Uno de los sectores que ha venido evidenciando y que, sin duda, lo seguirá haciendo a mayores niveles de dinamismo y desarrollo en nuestro país ha sido el inmobiliario residencial. En efecto, en la última década hemos sido testigos de una interesante e inesperada mezcla de factores que ha venido transformando al sector de la vivienda, entre los cuales destacaré 4 aspectos de alto impacto.

El primer factor tiene relación con los cambios en el comportamiento del consumidor, el cual, influido por variables demográficas, de seguridad y comodidad, entre otras, ha colocado a los departamentos en un lugar crecientemente relevante, en desmedro de las tradicionales casas.

Otro aspecto muy relevante ha sido la fuerte irrupción de inversionistas institucionales, nacionales e internacionales, con una agresiva entrada de fondos de inversión, compañías de seguro, family office y -próximamente de manera directa- fondos de pensiones, generando un boom de financiamiento vía deuda y capital.

En tercer lugar, el "sueño de la vivienda propia" ha venido mutando para incipientemente transformarse en el "sueño del arriendo", lo cual se explica por fenómenos como la violenta alza en el precio de las viviendas, muy por encima del crecimiento de los salarios reales, y los millennials, que valoran la flexibilidad del concepto de vivienda como un servicio, más que como un activo.

Finalmente, hay una tremenda necesidad insatisfecha, con un déficit que bordearía las 740.000 viviendas según la Cámara Chilena de la Construcción, el cual, lejos de reducirse, se está ampliando gracias a la gran llegada de inmigrantes al país.

En medio de este auspicioso desarrollo del segmento inmobiliario de viviendas existen importantes desafíos que abordar urgentemente, en especial por la burocracia e ineficiencia del mundo público, con situaciones como la "permisología", los retrasos por parte de entidades gubernamentales para licitar proyectos de viviendas sociales, y los eternos plazos para modificar los planes reguladores, todo lo cual se traduce en alzas de precios de terrenos, mayores niveles de riesgo para inversionistas y largas esperas para poder acceder a una vivienda.

En resumen, el mundo de la vivienda seguirá desarrollándose con fuerza en los próximos años, pero se requiere un sector público que se modernice radicalmente para que sea un facilitador y no una traba para este importante motor económico y social del país.