Durante los tres últimos siglos la investigación científica se ha focalizado en modelos matemáticos descritos por una ecuación. Y el éxito ha sido extraordinario. La cantidad de ecuaciones formuladas para describir distintos fenómenos es inmensa.
Ecuaciones hay para todos los gustos. Una de Einstein (la que establece la equivalencia entre energía y masa), es breve y potente. Es posiblemente la ecuación más conocida entre gente sin formación científica.
La segunda ecuación de Newton (fuerza igual masa por aceleración), es también muy simple de escribir.
Hay otras más complejas e intimidantes debido a los símbolos empleados. Las cuatro ecuaciones de Maxwell son un buen ejemplo (se pueden ver en internet), aunque estéticamente son de una belleza imposible de negar. Lo mismo sucede con la ecuación de Schrodinger. Todas han demostrado ser útiles para describir fenómenos observables.
Sin embargo, a pesar de todos sus aportes, las ecuaciones tienen limitaciones: hay fenómenos que simplemente no se pueden modelar con ecuaciones.
Los avances computacionales de los últimos cuarenta años han mostrado claramente como simulaciones basadas en algoritmos (recetas que permiten generar un proceso, más que calcular un resultado) capturan elementos que una ecuación no puede describir. Lo mismo sucede con las técnicas usadas en inteligencia artificial (redes neuronales, por ejemplo).
La proliferación de estas técnicas, que no se apoyan en una teoría sólida en el sentido clásico del término, sino que más bien son el resultado de disponer de extensas bases de datos y una capacidad computacional casi infinita, van a aportar nuevos conocimientos. Pero irán lentamente desplazando la relevancia de la ecuación.
El punto de equilibrio de toda ecuación, el centro de gravedad en torno al cual gira el balance de ideas detrás de esta, es el signo igual. A la izquierda de este, puede haber un conjunto simple o enmarañado de símbolos; a la derecha, lo mismo.
Y la magia de la ecuación radica en que estos símbolos, aunque diferentes, representan conceptos equivalentes, conectados a través del signo igual.
Sería irónico entonces, que en una época en que la desigualdad se ha transformado en un tema recurrente, la ecuación, el más perfecto símbolo de igualdad, vaya lentamente desapareciendo para abrirle paso a otras herramientas, que tal vez puedan ser más promisorias científicamente, pero que no se basan en la igualdad.