Hace pocos meses nos enteramos de que la población mundial superó los 8 mil millones de personas, triplicándose en 70 años. Al mismo tiempo, el ingreso real por habitante creció más de cinco veces en ese lapso. Luego, no es de sorprender que aparezcan síntomas de que el planeta nos está quedando chico. Desde las pandemias hasta el calentamiento global, pasando por la alarmante pérdida de diversidad biológica, todo indica que hemos entrado en una zona de riesgo para la continuidad de la vida humana en el planeta.
Recuperar una senda de desarrollo sostenible a nivel global es un megadesafío, que requiere colaboración internacional para lograr tres objetivos: primero, un ajuste gradual y ordenado de la población humana, ya que cada persona adicional presiona a la naturaleza por servicios para vivir y absorber desechos. Segundo, limitar el aumento de consumo material por habitante a lo que es sostenible, que sin duda es menos de lo que consumen las familias acomodadas actuales, por lo que hay que ajustar expectativas. Tercero, aumentar la eficiencia con que usamos el agua, la energía, el suelo y los otros servicios que brinda la naturaleza. La transición energética es una de las dimensiones en que se debe avanzar. Mientras más rápido se progrese en uno de estos objetivos, menor será el ajuste requerido en los otros.
En este panorama, el que el crecimiento de la población esté desacelerando rápido, tanto en Chile como en el resto del mundo, es una buena noticia. En los países desarrollados el número de hijos por mujer ha caído bajo 2,1, que es el número que estabiliza el tamaño de la población. China hace ya tiempo que está muy por debajo de ese guarismo, e India acaba de llegar a ese nivel. Lo mejor es que en buena medida esto es un ajuste voluntario, apoyado en mayor poder de las mujeres para decidir sobre el número de hijos que quieren tener, en un mundo que hoy ofrece mayores oportunidades de desarrollo fuera del hogar.
El ajuste demográfico es esencial para un tránsito gradual hacia una trayectoria de mejora sostenible en las condiciones de vida de la humanidad. Esto va a significar menos trabajadores y una mayor carga financiera para dar seguridad económica a los ancianos, pero no es algo que haya que evitar, sino suavizar y acomodar para eludir un deterioro masivo en las condiciones de vida.
Aterrizando en Chile, vale la pena reconocer que cuando se compara la población por hectárea, excluyendo desiertos, glaciares, montañas, todos paisajes bellos, pero poco hospitalarios, nuestro país se parece más a Alemania o Francia, que a Argentina o Estados Unidos. Es decir, Chile es un país densamente poblado. D
esde mediados del siglo pasado hasta ahora, los chilenos pasamos de algo menos de 7 millones a 19,6 millones, y se nota. Los mayorcitos podemos dar fe de cómo ha crecido el tamaño de las ciudades, cómo ha aumentado el tiempo que toma viajar de la casa al trabajo y del aumento de las toneladas de basura que rodean a pueblos y ciudades. La tendencia al alza de los valores de los terrenos urbanos refleja, al menos en parte, escasez.
Chile parte de una situación privilegiada para hacer una buena transición a un desarrollo sostenible. Menor población es una oportunidad para mejorar la educación y compensar menor cantidad con mayor capital humano por persona. Mejor longevidad facilita una vida laboral más larga, siempre que haya flexibilidad para ajustar diversas modalidades y jornadas de trabajo. Contar con una base amplia de ahorro y capitalización para la vejez es una fortaleza de nuestro sistema de seguridad social. Nuestros recursos naturales son esenciales para la transición energética y, por ende, un activo para apalancar inversiones que apoyen un crecimiento económico.
La solución a la crisis demográfica no es destruir las últimas reservas de naturaleza para dejar espacio a futuros chilenos, sino que facilitar los ajustes a una menor natalidad en el mercado del trabajo, en los sistemas de pensiones y de salud, así como de la economía en general. Para ello se requieren políticas públicas que apunten a lograr un desarrollo sostenible basado en la realidad del siglo XXI y no en visiones ancladas en la economía del siglo XIX.
El autor es Profesor adjunto Instituto de Economía UC