“Santiago siempre fue una ciudad aburrida, pero ahora todo cierra más temprano. A nosotros el negocio nos ha bajado entre el 30% y hasta el 50%, porque la gente ya no quiere salir de noche”, se queja José Aravena Fariña (61), administrador y uno de los dueños del Teatro Caupolicán. El histórico recinto se puso hace unas semanas en el ojo de las autoridades tras la muerte a balazos del sargento segundo de Carabineros, Rodrigo Puga, en las afueras del lugar, en un confuso incidente en pleno corazón del barrio San Diego, en el centro de la capital.
“Tomamos la decisión de cambiar el sistema de seguridad, para que haya solo una empresa a cargo -hoy las productoras pueden contratar a sus propios equipos- y adelantar los horarios de algunos espectáculos”, añade el empresario. Hasta el cierre de esta edición, evaluaban mover para las 19.30 el próximo concierto del cantante británico Engelbert Humperdinck, inicialmente agendado para las 20.30 del sábado 12 de octubre. El resto de la cartelera se mantiene.
“Nosotros no podemos intervenir en el exterior del teatro para dar mayor seguridad”, explica el empresario a Pulso, mientras espera las resoluciones de las autoridades: el delegado presidencial de la Región Metropolitana, Gonzalo Durán, amenazó con clausurarlos, así como han hecho con otros lugares.
Aravena alerta que la crisis de seguridad puede terminar por cambiar el negocio de la entretención y la vida nocturna de Santiago para siempre. Su familia va a completar varias décadas como protagonista del ocio nocturno y ha debido sortear ya otras dos grandes crisis que modificaron la industria: la dictadura y la pandemia. Cada una con sus restricciones, los obligaron a ampliar sus actividades para poder mantenerse, pero siempre en el mismo mundo de la noche y el centro de Santiago. “Nosotros tuvimos todos los locales cerrados en la pandemia. Logramos sobrevivir con la venta de propiedades”, revela.
“Cada uno tiene su especialidad en nuestra familia y a mí me corresponde la vocería y dirigir el Teatro Caupolicán”, explica Aravena Fariña al inquirir mayores detalles al respecto.
Marca del ocio
Quienes conocieron a su padre, José “el Padrino” Aravena Rojas, cuentan que siempre apostó por el esparcimiento y los bienes raíces, para tener a qué echar mano en caso de emergencia y que una de sus “máximas” era que la gente siempre iba a querer pasarlo bien. Por eso fue, quizá, que cuando murió en 2008, a los 85 años, tanta gente fue a despedirlo y abundaron crónicas sobre su aporte a la bohemia y la vida nocturna de la capital. El entonces senador Nelson Ávila hasta le hizo un homenaje en el Congreso destacándolo como un self made man y relacionándolo con grandes hitos históricos de Santiago, trascendiendo el mundo del espectáculo.
Hoy, sus 10 hijos y varios de sus respectivos descendientes controlan no solo el Caupolicán, al que llegaron hace justo 20 años, en septiembre de 2004, y que es una de sus actividades más conocidas: a través de diversas sociedades manejan locales de diversión como discotecas, saunas, cabarets, una cadena hotelera, negocios inmobiliarios, empresas de apoyo a esos giros y distintos proyectos en esa industria. Su apellido es una poderosa marca en el negocio del ocio y quienes los conocen coinciden en que saben todos los secretos del funcionamiento del ocio nocturno, lo que la gente busca y cómo llenar locales.
No son un holding propiamente tal, aunque operan de manera parecida con divisiones de negocios, roles y ofreciéndose apoyo entre sí.
De Cauquenes a París
La historia de los Aravena empezó a fines de los años 30 del siglo pasado, cuando José Filimón Aravena Rojas abrió restaurantes en la calle San Diego, en torno al Teatro Caupolicán, que entonces era el epicentro de la entretención santiaguina, con sus populares torneos de lucha libre, circos y conciertos.
Construido por la Caja de Empleados Públicos en 1936, el recinto tenía capacidad para 8 mil personas, un mercado que este campesino que llegó de Cauquenes a la capital tras quedarse huérfano a los 9 años vislumbró con futuro. Llegó a tener cuatro restaurantes en torno al teatro: El Mundo, La Pérgola, El Lucifer y El Sol, para todo tipo de público. Ahí fue donde partió todo.
