Los Estados de toda Europa han impuesto restricciones o confinamientos hasta noviembre o principios de diciembre con la esperanza de poder reabrir sus economías para las fiestas de Navidad.

Pero aunque los datos demuestran que los sectores de la venta al por menor y la hostelería tienden a recibir un impulso durante esas fecha, cabe preguntarse si realmente supone un gran beneficio para la economía en general.

Este año la cuestión es aún más apremiante debido al riesgo de que una reapertura prematura pueda desencadenar una tercera ola de infecciones, lo que tendría consecuencias nefastas tanto para la salud pública como para el crecimiento económico y el empleo.

Tomemos el ejemplo de las compras.

Los cinco mayores consumidores en Navidad en Europa son Reino Unido (639 euros per cápita), España (554), Italia (549), Alemania (488) y Portugal (387), según una encuesta de Deloitte publicada el año pasado.

Este tipo de gasto da un importante impulso al sector minorista: en el Reino Unido, las ventas de diciembre constituyen generalmente alrededor del 12% del total anual, casi un 50% superior a la media mensual.

Incluso si el gasto se reduce en enero mientras los consumidores se aprietan el cinturón, los economistas dicen que el efecto neto es invariablemente positivo.

Dicho esto, la adopción en toda Europa, a finales de noviembre, del llamado ‘Black Friday’ ha hecho que el último período previo a la Navidad sea menos crítico. Además el crecimiento de las compras en línea hace menos necesario que algunas tiendas físicas estén abiertas.

Así, la asociación de minoristas alemanes HDE ven un aumento de las ventas en noviembre y diciembre de este año del 1,2% en comparación con 2019, impulsadas por la venta en línea de alimentos, muebles y hardware.

Además, aunque los consumidores no compren antes de Navidad, eso no siempre significa que la economía salga perdiendo.

“Los patrones de consumo también cambian: no gastar en bebidas en una fiesta de Navidad se traduce en la compra de nuevos muebles”, explica en su blog semanal Paul Donovan, economista jefe de UBS Global Wealth Management.

Baja productividad

Las compras de última hora son el aspecto más visible de la economía navideña y en el que las compañías tienden a centrarse. Sin embargo, también hay impactos económicos menos tangibles aunque igualmente reales.

Uno de ellos es la productividad de las empresas, que puede verse afectada por el típico ambiente navideño: celebraciones, entrega de regalos, comidas, etc.

Aunque el fenómeno es difícil de cuantificar, el grupo de instalaciones y servicios Sodexho indicó en una encuesta realizada en 2016 que el 25% de los trabajadores declaran tener una menor motivación y productividad durante esas fechas, mientras que un número similar admite tratar de evitar asumir nuevas responsabilidades.

Si bien parte de ello puede deberse al estrés relacionado con los objetivos de fin de año, grupos de empleadores como la Reward & Employee Benefits Association (REBA) del Reino Unido reconocen un efecto de distracción relacionado con la Navidad y ofrecen consejos sobre cómo combatirlo.

Existe incluso una postura todavía más extrema: el mero hecho de comprar regalos puede ser malo para la economía, como sugieren algunos economistas.

El argumento se basa en la aplicación al intercambio de regalos de la llamada “teoría de la pérdida de peso muerto”, que suele ocurrir cuando factores como los monopolios o los aranceles comerciales distorsionan el mercado.

En su artículo de 1993 “La pérdida de peso muerto de la Navidad”, el profesor de la Universidad de Yale Joel Waldfogel llegó a la conclusión de que cuando la gente paga en exceso por los regalos -especialmente por los regalos no deseados- eso equivale a destruir el valor económico de dichos productos.

Posturas como esa o como las conclusiones del libro de Waldfogel “Scroogenomics” son objeto de acalorados debates. Pocos discuten que la Navidad tiene efectos secundarios no deseados para la economía que alguien debe pagar.

Esos factores, conocidos por los economistas como “externalidades”, pueden incluir el coste para el medio ambiente de todos los envases y plásticos asociados a una celebración típica, o el coste para los servicios de salud de tratar los accidentes de conducción en estado de ebriedad.

Calcular el impacto global en el producto interior bruto (PIB), la medida estándar de la actividad económica, de la Navidad es casi imposible. Pero los datos sugieren al menos que su importancia está sobreestimada en muchos sectores.

Reino Unido, una nación que gasta mucho en Navidad, vio el año pasado cómo la producción se redujo un 0,3% en noviembre, aumentó un 0,3% en diciembre y registró un crecimiento cero en enero de este año: en otras palabras, la economía se paralizó.

Los datos sobre nuevos casos de coronavirus en los próximos días deberían empezar a demostrar si Europa puede reabrir con seguridad en Navidad. Pero desde el punto de vista de la economía, podría no ser el fin del mundo si no lo hace.