Los ingenieros chilenos que expanden la franquicia de School of Rock a México
Mañana abrirán la sucursal número 11. No en Chile, sino en México, en la capital. Será la primera de ese país que tendrá su sello, la de tres ingenieros comerciales de la Universidad Católica que hace una década trajeron la popular franquicia norteamericana a este lado del mundo. Hoy tienen la representación operando en cinco países: Chile, Perú, Colombia, Paraguay y ahora México. Apuntan a tener 60 sedes en su siguiente década. Y miran Argentina como próximo destino.
La escena es así: en una pizarra, de manera acelerada, Jack Black, tiza en mano, dibuja la historia del rock. Parte con el country y termina con el heavy metal. Los escolares lo miran atentos; mientras de fondo suena Bonzo Goes to Bitberg, de Ramones. Una de las tantas escenas claves de la película School of Rock, una que justamente narra la historia de un grupo de escolares de la prestigiosa escuela Horace Green que arman una banda al alero de un supuesto profesor fanático del rock. Hoy, esa misma pizarra está al ingreso de la academia School of Rock de Vitacura... Paredes atestadas de famosas bandas y adolescentes tocando son parte del entorno de una de las sedes locales de la afamada franquicia norteamericana.
Los Jack Black locales eso sí distan bastante de ese supuesto profesor, amante del rock. Tres compañeros de ingeniería comercial de la Católica, admisión 1991, están tras la marca, no solo en Chile, sino que en la región. Mañana abren su sede número 11: la primera con su sello en México.
Los ex UC tras el proyecto
Matías Puga trabajaba en Unilever. El ingeniero comercial de la Universidad Católica y hoy gerente de Finanzas de Derco había vivido en Argentina, Inglaterra y Estados Unidos de la mano de la compañía de consumo masivo. “Aprendí de viejo a tocar batería”, señala. Y justamente en EE.UU. conoció School of Rock, compañía creada en 1998 -antes de la famosa película de 2003- por Paul Green y su amigo dentista, Joe Roberts. En esa época tenían 200 sedes en ese país. Hoy superan las 300. Puga vivía cerca de una de ellas. El foco estaba en los niños. Inscribió a dos de sus tres hijas: una, a practicar batería, la otra, teclado. “Sin saber nada, terminaron tocando en un mes y medio en un bar de Nueva Jersey. No lo podía creer”, relata. “Dije: esto lo puedo traer a Chile”.
Reconoce que había visto la película, sabía que la marca tenía ese respaldo. “Era potente”, dice. Aunque a renglón seguido añade: “La película era la marca, pero lo que me marcó fue la experiencia”.
Partió a la sede central en Chicago. Presentó un proyecto para aterrizar acá. En 2012, calzó que debía retornar a Chile.
El primero en sumarse a la idea fue el actual CEO del fondo de la familia Solari Donaggio -Megeve Investments- Dieter Hauser. Eran amigos y compañeros de curso en la UC. A través de él se incorporó el ejecutivo de Falabella Ricardo Hepp. Y en paralelo, entró el suegro de Puga, Juan de Dios Ortúzar. “El capital inicial no era mucho para cada uno y lo armamos”, cuenta Puga. Encontraron un local en Mall Vivo Los Trapenses. “A la persona que estaba a cargo le encantó, él quería que el mall fuera para hacer cosas y no sólo comprar”. Empezaron a contratar músicos y administradores. Debutaron en 2015 con un local de 300 metros cuadrados. “Estuvimos planificando cada detalle, todos los instrumentos son Fender, las mejores marcas, todo lo hicimos nosotros. De hecho, mucho del diseño de este estilo ladrillo container viene del hecho de que yo tenía mi clase en Inglaterra en un container”, cuenta Puga. El estándar original era más sencillo. Hoy, son referente -dicen- para los locales en EE.UU. Los han venido a visitar justamente para replicar ese nivel.
En dos meses, la sede de Los Trapenses llegó a ser la más grande del mundo en número de alumnos. Tenían 300 estudiantes. Nunca ninguna escuela en la historia de la cadena había tenido esa cantidad. “Ellos tienen un ranking y pasamos a ser la número uno por los primeros tres años”, cuenta.
En 2017 abrieron un segundo local en Los Dominicos.
Drago Eterovic había sido marketing manager de Mega. En 2004 se independizó y armó una empresa de software. Venía viendo de cerca lo que hacían sus amigos y compañeros de universidad. Le comentó a Matías que quería armar una franquicia y que le explicara cómo se hacía. “Me empieza a contar y se va porque tenía una reunión con la Marcela, señora de Dieter, que hace head hunting, porque estaba buscando un gerente”. “Le dije: ‘yo’”, cuenta Eterovic. “Era menos de lo que ganaba, pero no importaba, vamos. Quiero salir de donde estoy y le tengo fe. Me quiero sumar”, recuerda de ese diálogo. Se transformó en el gerente general corporativo de la compañía.
Los socios van todos los años a una convención de la marca a EE.UU. En uno de esos viajes pidieron la master franquicia para expandir School of Rock en la región.
Puga recuerda que Joe Roberts le mandó un mail. “Decía que cuando hablaba con Green y decidían sobre un franquiciado, a los 30 segundos sabían si el compadre iba a hacer lo que ellos querían o no. Y me puso ‘you got it’”. Hoy tienen prácticamente la primera opción para todos los países de Latinoamérica, con excepción de Brasil, donde hay otro franquiciado. En 2019 vino, de hecho, el CEO mundial, Rob Price.