Después de los restaurantes, Aravena descubrió que su vocación estaba en la noche. En Vicuña Mackenna con Irarrázaval abrió la boite La Sirena, un club rompedor para la época, famoso por traer a los artistas del momento y que obtuvo un gran reconocimiento. Ese fue el germen para sus demás negocios de la noche, su consolidación como empresario nocturno y del show bussiness. Viajaba casi todos los años a Europa y Estados Unidos en busca de ideas y novedades.
Hasta que llegó la dictadura. Pero busquilla y resiliente como era, “el Padrino” comprendió que el toque de queda y las restricciones durarían años, y se concentró en el negocio artístico. Creó el teatro Casino Las Vegas, a sus hijos hombres mayores les entregó La Sirena, que años después se convirtió en Studio 27 (hoy es discotheque Grammy), inauguró la disco Hollywood, en 1979 y en paralelo, empezó a gestionar artistas para la TV y el Festival de Viña del Mar. En su cartera de propiedades ya sumaba decenas de metros cuadrados, sobre todo en el centro de Santiago, un lugar al que siempre apostó y en el que hasta ahora sus descendientes siguen creyendo.
Su sentido de la oportunidad lo llevó a adecuarse empresarialmente tanto a ambientes populares como más exclusivos. “Hay que ofrecer la fiesta, pero no participar de la fiesta”, les enseñó a sus diez hijos, siete hombres -uno de los cuales ya falleció, Carlos- y tres mujeres. Todos provienen de cinco uniones diferentes: Aravena Torres, Aravena Fariña, Aravena Vega, Aravena Aguilera, Aravena Toro, y en todas las generaciones hay al menos uno llamado José. Siempre han trabajado juntos y forman parte de un entramado de empresas y sociedades.
Los hijos varones estuvieron desde niños ayudando en el negocio, cortando entradas, controlando puertas y apoyando en todo. Cuando aprendían lo necesario tomaban mayores responsabilidades. Las mujeres también trabajaban, pero en las actividades menos expuestas. El propio Aravena Fariña ha contado a sus cercanos que apenas terminaba sus clases en el Instituto Nacional partía a trabajar.
La compra del Monumental
En 2004 cuando Colo-Colo debió vender el Teatro Monumental en un remate, los Aravena se lo adjudicaron pagando $185 millones por sus cinco mil metros cuadrados construidos -sobre un terreno de 4.116 metros-, que incluían seis locales comerciales, cuatro oficinas de administración, camarines y un subterráneo. La operación se estructuró a través de la sociedad Comercial Venetto, según las escrituras de la época.
Colo-Colo también lo había adquirido vía remate en 1991, tras años de abandono, invirtiendo $251 millones.
La decisión de comprar el Monumental y renombrarlo como Caupolicán la tomaron entre todos los Aravena. En 1987 perdieron el Teatro Casino Las Vegas, rematado por deudas tributarias, y aunque estuvieron todos esos años consolidando sus negocios nocturnos, anhelaban volver a ese tipo de espectáculos. Después abrieron la discoteque Broadway, en la ruta 68, remodelaron la discotheque Cover y abrieron la división boutique de los hoteles Sommelier, que hoy es bien conocida por sus fiestas Euforia, en la terraza de último piso. En su cartera también está el ex Ópera Catedral, que ahora se llama RedPub.
A través de la marca Chile Nocturno integran nada menos que 10 negocios de la noche: Kim Strip Club, Club Lido & Molly Blue, Night and Day, Club Casanova, Puzzle Show, Club de Noche, Triple J, Club de Toby, Passapoga; los tres últimos, en Providencia, zona en la que entraron a fines de los 90, por decisión del patriarca, quien consideró que ya estaban los tiempos para abrir un club privado para socios de élite, un espacio a caballo entre el cabaret y el nightclub. A eso hay que sumar las fiestas electrónicas Sunshine, en la V Región.
Durante varios años y en varias sociedades, los Aravena han sido socios de Jaime Retamal Martínez, un expresidente de la Asociación de Empresarios Nocturnos.
