no deja pasar oportunidad para alertar el riesgo de crisis fiscales. Desde la Segunda Guerra Mundial que las economías avanzadas no tenían niveles de deuda como las actuales. Y las emergentes no se encuentran mejor. Su situación solo es comparable a los desastrosos años 80.
Para Alan Greenspan, por otro lado, es más preocupante aún la deuda que no se ve en los balances. Bajo su perspectiva, la verdadera bomba de tiempo fiscal son los compromisos de gasto social que crece en piloto automático por el envejecimiento de la población. En los últimos 35 años, Francia subió su gasto social de 20% a 32% del producto. En Estados Unidos, tales gastos han aumentado a un promedio de 9% anual desde 1965 a la fecha.
Según Greenspan, abultados subsidios sociales son un lastre para el crecimiento económico. Su carga disminuye el ahorro privado, erosiona las fuentes domésticas de capital para invertir y empuja a los países a financiarse con deuda extranjera. La contraparte de este endeudamiento es un déficit entre exportaciones e importaciones, el cual conlleva menores oportunidades de empleo local, pues hay un mayor consumo de bienes extranjeros… La batalla central que Trump ha intentado librar.
La carencia de buenos empleos ha sido terreno fértil para la disrupción de candidatos no tradicionales. El peligro es que los gobiernos, entre la abultada deuda y altos compromisos sociales, cuentan con muy pocas herramientas para revertir la situación. Producto de ello son los heterodoxos ataques de Trump a la Fed por una política monetaria más laxa.
Aterrizando en nuestro país, en este enjambre de situaciones debemos contextualizar los esfuerzos de La Moneda por empujar sus reformas tributarias, de pensiones, de salud y laboral. Primero, la clase política debe comprender que no estamos para payasadas. Su piso, en tiempos de outsiders políticos, es más frágil que nunca. Por ello, el alineamiento del oficialismo y, más importante aún, la seriedad de la oposición son perentorios.
El país necesita reformas que detengan la preocupante tendencia del balance fiscal. Y luego recelar nuevos compromisos sociales. Evitar a toda costa vergonzosos casos como la gratuidad universitaria, cuya carga crece devorando el preciado presupuesto educacional. Aún estamos lejos de Ucrania, en donde Zelensky deberá intentar revivir la economía de un país aún en guerra con Rusia. Sin embargo, no es inverosímil imaginar a Stefan Kramer en La Moneda en unos años, si no logramos desbloquear las reformas sobrias y serias que tanto necesita el país para acercarse al desarrollo.