Los chilenos que nacimos en la década del 60 hemos sido testigo de dos hechos que cuando niños los veíamos no sólo como lejanos, sino que lisa y llanamente como imposibles: ser campeones de la Copa América de fútbol no sólo una, sino que dos veces, y convertirnos en el país de Latinoamérica con mayor ingreso per cápita y mayor grado de desarrollo.
El haber quedado fuera del Mundial de Rusia y la forma en que terminamos jugando las clasificatorias para dicho mundial, hacen prever que revalidar nuestro cetro continental en la Copa América de 2019 no será una tarea fácil. Como si el golpe de la eliminación no hubiese sido lo suficientemente fuerte, el FMI nos informó recientemente que el año pasado también habíamos perdido el liderazgo económico en Latinoamérica a manos de Panamá.
Reconozco que las causas del éxito y la posterior decadencia de nuestra selección no las tengo tan claras, pero pareciera evidente que la exigencia de un trabajo intenso y la exposición a la alta competencia internacional que introdujo primero Bielsa y luego Sampaoli, son parte de la receta del éxito. El relajo y creer que íbamos a ganar los partidos en base a nuestros logros pasados y no en base al trabajo duro en los entrenamientos y a mantener la disciplina fuera de la cancha, algo de responsabilidad tienen en el fracaso.
En lo económico, las razones de nuestro auge y posterior declive, me parecen más claras y tienen cierta similitud con lo sucedido a la Roja de todos. Al igual que a partir de la "era Bielsa", Chile decidió a mediados de los años 70 abrir su economía a la competencia y someterse al trabajo duro y a la exigencia permanente que significa competir con los mejores del mundo. Nuestros gobiernos empezaron a competir con otros gobiernos en la eficiencia de su gestión y en la calidad de las políticas públicas que implementaban; nuestros empresarios tuvieron que mejorar su eficiencia y creatividad para lograr que los consumidores chilenos y del mundo prefirieran sus productos y servicios y nuestros trabajadores tuvieron que capacitarse y volverse más productivos.
Pero la pérdida de nuestro liderazgo económico regional también tuvo que ver que con que sentimos que nuestro título de campeones económicos bastaba para seguir compitiendo. La eficiencia de la gestión de nuestros gobiernos y la calidad de las políticas públicas se fue deteriorando permanentemente hasta culminar con el cambio del modelo implementado por el segundo gobierno de la presidenta Bachelet. Por otro lado, los empresarios y ejecutivos muchas veces descuidamos a los consumidores y perdimos fuerza competitiva, mientras que la población en general privilegió la demanda de derechos por sobre las oportunidades.
No tengo claro si podremos ganar nuevamente la Copa América, pero estoy convencido de que el Presidente Piñera y su equipo, tienen en su segundo gobierno la última oportunidad de encaminarnos a revalidar nuestro liderazgo económico y de desarrollo. Para lograrlo, necesitarán impulsar cambios estructurales y asumir una cuota de riesgo político importante, pero si no lo hacen, olvidémonos del campeonato. La importancia de retomar este liderazgo no radica en un chauvinismo egoísta y simplón, sino que en cambiarle la vida a millones de chilenos que todavía viven una existencia con fragilidad económica y pocas oportunidades de desarrollar su vida con paz y dignidad.