Por décadas nos hemos concentrado en ser grandes productores de cobre y exportadores de frutas frescas, sin detenernos a examinar todo el potencial que ofrece nuestro singular territorio para el desarrollo económico.
Hace poco, junto al Premio Nacional de Ciencias José Miguel Aguilera, presentamos el libro Laboratorios Naturales para Chile, que aborda justamente el potencial de nuestra geografía tanto para la ciencia como para el crecimiento económico.
Para entenderlo, un laboratorio natural es una singularidad del entorno que atrae la atención de la ciencia mundial, y cuando ocurre en países emergentes como el nuestro otorga ventajas comparativas que no son replicables en otros lugares o contextos, y que debemos aprovechar.
Por ejemplo, el norte de Chile cuenta con un gran potencial para utilizar la energía solar como fuente principal de energía para el país. En esa zona, los valores de insolación (energía solar que incide en cierta área en un período de tiempo) oscilan entre los 7 y 8 kWh por metro cuadrado al día, prácticamente tres veces más que los valores de insolación en Alemania, donde existe una capacidad instalada de energía solar de 34 GW, más que la capacidad total instalada en Chile sumando la energía hidráulica, a carbón, diésel, gas licuado, etc.
Menos conocido es que nuestras particulares geografía y topografía favorecen la presencia de organismos extremófilos, entes microscópicos que viven en ambientes extremos, cuya genómica puede contener secretos importantes para entender la vida en nuestro planeta y en el universo (astrobiología), y también para derivar aplicaciones en biominería y en la producción de fuentes sustentables de energía, entre otras.
Otro ecosistema único de nuestro país es la región subantártica de Magallanes, que alberga trescientas especies de hepáticas, más de cuatrocientas cincuenta de musgos y trescientas de líquenes.
Pero sin duda, un gran ejemplo de laboratorio natural en nuestro país es el norte de Chile, que presenta condiciones únicas para la astronomía. De hecho, muy pronto, dentro de los próximos diez años, Chile tendrá en su territorio el 70% de la infraestructura astronómica terrestre del mundo, lo que incluye observatorios como ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), que ya está operando; el Giant Magellan Telescope (GMT) en construcción y, el más grande de todos, el European Extremely Large Telescope (E-ELT). Su diseño y construcción han significado una inversión cercana a los US$6 mil millones.
Sin embargo, esta enorme expansión de la astronomía chilena no desarrollará todo el potencial que este laboratorio natural ofrece si se circunscribe solo a la ciencia astronómica. El "astro-turismo" ha llegado a ser un importante elemento de la economía de la zona norte de nuestro país, en una colaboración entre los observatorios, el Gobierno y las empresas de turismo.
Y es que los laboratorios naturales debieran generar externalidades en su entorno (spillovers), tales como un incremento en el capital humano, tecnológico y social, desarrollo de universidades y otros centros de investigación, intercambio de experiencias de transferencia tecnológica, creación de nuevos emprendimientos y desarrollo del turismo, entre otras.
En definitiva, los laboratorios naturales de nuestro país son una fuente de desarrollo económico y abren la posibilidad de diversificar nuestras exportaciones y nuestra matriz productiva. Chile tiene un enorme potencial que nos conecta con la ciencia y con el mañana.