La columna de Óscar Landerretche: “Monos peludos… y de poto colorado”
Recomiendo prestar atención al profesor Robert Sapolsky de la Universidad de Stanford. Primatólogo y neurobiólogo que pasó tres décadas viajando cada verano al sur de Kenia, a la tierra de los Masai, al norte del Serengueti, a estudiar comportamientos sociales y condiciones de salud de una tropa de papiones (en chileno, monos de poto colorado). Recomiendo su clásico Por qué las cebras no tienen úlceras, de 1994, también Compórtate: la biología tras nuestros mejores y peores comportamientos, de 2014, y su libro más reciente, del 2023, titulado Determinado: una ciencia de la vida sin libre albedrío.
Este último ha generado polémica debido a sus argumentos en contra de la existencia de la autonomía de la voluntad tal como se entiende hoy y, por ende, su cuestionamiento implícito a supuestos doctrinarios de los sistemas ideológicos más extremos en pugna dentro de la hegemonía cultural liberal: el anarco-capitalismo y el anarquismo posmoderno.
La idea, extensamente sustentada en evidencia científica, es algo incómoda. En simple consiste en entender que somos máquinas neurobiológicas que procesamos, mezclamos y sintetizamos códigos genéticos y herencias culturales de origen evolutivo. Las vamos interactuando con casualidades históricas y experiencias vividas para generar la particular mezcla biológico-cognitiva-cultural de cada cual. Somos individuos únicos (sagrados, dirían los cristianos; soberanos, dirían los liberales), pero a la vez determinados por esa herencia de genética, cultura, historia y vivencia y, por ende, no muy libres que digamos. Lo que experimentamos como “libertad individual” sería nuestra experiencia descubriendo y realizando aquello que, en realidad, siempre fuimos.
Los papiones que estudió Sapolsky se encuentran singularmente adaptados a su medio ambiente. Les basta con 3-4 horas de trabajo para alimentarse al día y la fuerza de su tropa los blinda contra depredadores. Viven en un ambiente de abundancia tal que sus tasas de mortalidad infantil son menores que las de algunas comunidades humanas que los rodean. Como resultado de esto, pueden dedicar hasta 12 horas al día a comportamientos sociales (o antisociales) que forman parte de las dinámicas que sostienen (o no) a la tropa.
Sapolsky descubrió fenómenos sugerentes. Por ejemplo, que el comportamiento de los machos varía muchísimo dependiendo de su posición en la escala social. Cuando se dan cuenta que no pueden ascender y se encuentran dominados, suelen desarrollar patologías de salud mental, somatizaciones corporales e incrementar sus niveles de violencia hacia quienes están más abajo. Esto es tanto que, a veces, los animales dominantes deben intervenir para mantener ese abuso a raya con el objeto de preservar la cohesión. ¿Les suena conocido? ¿Narco barrios, maltrato intrafamiliar, acoso laboral… etc.?
Hay otra. La sociedad de los papiones es patriarcal. Los machos compiten despiadadamente por el poder. Algo interesante es que cuando se encuentran en competencia por supremacía, son capaces de niveles elevadísimos de agresión, brutalidad, abuso, engaño y traición. Pero cuando llegan al poder suelen cambiar hacia estrategias psicológicas que incluyen maniobras sociales para minimizar el conflicto y violencia bajo ellos. Les gusta la violencia cuando compiten por el poder, pero la condenan indignados cuando ya lo tienen.
Hay más paralelos interesantes pero no les voy a hacer “spoiler” como dicen ahora. Solo recomendarles los libros del profesor Sapolsky. Lo que sí recomiendo, sobre todo para aquellos leyendo esto con mueca socarrona, es considerar si es que los únicos monos son esos que se les vinieron a la mente o si hay en los comportamientos propios laborales, familiares, empresariales y políticos, algo de mono.
De mono peludo… y de poto colorado.
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