En los últimos 20 años hemos visto cómo la tecnología ha logrado disrumpir una serie de mercados a nivel mundial. En las industria de telecomunicaciones, transporte, retail, banca, información, entretención y hotelería, los productos que se ofrecen y las formas de consumirlos han cambiado en forma radical gracias a empresas como Apple, Google, Uber, Amazon, Netflix, Facebook, Airbnb y, a nivel local, Cornershop.
Si bien estos cambios no están exentos de desafíos regulatorios en términos de derechos laborales, libre competencia, impacto medioambiental y privacidad, es indiscutible que el valor que se ha creado es enorme, y que este tiene el potencial de traspasarse a los consumidores finales.
Sin embargo, una industria en que la revolución tecnológica ha sido bastante decepcionante es la de la salud, la cual, irónicamente, es una de las que más recursos mueve y que afecta en forma más directa el bienestar de miles de personas. Y con esto no me refiero al desarrollo de productos, sino que a cómo se proveen los servicios.
En los últimos años se han desarrollado tratamientos revolucionarios para el cáncer (inmunoterapia), equipos médicos que han cambiado radicalmente los resultados y tiempos de recuperación de cirugías complejas, y se han creado vacunas altamente efectivas en tiempos récord, nunca antes vistos en la historia de la humanidad.
Sin embargo, tanto en Chile como Estados Unidos, dos mercados que conozco bien, poco ha cambiado en 20 años: uno sigue eligiendo doctores a partir de recomendaciones de amigos, agendar horas y el sistema de pagos son increíblemente tediosos y con altos grados de incertidumbre sobre los montos y coberturas, y un aspecto clave para el diagnóstico, que es acceder a exámenes anteriores, es sumamente difícil de obtener ya que no existe un sistema centralizado y compatible de registro.
Por otro lado, el cuidado de la salud sigue siendo altamente reactivo; muchas consultas y procedimientos son por problemas que se podrían haber prevenido fácilmente con mejor información, monitoreo y tratamiento oportuno. Y si bien la pandemia ha impulsado la adopción de la telemedicina, el formato sigue siendo el mismo: interacciones uno a uno entre el paciente y un doctor.
¿Qué es lo que ha prevenido esta “gran disrupción” en el sector salud? Es una industria sumamente compleja, muy regulada, con esquemas de pago complicados y actores con alto poder de mercado, que tienen pocos incentivos a innovar, integrar sus sistemas y transparentar sus precios y procesos. Algunos de estos desafíos han sido superados en aspectos específicos de la salud por empresas como Smile Club Direct, que ha revolucionado la ortodoncia logrando convenios con las aseguradoras, desarrollado tecnología escalable que reduce en forma radical los costos, y enfocándose en la experiencia del usuario. Otras empresas como la prometedora startup Theranos mostraron ser un fraude.
Es irónico que hoy yo pueda acceder en cosa de segundos a una foto que subí a Facebook en el 2008, pero que sea imposible recuperar una radiografía que me tomaron hace dos años, o que Instagram use información de cada click para optimizar la publicidad que me muestra, pero que la única información que un nuevo doctor tenga sobre mí provenga de lo que yo le cuente sobre mis hábitos de salud. Hace años que Apple y otras gigantes de la tecnología han prometido disrumpir la industria de la salud a nivel mundial, pero también hay mucho espacio para innovar a nivel local. Creo (y espero) que van a pasar cosas interesantes en la industria en los próximos años.