A cinco años del estallido social, Leonidas Montes considera que la sociedad chilena ha vivido una mezcla de frustración y confusión. El director del Centro de Estudios Públicos (CEP) cree que la crisis del 18 de octubre de 2019 tiene muchas más sombras que luces y destaca que, con el paso del tiempo, la población retomó un sentido de realismo.
El filósofo y economista del emblemático think tank dice que Chile hoy es un país más liberal que hace cinco años y que ha dejado atrás el lenguaje que dominó en algunos sectores de la revuelta social. “Todo eso de chiquilles, amigues, mapadre... nuestro lenguaje también se confundió... hoy la gente ya no cree en cuentos”, afirma Montes.
“Chile es hoy una sociedad mucho más liberal después de los efectos del estallido social de 2019″, resume el economista, quien destaca los resultados al respecto de la reciente encuesta CEP. El estudio no sólo evidenció una brusca baja en el apoyo al 18-O, sino que también arrojó que el 50% de los encuestados estima que fue “muy malo” para el país. Además, aumentaron las muestras de rechazo hacia las movilizaciones: si hace cinco años la postura en contra representaba al 11%, en 2024 llega al 34%.
Desde la mirada de un ingeniero, filósofo y economista como usted, ¿cuál cree que será el juicio histórico que se hará del estallido social del 18 de octubre de 2019?
-Hay muchas más sombras que luces. Pocas luces y muchas sombras. A los cinco años del episodio ya hay una evaluación bastante negativa por parte de la ciudadanía. Todas las promesas que se hicieron se vieron frustradas. Hubo una confusión salvaje, donde nos desorientamos, y con las revueltas y manifestaciones que la mayoría de la gente apoyó. Hoy muy poca gente, alrededor de un 20% según nuestra encuesta, apoya estas manifestaciones. Entonces, hay un cambio muy significativo. También todas las esperanzas que se pusieron en ese nuevo Chile se vieron frustradas. La evaluación es hoy día negativa. El juicio histórico está por escribirse, pero también hay que ver desde la perspectiva económica e institucional las consecuencias que esto tuvo. En estos cinco años, que para muchos han sido un paréntesis, nos quisieron hacer creer que estábamos mal, pero no estábamos tan mal.
Estuvimos sumergidos muchos años en un debate constitucional mientras pasaban muchas cosas. Chile era un país que era seguro y pacífico, tanto así que no teníamos inteligencia. Eso ya se acabó. Hubo una crisis de confianza en todas las instituciones; había un 17% de confianza en Carabineros. Eso fue un caldo de cultivo para que aumentara el narcotráfico y el crimen organizado.
¿Fue sorpresivo para usted el estallido de 2019? ¿No lo vio venir?
-Fue muy sorpresivo para todos. Nadie lo vio venir. También todos somos generales después de la guerra. Había indicios de una serie de preocupaciones. De todas formas, siempre está el misterio de cómo se gatilló esto. Nunca hemos sabido cómo se prendió la mecha. Me cuesta creer que haya sido algo espontáneo lo que sucedió en el Metro. Las manifestaciones posteriores fueron espontáneas y fueron una evidencia del malestar.
Usted ha teorizado sobre las causas del estallido social. Ha hablado de la desigualdad de trato y la desconfianza en la justicia y en la política, entre otros. ¿Qué peso tiene el tema económico como gatillador de la crisis de octubre de 2019?
-No me queda duda que lo económico tuvo peso, aunque todo esto multicausal. Cuando un país está acostumbrado a crecer a tasas tan altas y esa tasa se disipa, que es también algo natural en los ciclos económicos, eso coarta las expectativas. Hoy celebramos crecer a tasas sobre el 2,5% y estuvimos acostumbrados a crecer a tasas sobre el 5%. Insisto en que es una mirada miope decir que es sólo crecimiento económico. Pero el crecimiento tiene que ver con el progreso y con una serie de otras variables que son más sociológicas. El crecimiento económico no es solo económico, es también progreso cultural, valórico; más libertades. Dejamos de crecer y progresar, y eso generó también una desilusión respecto a las expectativas de los chilenos. Ignorar el crecimiento económico fue un gran error de esta nueva generación política.
¿Cree que hubo una crítica al capitalismo o al modelo económico detrás del estallido?
-Hubo una crítica al capitalismo, al mercado, a lo privado, al neoliberalismo. No olvidemos que el Presidente (Boric) prometió que si Chile había sido la cuna del neoliberalismo, luego iba a ser su tumba. Pero ha cambiado la sociedad y eso se ve en las encuestas. Uno de los principios del neoliberalismo es el individuo, el individualismo, y hoy vemos en la sociedad un realismo individual. La gente está muy consciente de lo propio, de lo íntimo, de lo privado, y está satisfecha con su propia vida.
Entonces, eso de que el país iba a ser la tumba del neoliberalismo, la verdad es que hoy Chile es como la cama del neoliberalismo. Ha habido una reversión. Hubo una crítica muy dura contra el capitalismo, contra el mercado, contra el neoliberalismo, que son etiquetas. Veo a Chile una sociedad mucho más liberal, mucho más refugiada en lo propio, en el plano de lo íntimo, en el hogar. Eso lo muestran las encuestas; ha sido un giro bien significativo.
