
La columna de Claudio Pizarro: “¿Dónde está el valor después de 50 años?”
"Latam y Copec con más de 90 años de historia, y SQM, con más de 50 años, son ejemplos de empresas nacionales que, más allá de sus diferencias, han construido sistemas institucionales capaces de sostener su crecimiento y superar dificultades".

Los últimos 25 años del siglo XX estuvieron marcados por el triunfo de la democracia liberal sobre los regímenes totalitarios, simbolizado en la caída del Muro de Berlín. Los primeros 25 años del siglo XXI, en cambio, muestran una tendencia contraria: el avance de gobiernos autocráticos, incluso en democracias consolidadas. No es una situación aislada, sino que una deriva que revela una dificultad más profunda: las instituciones políticas no son capaces de ofrecer respuestas efectivas y legítimas a sus ciudadanos.
La calidad institucional —entendida como la fortaleza de las reglas, los contrapesos y la capacidad de articular intereses diversos— vuelve a estar en el centro del debate. Por eso no sorprende que Acemoglu, Robinson y Johnson hayan sido reconocidos recientemente con el Premio Nobel de Economía: su investigación muestra que los países con instituciones que promueven el Estado de derecho, amplían derechos individuales y proveen bienes públicos crecen y prosperan más que aquellos donde el poder se concentra en élites cerradas.
Esta lógica no se limita al ámbito estatal. También aplica, con fuerza, al mundo empresarial. Las compañías que desarrollan estructuras institucionales sólidas —con buen gobierno corporativo, procesos deliberativos y mecanismos de control— son las que logran superar crisis, innovar y proyectarse en el tiempo. Latam y Copec con más de 90 años de historia, y SQM, con más de 50 años, son ejemplos de empresas nacionales que, más allá de sus diferencias, han construido sistemas institucionales capaces de sostener su crecimiento y superar dificultades. En cambio, empresas como Kodak, Blockbuster y, más recientemente, Awto en Chile nos recuerdan que no basta con una buena idea o un liderazgo carismático aislado. Clave saber adaptarse.
Hay más valor en juego construyendo empresas muy institucionales en su proceso de toma de decisiones, que incorporando nuevas tecnologías digitales y ciencia de datos (42 %), innovación tecnológica (40 %) y visión estratégica (30 %), tal como indica la reciente encuesta del Instituto de Directores de Chile. En esa misma encuesta, se indica que los perfiles indispensables para el Directorio son innovación, tecnologías digitales y disruptivas (40 %), mientras que ciencias sociales tiene solo un 10 %. ¿No será hora de preguntarnos si estamos mirando el problema desde el ángulo correcto?
Los desafíos empresariales más importantes no se resuelven con más y mejores herramientas, sino con una mejor comprensión del contexto, de la naturaleza humana que nos rodea y de los dilemas éticos involucrados en cada decisión. Liderar implica movilizar personas y comunidades, comprometerlas en procesos de transformación profunda. Y para lograrlo, debemos comprender que la creación de valor mutó, por lo que en los directorios y gerencias debiera haber mayor presencia de filosofía, literatura e historia.
No hay forma de proyectar una empresa en el tiempo si no construimos comunidades valiosas para sus integrantes, donde la confianza sea la regla y los objetivos colectivos sean conocidos por todos. El respeto a la dignidad de las personas también debe ser un principio básico. Así se construyen empresas que crean valor en forma sostenida en el tiempo.
Felicitaciones, socios, por lo que construyeron y han dejado como legado para los que vienen con la misma impronta después de 50 años, con la misma pasión, rigor y creatividad. Hacerlo correcto y hacerlo bien.
*El autor de la columna es profesor adjunto de ingeniería industrial en la Universidad de Chile y managing partner en CIS Consultores
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