A propósito del cierre de nuestro evento de innovación anual, -que reunió a cerca de 100 jóvenes universitarios, EY Robotón Innovation Challenge-, un asistente me dijo: "Ángel, la innovación abierta es una moda", y la verdad, me hizo pensar bastante. Tuve que ir a la RAE a ver la definición de "moda" que dice: "Uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo, o en determinado país".

Seguí buscando. Después llegué a quien acuñó el concepto de "innovación abierta", Henry Chesbrough de la Universidad de Berkeley, en su libro del 2003 "Open Innovation: una nueva imperativa para crear valor a través de la tecnología".

En este indica que las empresas no pueden pensar hacer crecer su negocio sólo con sus procesos de I+D internos. Dado el auge de internet en esos años, el talento ya estaba cada vez más distribuido por lo que se hacía necesario salir de las fronteras internas para capturar ideas y colaborar.

Estamos hablando de 15 años atrás, no de algo que comenzó hace un par de años.

En la actualidad, tenemos un ecosistema riquísimo. Tanto en Chile como el mundo, centros de innovación, incubadoras, aceleradoras, la academia y laboratorios de investigación que aprovechan la adopción de tecnologías disruptivas utilizando dos paradigmas que yo valoro mucho: "Lo perfecto ya es tardío" y "falla rápido". Ambos conceptos son un reflejo del mundo actual, de crecimiento exponencial y disrupción en los negocios sin precedentes, por lo que se requiere agilidad para adaptar los modelos de negocio aprovechando lo que el mundo digital puede ofrecer.

Esta tarea de innovación abierta va en ambos sentidos: las empresas aprovechan estas capacidades, pero a la vez el ecosistema está adaptando y potenciando su oferta en base a los problemas que las empresas buscan resolver.

Esta cooperación es una simbiosis que cuando se da, el valor que logra capturar es enorme. Esta política de puertas abiertas para recolectar ideas que parecía ser una amenaza a la ventaja competitiva que una empresa pudiera tener, en la actualidad es vista como una oportunidad y fuente adicional de conocimiento que, en el fin último, permite a las compañías y organizaciones mejorar sus procesos, dar velocidad a la creación de nuevos productos y servicios, ampliar su crecimiento y lo que no es menor, evitar desparecer.

Como dijera el connotado periodista Graeme Wood, si nos paramos hoy vemos que el cambio nunca ha sucedido tan rápido antes, pero nunca será tan lento nuevamente, lo que refleja que cada día que pasa, la vorágine por la que atraviesan las empresas es cada vez mayor.

Esto me hace ser un convencido de que este concepto de innovación abierta seguirá vivo por mucho tiempo, y que ojalá esta "moda" sea como la del Blue Jeans, que nos ha acompañado ya por casi 150 años, para seguir permitiendo a las empresas ampliar sus fronteras para capturar valor.

Las compañías tienen que incorporar la innovación abierta en sus estrategias y procesos internos para no quedarse atrás en el desarrollo de sus transformaciones digitales.