Tras la máster franquicia, crearon una figura matriz que es School of Rock Latam en la cual están los cuatro socios originales -Puga la preside-, y que gerencia Eterovic. La estrategia es que la tienda principal, la denominada flagship, en cada país es de ellos en algún porcentaje. Y el resto se subfranquicia completamente.
En 2017, abrieron Lima, Perú; en 2020, Asunción, Paraguay; en enero de 2022, Bogotá, en Colombia. Y ahora Polanco en México. En ese mercado ya había dos locales operando previamente, los que fueron traspasados a los chilenos. Y ahora abren la primera armada 100% por ellos.
En Chile, operan cinco sucursales: Los Trapenses, Los Dominicos, Chicureo, Vitacura -que es de propiedad de Eterovic con otros socios- y una en Concón. Abrirán en La Reina, cuyo dueño será Puga de manera independiente. “Tenemos muchas formas de complementar los grupos de socios para poder armar una escuela”, dice Puga.
Hoy, las subfranquiciadas completamente son la de Lima -está en manos del reconocido músico peruano Jorge Pelo Madueño-, las dos primeras de México, Asunción, Chicureo, Concón y Vitacura.
En la de Bogotá tienen un 50% y el resto es propiedad de un grupo donde está el compositor Miguel de Narváez, y Juan Carlos Luque. En Polanco se quedan con un 20%: el resto lo tiene el mexicano Juan Antonio García Gayou y el chileno Gabriel Arteaga, también compañero de curso de ingeniería, aunque con la condición de tener el control los dos primeros años para adecuar la escuela a sus estándares.
Tras el modelo de negocios
A nivel mundial, School of Rock tiene 60.000 alumnos. Latinoamérica tiene del orden de 3.000. De ellos, 1.700 están en Chile, con un promedio de unos 350 por sala. El 75% de los estudiantes son menores de edad, la gran masa se concentra en escolares de entre 12 a 18 años.
Cada uno tiene una clase individual a la semana, donde tocan el instrumento que escojan. La escuela les entrega todo. Y una vez cada siete días tienen el llamado ‘ensamble’, donde básicamente se juntan varios a tocar en una banda, en una clase que dura unas tres horas. Hay siete ensambles a la semana, cada uno de algún grupo o cantante, por ejemplo, de David Bowie o de Queen, y así.
La mensualidad más costosa bordea los $ 200 mil. La más económica, de unos $ 100 mil, sin ensamble. Puga entiende que inicialmente suena costoso, pero asegura que son clases intensivas de prácticamente 16 horas semanales. “Les digo: vive la experiencia, está tres meses y ve lo que aprendes”, dice Eterovic. Puga añade: “Yo tomé clases cuando chico, mi papá invirtió no sé, 3 millones y no sirvió para nada. Yo no toco todavía guitarra. Entonces, la inversión acá de venir tres meses o seis meses es infinita. No hay nadie que no termine aprendiendo el instrumento”.
Todas las bandas se presentan una vez al año en el School of Rock Fest. Inicialmente el festival era de una jornada, y este año será de tres días, en Chicureo.
El 25% de los inscritos a los cursos son los llamados adultos, que tienen más de 18 años. Matías Puga es parte de ese grupo. Toca en la sede Los Trapenses desde hace siete años, todos los miércoles. Su banda se llama Musa, una derivación del grupo de música Muse. Eterovic participa en la sede de Vitacura. En 2019 -en plena pandemia- surgió su banda por Zoom. Le pusieron Lockdown (confinamiento) dado el contexto. Es el tecladista. Aprendió a tocar piano a los 47 años, cuenta.
“Dieter y Ricardo no tocan. Siempre se han negado. Es el colmo. Tenemos que forzarlos”, le dice entre risas Puga a Eterovic.
Actualmente, cada sede vende en promedio US$600.000 y US$700.000. Unos US$6 millones entre las 10 que operan actualmente. “Estamos en pañales aún”, dicen. Y los planes son ambiciosos: inaugurar entre tres a cuatro escuelas anualmente en la región; sumar 60 en 10 años. Y debutar en Buenos Aires. “Estamos justamente muy avanzados con un argentino. Argentina es un lugar que a uno le encantaría tener la banderita, porque es ícono del rock, pero es más difícil. No vemos mucha rentabilidad en eso, pero sí es un país que tenemos que tener”, cuenta Puga.
En México y Colombia prevén inaugurar 15 escuelas más en cada país durante los próximos cinco años. En Ciudad de México ya tienen mapeado unas ocho locaciones. En Perú sumarán probablemente Miraflores, la que sería su flagship en Perú.
En Chile sumarán una en La Reina, además de un par más en la capital, para lo que evalúan Ñuñoa, Providencia, La Florida. Y una segunda en Chicureo. “La primera ya colapsó”, dicen. Fuera de Santiago se sumaría Concepción, Antofagasta y La Serena.
El 16 de diciembre llegará a Chile el cofundador Joe Roberts -vendrá por primera vez- junto a la vicepresidenta de operaciones. Puga recorrerá con ellos las operaciones de Colombia, México, y cerrarán en Chile para participar en el School of Rock Fest 2022. En la instancia los norteamericanos verán a las bandas y a los Jack Black locales en acción.
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