“Un mall”
Propiedad de la sociedad familiar Inmobiliaria Oriente y con un avalúo fiscal de $4.348 millones, según datos del Servicio de Impuestos Internos, el Caupolicán es además un inmueble de Conservación Histórica.
Desde que los Aravena lo tomaron, sobre su escenario se han subido cantantes, grupos y también políticos. Su negocio consiste, principalmente, en arrendar las instalaciones. En 2020, a raíz de un juicio laboral, los Aravena explicaron así su funcionamiento: “Imobiliaria Oriente Limitada es propietaria del Teatro Caupolicán y este último no es un simple teatro, como se piensa, sino un complejo comercial o mall acogido a la Ley de Copropiedad inmobiliaria en el cual existen además del Teatro propiamente tal un segundo recinto de espectáculos, locales comerciales, fuentes de soda, cafetería, etc. En el caso del Teatro, el recinto destinado a espectáculos se encuentra dado en arrendamiento a la sociedad Comercial Caupolicán Limitada, la cual lo explota por su cuenta, con personal de su exclusiva dependencia y con el único efecto de producir eventos artísticos”, explicitaron.
En el Servicio Electoral se puede encontrar una factura por $2,3 millones por el arriendo del local para el Caupolicanazo, organizado por el PC para el segundo plebiscito constitucional, el 18 de noviembre de 2023, y en un juicio de 2017 con Chilevisión, por la presentación de Charles Aznavour, el canon figura en $ 11,9 millones. En la mediática pelea que el humorista Bombo Fica tuvo con el Teatro y que terminó en enero con un acuerdo conciliatorio entre ambas partes, se revela que regularmente el arriendo del lugar para un show cuesta $15 millones. Productoras consultadas dijeron haber pagado hasta $20 millones, pero que todo depende del servicio y las instalaciones utilizadas. Reacio a hablar de cifras, Aravena sostiene que “tener un teatro de estas características implica un costo de mantención muy alto”.
La cafetería del Teatro Caupolicán, que tiene patente de restaurant y de alcoholes, es administrada por Comercial Caupolicán Ltda. y otra sociedad de los Aravena, División SpA, es la productora de algunos de los espectáculos que ahí se exhiben.
En el registro de receptores de fondos públicos del Servicio Nacional de Capacitación y Empleo, Comercial Caupolicán Ltda. figura con un patrimonio de $6.000.000.
Otra de las sociedades a través de la cual los Aravena manejan sus negocios es la Sociedad de Espectáculos Miraflores Limitada, una de las firmas más antiguas del grupo. Lo mismo pasa con Comercial Broadway y Comercial Tajamar, que maneja algunos de los recintos nocturnos, mientras que Comercial Las Agustinas Limitada está a cargo de los saunas, y varias sociedades como Sunshine Producciones SpA, Floating SpA, Comercial Santa Guadalupe SpA, Sunset SpA y Comercial Top Limitada, entre otros, agrupan a empresas de apoyo o proyectos específicos. A su vez, cada uno o con sus descendientes realiza negocios propios.
Hasta 2018, los Aravena fueron socios del Club de Deportes Independiente de Cauquenes, un equipo al que su padre siempre le tuvo afecto y que tras varios intentos por salir de las ligas inferiores terminó siendo vendido al empresario quillonino Óscar Roa. Prefirieron concentrarse en los negocios que conocen. La noche.
Posible cierre
Durante la madrugada del domingo 25 de agosto, un carabinero que se encontraba en su día de franco, trabajando como guardia de seguridad privado, murió tras recibir disparos tras un incidente a la salida del Teatro Caupolicán por el que fue detenido y formalizado otro carabinero.
Ante ello, el delegado presidencial de la Región Metropolitana, Gonzalo Durán, no descartó la clausura del Teatro Caupolicán. “Vamos a estar clausurando lugares que han afectado gravemente la seguridad de la población”, sostuvo.
Hasta la fecha, el Teatro Caupolicán ha seguido funcionando normalmente, mientras se desarrolla la investigación judicial.
Aravena Fariña sostiene que cumplieron las normas, pero que están dispuestos a mejorar en lo que se les indique. “Nosotros tenemos todos los permisos para funcionar de acuerdo a la ley”, sostiene.