El día en que conmemoramos la ruta por la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres, la baja tasa de natalidad que hemos tenido conocimiento no puede dejar de ser un tema de reflexión.
En promedio en Chile están naciendo 1.3 hijos por mujer, cifra que revela que muchas no están optando por la maternidad o no están pudiendo optar por ella.
Ante los por qué, aún no tenemos respuestas irrefutables sino solo hipótesis, pero sí la certeza que debemos hacernos cargo y de manera urgente. Porque un país donde en un año nacen menos de 180 mil niños no es sostenible por el más vasto de los problemas: el humano.
Las mujeres, históricas y anónimas, han transitado extenso camino para lograr la autonomía que les permita sostenerse sin dependencia de un “otro” y con ella, alcanzar su plena libertad y dignidad; anhelo que ha avanzado junto a los derechos educacionales, civiles y políticos, pero que no se ha alcanzado plenamente, persistiendo brechas de género especialmente en el área económica.
En nuestro país, menos de la mitad de las mujeres tiene un empleo remunerado dependiente o independiente, sea formal o informal, cuando en educación superior llenan más de la mitad de las matrículas y de los títulos.
Y la realidad es que una mujer que no tiene ingresos propios no puede tomar por sí misma muchas decisiones, algunas triviales y otras esenciales como librarse de la violencia. Y es aquí donde, a mi entender, está lo terrible y la profundidad del dilema: elegir entre maternidad y libertad; dolor que asciende mientras desciende el nivel socio-económico.
Porque poder trabajar remuneradamente y ser también madre es hoy una alternativa mayor para las mujeres que nacen en esferas de más recursos. Mientras la participación laboral de las mujeres del quintil de mayores ingresos es del 76,6%, es menor al 30% en el quintil de menores ingresos. Y aquellas que sí pueden trabajar con remuneración, tienen ingresos promedios 25,5% menor al de los hombres, diferencia que se eleva a 31 puntos porcentuales cuando hay presencia de niñas y niños menores de tres años en el hogar.
Y en tanto el 3,1% de las mujeres del quintil de mayores ingresos está fuera de la fuerza laboral por razones de cuidado, la cifra asciende a 17,3% en las mujeres del quintil de menores ingresos.
Tengo la convicción que no es la desvalorización de la maternidad ni la egoísta concepción de ella como una carga lo que ha llevado a la preocupante baja de natalidad, sino el conflicto entre libertad y maternidad. Es entonces esta cáustica discordia lo que puede estar incidiendo en lo que Paula Escobar ha calificado acertadamente en su última columna en La Tercera como “la renuncia silenciosa”.
Si bien las soluciones no pueden ser simplistas ni cortoplacistas, hay algunas posibles de implementar por actores que determinan la vida de las personas: las empresas, entregando condiciones laborales de adaptabilidad y corresponsabilidad parental que permitan trabajar fuera del hogar y dentro de él con tiempo para criar y cuidar; el Gobierno, presentando un nuevo proyecto de ley de sala cuna o una indicación al que está en trámite, y llenando de contenido el sistema nacional de cuidado; y el Congreso, aprobando las reformas impostergables, comenzando también por sala cuna.
Ojalá sean estos los solidos compromisos empresariales y políticos este 8M y no charlas ni discursos efímeros.