Cuando me pidieron escribir sobre mi visión sobre Chile y su economía en los próximos diez años, lo primero que pensé fue en lo difícil que resulta hablar de proyecciones en el escenario actual, con una pandemia que aún no acaba, la convención constitucional en pleno desarrollo y un nuevo gobierno a partir de marzo de 2022.

Pero es justo en periodos de incertidumbre cuando históricamente las sociedades han vivido los mayores cambios, no cuando las cosas están calmadas y bajo control. Soy optimista y quiero pensar que nuestro país tiene hoy una oportunidad única de transformación para la siguiente década, teniendo claro que esto no es magia, que hay que trabajar y poner de nuestra parte para que los cambios se concreten.

En primer lugar, debemos seguir impulsando los principios de la ley de modernización tributaria, porque es fundamental la recaudación según los recursos con que cuentan las personas y así tener más fondos para fomentar la inversión y el emprendimiento. No obstante, la nueva era digital está exigiendo cada vez estructuras livianas y ágiles. Mientras que aquellas grandes y poco eficientes se vuelven obsoletas. Por eso mismo, el estado y sus estructuras se deben re-pensar, y avanzar cada vez más en ser eficientes, efectivas y a la altura de la modernidad.

Chile está haciendo ruido y destacando a nivel mundial con la calidad de sus startups y emprendimientos. Eso nos llena de orgullo, pero no perdamos de vista que esto es sólo la punta del iceberg y detrás de esos ejemplos que sobresalen hay todo un ecosistema con dificultades para acceder al financiamiento. Y al mismo tiempo, según cifras de CORFO, las pymes y emprendimientos aportan al menos el 40% de nuevos empleos y están significando un real aporte al crecimiento y recuperación económica. Con mayor razón necesitan la garantía de un sistema tributario que les haga la vida más fácil y los ayude a crecer.

Hablemos también de la matriz productiva de nuestro país. Es urgente mejorar nuestro sistema de exportaciones que por décadas se ha basado en la explotación de commodities que no requieren de mayor complejidad ni permiten que nuestra economía crezca entregando mayor valor agregado en la producción. Fue la misma OCDE quien recomendó hace un par de años incrementar la productividad y diversificar las exportaciones para reactivar la economía, argumentando que “la productividad de Chile se ve frenada por la elevadísima proporción de trabajadores poco cualificados, la brecha en infraestructuras y los bajos niveles de inversión en innovación”.

Porque ese es otro gran problema, no estamos invirtiendo en el talento ni la creatividad “made in Chile”. El presupuesto estatal dedicado a financiar actividades de I+D (investigación y desarrollo) representaba en 2019 el 0,36% de nuestro Producto Interno Bruto (PIB), mientras que el promedio para países OCDE es de 2,3%. El talento se reparte homogéneamente dentro de los habitantes de cada nación, pero no así las oportunidades. Si no contamos con una política destinada a promoverlos desde temprana edad y que luego entregue las herramientas necesarias para su desarrollo, seguiremos siendo siempre una economía que depende de los recursos naturales y no del potencial de las personas. Tampoco digo con esto que debemos elegir entre uno y otro, ambos pueden convivir en paralelo retroalimentándose y aprovechando sus respectivas ventajas.

Sobre este mismo punto, en el mediano plazo deberíamos también dar más espacio a modelos diferenciadores como la economía social, donde a través de cooperativas son los trabajadores o productores quienes producen o comercializan bienes y servicios de los cuales son dueños en conjunto, compartiendo costos, decisiones y beneficios. O la nueva economía, término que alude a la evolución de una economía basada principalmente en la fabricación y la industria a una con base en el conocimiento y las nuevas tecnologías.

Emprendimiento social, creatividad, diversidad, inclusión, arte, cultura y participación son conceptos que sí o sí deben estar presentes en lo que hagamos en los próximos años, porque muy atrás quedaron los tiempos en que sólo importaban los números y la rentabilidad. Hoy, lo más importante es el desarrollo integral de los 17 millones de personas que componen la población chilena, sus vidas, su salud, su seguridad y su bienestar económico, mental y social. Demos espacio y oportunidades a hombres y mujeres, con foco en ellas, que por años han sufrido desventajas y mayores barreras, para que todos podamos ser parte de la nueva era.

La pandemia y el estallido social aceleraron procesos sociales, tecnológicos y económicos que ya estaban en curso. Entendamos que el mundo cambió y no hay vuelta atrás. Ahora, depende de los futuros liderazgos y de todos nosotros permitir que esa deconstrucción no caiga en saco roto y por el contrario, nos lleve a construir un nuevo Chile que tome lecciones de lo aprendido y mire a futuro con esperanza, optimismo, unión e inteligencia colectiva.

La autora es emprendedora