“Nuestra meta de crecer al 6% nos permitirá, en ocho años, es decir, antes que termine esta década, alcanzar el desarrollo y superar el ingreso per cápita que actualmente tienen países del sur de Europa, como Portugal, la República Checa y muchos más”, afirmaba el 21 de mayo de 2010 el expresidente Sebastián Piñera, en lo que fue su primera cuenta anual como Primer Mandatario ante el Congreso.
La frase del economista de Harvard, repetida en otras oportunidades durante sus dos mandatos, transmitía la verdadera “obsesión” de Piñera con el crecimiento económico, el combate a la pobreza y los métodos para lograrlos. Durante su primer mandato, el expresidente logró una expansión económica promedio de 5,4%, sólo detrás del dinamismo del gobierno de Patricio Aylwin (7,4%) y de Eduardo Frei Ruiz Tagle (5,5%). Sin embargo, en su segunda administración alcanzó una expansión de 2,6%, en medio de los efectos del estallido social de 2019 y la pandemia del Covid-19.
“Al poco andar de su vida como senador, recuerdo haberlo oído hablar en el hemiciclo y reflexionar sobre las políticas para derrotar la pobreza, afirmando premonitoriamente que el problema de la pobreza en Chile es esencialmente un problema de voluntad política y de capacidad técnica. Por un lado, querer derrotarla y, por otro, saber cómo derrotarla. Ese saber cómo hacerlo ocupó un espacio gigantesco en sus preocupaciones a nivel personal”, dijo este viernes el presidente del Senado, Juan Antonio Coloma, en medio de su discurso de despedida al fallecido gobernante en el ex Congreso Nacional.
Pero la importancia que otorgaba al crecimiento y al combate de la pobreza era sólo equiparable a la fijación que tenía con el buen uso de los recursos públicos y, de paso, con los detalles en cada reunión con sus ministros y colaboradores donde hubiera recursos estatales comprometidos y se trataran temas clave.
El exministro del Interior de la segunda administración de Sebastián Piñera, Rodrigo Delgado, confidencia la tensión que se respiraba en cada reunión con el exmandatario, a quien calificó como una persona de “mucho rigor”.
“Nos exigía que diéramos datos exactos, completos. Ese rigor hizo que él se convirtiera en el ícono de la centroderecha de Chile (...) él sabía cosas (en las reuniones) que los mismos ministros no, entonces eso exigía a los ministros para seguirle el ritmo”, reveló Delgado en una conversación radial esta semana.
Incluso, recordó uno de los episodios que lo marcó en su relación con el exmandatario. “Le pasé un informe con cientos de páginas y al otro día me llamaba y lo tenía subrayado, con preguntas y no sabía cómo en cuestión de horas lo leía”, rememoró Delgado.
El estilo Piñera
A pocos días de haber empezado su primer mandato en marzo de 2010, Piñera anunció un ajuste fiscal de US$750 millones (0,4% del PIB), cuyo destinó fue un fondo de reconstrucción para paliar los efectos del terremoto del 27 de febrero de ese año.
En su segundo gobierno, el exmandatario también anunció un recorte del gasto fiscal de similares magnitudes y que se centró en adquisición y uso de vehículos fiscales, viáticos, horas extraordinarias y honorarios, entre otros.
El exministro de Hacienda de ambos periodos, Felipe Larraín, uno de los más cercanos colaboradores de Piñera, recuerda la fijación del expresidente con el uso de los recursos públicos.
“Él entendía en forma clara la responsabilidad que había que tener con el buen uso de los recursos públicos. Nosotros hicimos tres ajustes de gasto fiscal durante sus gobiernos: en 2010, 2011, y otro el 2018″, relata Larraín.
“Cuando discutimos el primer decreto de austeridad fiscal, pensábamos en establecer que los autos (de las autoridades) no se cambiaran cada cuatro año, sino que mínimo en 6 años, por ejemplo. También planteamos restringir el número de personas que tenían acceso a vehículos oficiales y conductor personal, los viajes, los pasajes... todos esos temas a él le preocupaban”, añade el economista.
Larraín, también doctorado en la Universidad de Harvard como Piñera, destaca las reuniones bilaterales del exmandatario con sus ministros. “Los ministros debían defender muy bien los programas públicos que venían a presentar”, recuerda.
“Él manejaba los recursos públicos con la misma pasión y preocupación que lo hacía con sus propios recursos y más. Había mucha gente que le decía ‘esto lo paga Moya’, pero él sabía que no era así”, complementa el exsecretario de Estado.
Larraín también rememora que Piñera entendía “como nadie” la importancia del crecimiento económico para generar un mayor el bienestar de la población, más recursos públicos y aumentos del empleo.
Pese a los sabidos conocimientos económicos de Piñera y su fama de riguroso, Larraín reconoce la capacidad del exmandatario de poder cambiar de opinión. “Él sabía mucho de economía y se dio fácil nuestra relación. El Presidente estaba dispuesto a cambiar de opinión cuando se le presentaban buenos argumentos. De todas formas, a él le gustaba la gente preparada y con ideas claras”, concluye el exministro de Hacienda.
Coincide José Ramón Valente, exministro de Economía durante el segundo gobierno de Piñera. El también economista recuerda las repetidas reuniones sostenidas con el exmandatario en La Moneda donde reflexionaban y calculaban los niveles de crecimiento que debía tener Chile para alcanzar el desarrollo.
“En una conversación que tuvimos al inicio del (segundo) gobierno planteábamos que si queríamos llegar a los niveles de vida de un país desarrollado como Australia, que era un referente que estábamos mirando, teníamos que crecer por lo menos un 4% al año y así alcanzar ese estándar de vida en unos 10 a 15 años”, recuerda Valente, quien destaca a Australia como un país de similares características a Chile en número de población, productos de exportación y lejanía de los centros de consumo clave como Europa y Estados Unidos.
De hecho, Valente recuerda un episodio importante para entender el estilo de Sebastián Piñera. “Una vez en una bilateral, el Presidente me interpeló y me preguntó sobre la magnitud del crecimiento de la inversión que el país debería tener para lograr la meta de creer al 4%. Le dije que necesitábamos 6% al año para lograr el objetivo. En ese momento el Presidente sacó una servilleta y me dijo: ‘Si se compromete a que la inversión crezca al 6%, firme acá’”, reconstruye el exministro.
En otra oportunidad, relata Valente, el Ministerio de Economía estaba en campaña para mejorar el clima de inversiones y buscaba eliminar a países como Australia del llamado impuesto de reciprocidad que pagan los extranjeros en el aeropuerto al ingresar a Chile. Entonces, el impuesto que pagaban los australianos por ingresar a Chile generaba recursos por US$5 millones al año, precisa Valente, cuyo objetivo en ese momento era mejorar las relaciones con el país oceánico.
“Se generó un decreto para eliminarlo y me lo firmaron todos los ministros que correspondían. Luego, me llamó el Presidente y me preguntó: ‘¿Qué le pidió a cambio usted a los australianos para que nosotros dejemos de recibir estos US$5 millones al año?’. Finalmente, no me firmó el decreto, aunque estuve en desacuerdo. Él estaba preocupado hasta de esos detalles”, enfatiza Valente.