Las tres revoluciones que necesita la economía
Occidente y la economía están en crisis. Las tasas de retorno sobre la inversión son muy bajas. Los salarios, y los ingresos en general, se están estancando para la mayoría. La satisfacción con el empleo va en descenso, especialmente entre los jóvenes, y más gente en edad laboral no quiere o no puede participar en la fuerza de trabajo.
En Francia, muchos decidieron dar una oportunidad al Presidente Emmanuel Macron y hoy protestan contra sus políticas. Muchos estadounidenses decidieron lo mismo con Donald Trump y se han desilusionado. Y en Gran Bretaña, muchos esperaban que el Brexit mejorara sus vidas.
Sin embargo, la mayor parte de los economistas han callado sobre las causas subyacentes a esta crisis, y qué puede hacerse, si puede hacerse algo, para recuperar el vigor económico. Es seguro decir que las causas no se entienden muy bien, ni se entenderán hasta que finalmente los economistas asuman la tarea de cambiar el modo como se enseña y practica la economía. En particular, la profesión precisa de tres revoluciones a las que se sigue resistiendo.
La primera tiene relación con la constante desatención al conocimiento imperfecto. Hoy en día, y a pesar de algún trabajo importante para formalizar las observaciones de Frank Knight y John Maynard Keynes (particularmente por Roman Frydman y sus colegas), la incertidumbre -incertidumbre real, no varianzas conocidas- no se suele incorporar a nuestros modelos económicos.
Segundo, sigue habiendo un descuido de la información imperfecta. Cuando los trabajadores pierden sus empleos, digamos en el área de los Apalaches, no tienen mucha idea -sus estimaciones no están bien fundadas- de cuál sería su salario fuera de su mundo y cuánto tiempo demorarían en encontrar un empleo, por lo que pueden seguir en el paro por meses o incluso años.
Hay una deficiencia de información, no una "información asimétrica". Es más, el que se ha llegado a conocer como el "volumen Phelps", Fundamentos microeconómicos de la teoría del empleo y la inflación, considera que cada actor de la economía está en el ruedo sin mayor sentido que el que pueda encontrarle, como describió Pinter, y se ve obligado a arreglárselas como mejor pueda, como conminó Voltaire.
El último gran reto es la completa omisión del dinamismo económico en la teoría económica. Si bien los economistas han llegado a reconocer que Occidente ha sufrido una desaceleración masiva, la mayoría de ellos no ofrece explicación alguna para ello. Otros, influidos por la tesis temprana de Schumpeter sobre la innovación en su clásico de 1911 Teoría del desarrollo económico, infieren que el torrente de descubrimientos científicos y geográficos se ha reducido muchísimo en los últimos tiempos.
La teoría de Schumpeter se basaba explícitamente sobre la premisa de que las masas carecen de inventiva en la economía. (Es famoso su comentario de que nunca había conocido a un empresario con algún rasgo de originalidad).
Cuando Robert Solow, del MIT, presentó su modelo de crecimiento, se volvió estándar suponer que la "tasa de progreso técnico", como la denominó, era exógena a la economía.
Así, se prescindió de la idea de que la gente -incluso personas comunes y corrientes, que trabajan en diferentes sectores- poseyera la imaginación para concebir nuevos bienes y nuevos métodos. Es una idea que, si se hubiera debatido, no habría resistido el examen. Como resultado, se puso en suspenso la Revolución del Dinamismo en la teoría económica.
Sin embargo, con la gran desaceleración y el descenso de la satisfacción laboral, parece abrirse una ventana para dinamizar el modelamiento económico. Y hacerlo es urgente. La importancia de entender el reciente estancamiento de las economías ha generado esfuerzos por incorporar la imaginación y la creatividad a los modelos macroeconómicos.
Por más de una década he argumentado que no podremos comprender los síntomas que se observan en las naciones occidentales hasta que hayamos formulado y probado hipótesis explícitas acerca de las fuentes, o los orígenes, del dinamismo. Ese avance teórico nos dará esperanzas para explicar no solo la ralentización de la productividad total de los factores, sino también el declive de la satisfacción laboral.
Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña no podrán volver a ser los mismos sino hasta que sus pueblos piensen de nuevo en mejores maneras de hacer las cosas y se entusiasmen con sus viajes a lo desconocido.
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