El énfasis en lo colectivo, en la comunidad, en la propiedad común, en lo compartido, en el bien común, todo eso hoy ha sido desplazado por lo propio, por el plano de lo privado. Lo colectivo ha sido reemplazado por la persona, por lo individual. Ese es un giro bien significativo en estos cinco años. Chile hoy es una sociedad mucho más liberal después de los efectos del estallido de 2019.
¿Pero usted les otorga legitimidad a las demandas sociales levantadas en 2019? ¿Hay que satisfacerlas hoy?
-Las demandas sociales siempre son legítimas. Había muchas demandas legítimas. Estos estallidos sociales, además, ya habían sucedido en Francia, en Inglaterra, en muchos lugares. No es algo nuevo. Esas demandas de 2019 no tuvieron voceros; había miles de demandas y miles de rostros. Fue más difuso, más confuso.
De todas formas, el gran problema del llamado ‘octubrismo’ fue la violencia. Cuando nosotros hablamos de ‘octubrismo’, se habla de un concepto peyorativo. El ‘octubrista’ se relaciona a la violencia. Las demandas sociales son otro tema, pero el ‘octubrismo’ en estos cinco años quedó, a mi juicio, asociado a la inaceptable violencia a la cual muchos se sumaron. El ‘octubrismo’ lo clasifico como un movimiento que puso en jaque a la democracia liberal.
¿Cuál cree que es la mayor lección de octubre del 2019?
-La mayor lección es que la violencia conduce a la violencia. La violencia no es compatible con la democracia liberal, ni con una sociedad libre y abierta. Hubo una desorientación de la sociedad; incluso se perdió la brújula política.
¿Cuál fue su reacción íntima esas semanas de tensión política y social? ¿Tuvo miedo de las consecuencias?
-Claro, yo viví el miedo y lo sufrimos. Los vecinos de Plaza Italia vivieron el miedo. El miedo ante la posibilidad de perder no solo la dignidad; se atentó contra la propiedad privada...
¿Chile hoy es un mejor país o un peor país a cinco años de esa fecha?
-Hoy día es un mejor país porque nos dimos cuenta... hoy la evaluación de la ciudadanía respecto al ‘octubrismo’ es contundente. Respecto a las manifestaciones, creo que todavía siguen latentes una serie de demandas... el sistema político permaneció sumergido en el debate constitucional durante más de cuatro años y esas demandas por mejorar las pensiones, educación, salud, vivienda, todavía están ahí.
¿El malestar sigue vivo?
-No sé si el malestar es la palabra. Las demandas sociales siguen ahí. Es evidente que la ciudadanía quiere mejorar la salud, la educación, las pensiones, y eso está latente. Empujar esa agenda es tarea del mundo político, del Congreso, de los legisladores. Hoy están completamente paralizadas.
¿Hay riesgos de nuevos remezones o estallidos sociales a futuro?
-Eso es imposible de definir, no lo sabemos. Todos estos fenómenos sociales, que son complejos, surgen sin que nadie los pueda detectar. Calcular la probabilidad de eso es como creerse dueño de la verdad o de lo que va a suceder; es imposible. Nadie puede saber lo que va a pasar en el futuro.
Lo que hay que tratar de hacer es mejorar las condiciones. Las condiciones en el mundo político se pueden mejorar. No pierdo la esperanza de que podamos volver a tener un sistema político más acorde a lo que se necesita. Hay pendiente una reforma del sistema político. No podemos seguir con esta diseminación de veintitantos partidos.
¿El problema de Chile es más político que económico, entonces?
-Es político y económico. El crecimiento económico importa. Tenemos que darnos cuenta de que ya no somos los tigres de Latinoamérica y es muy difícil que volvamos a serlo. Chile no va a volver a crecer a las tasas que crecimos. El crecimiento potencial está estancado en el orden del 2%.
Los recientes premios Nobel de Economía -Acemoglu, Johnson y Robinson- se han concentrado mucho en los peligros del deterioro de las instituciones para las democracias y el progreso. Pero, al mismo tiempo, también alertan por los riesgos de instituciones poco inclusivas, el favoritismo y la desigualdad. ¿Qué lectura se puede hacer para Chile a partir de estas preocupaciones?
-Una de las lecciones, que es lo que estamos viviendo ahora, es recuperar la confianza en las instituciones, en respetarlas. Cuando se habla de favoritismo, es fundamental tener igualdad ante la ley, que es un tema fundamental del liberalismo. Cuando se habla de inclusión, es apuntar a que esta cancha sea abierta e igual para todos... que tiene que ver con el mérito.
En 2019 se decía que Chile era el país más desigual del mundo, lo cual era falso. Hubo un pesimismo en alguna época muy galopante, respecto de que todo lo que veníamos haciendo era malo. Hay que ver el vaso medio lleno. ¿Hay desigualdad en Chile? Por cierto, que hay desigualdad. ¿Pero somos tan desiguales como para decir que somos el país más desigual del mundo? Eso es completamente falso. Cuando se habla de igualdad también tiene que ver con la dignidad de las personas, con la igualdad de trato y en eso no hay solo una gran deuda de la sociedad, sino también del Estado.