No han pasado tantos años desde que en el Congreso se debatía una ley que proponía establecer que el 20% de la energía generada a 2020 proviniera de centrales ERNC (energías renovables no convencionales). La idea fue ampliamente resistida y era tildada como inviable no solo por expertos, sino que también por políticos y ejecutivos de empresas eléctricas.

Lo que se anticipaba entonces era un escenario de estrechez, con una demanda en torno a 5% anual, con lo que se iba a necesitar en torno a 1.000 MW instalados adicionales.

Entonces, lo que estaba sobre la mesa era el desarrollo de la tecnología nuclear, que generaba fuerte oposición, o el desarrollo de grandes represas (HidroAysén) o enormes complejos a carbón (Barrancones o Castilla). Pocos creían en las ERNC.

Pero, y a pesar de que la ley finalmente quedó como “20-25” (20% de producción renovable al 2025), hoy el peso de las energías solar y eólica superan largamente esa cifra en relación con su aporte al sistema eléctrico chileno. Incluso más: hoy nadie duda que el desarrollo futuro será sobre la base de ERNC.

¿Qué cambió?

“A distintos niveles del mercado y las autoridades ha habido un significativo cambio de paradigma impulsado por la realidad que las energías renovables han demostrado, lo que implica un tránsito desde el concepto de energías caras y poco confiables, a energías con precios muy competitivos y confiables”, señala Carlos Finat, director ejecutivo de Acera, la asociación que reúne a las empresas renovables.

Un aspecto clave aquí ha sido el descenso del costo del desarrollo tecnológico, lo que se explica porque en muchos países, incluidos EE.UU., China o la Unión Europea, las ERNC se han convertido en un verdadero boom.