Una pequeña élite goza de oportunidades de las que carece parte importante de la población chilena. Ese es el principal problema del modelo nacional, a juicio del académico de la Universidad de Chicago, Luigi Zingales, quien desde una posición promercado alerta de las consecuencias de implementar el capitalismo ignorando principios como una verdadera libre competencia y una igualdad de oportunidades.

Autor de "Capitalismo para la gente" y "Salvando al capitalismo de los capitalistas", este último junto a Raghuram Rajan, asegura que ambas lecturas son útiles en el marco de la crisis nacional. A su juicio, aunque Chile fue exitoso en el manejo de su macroeconomía, no supo advertir los riesgos de que la élite nacional siguiera cerrada y con gran influencia en el poder político.

De esta manera, le parece que la rebelión de Chile se parece a la de Francia, pero no a las que hemos visto en la era de Emmanuel Macron, sino que a las que tuvieron lugar en 1968 y que se propagaron por toda Europa, cuando la generación que no vivió la guerra comenzó a exigir bienestar.

¿La desigualdad es síntoma de que en Chile no funciona bien el capitalismo?

-Las políticas que ha adoptado Chile en general han ido dirigidas a arreglar los aspectos macro de la economía y funcionaron muy bien en esa dimensión. Pero nunca abordaron el asunto de una sociedad con igualdad de oportunidades.

Un par de años atrás hubo una asociación de estudiantes chilenos de MBA que se reunieron aquí en Chicago Booth y me pidieron estar en un panel con Sebastián Edwards y Rodrigo Valdés. Uno de los estudiantes preguntó si Chile es un país con un capitalismo clientelista y yo respondí: "Absolutamente sí". Rodrigo Valdés me dijo que "cómo podía decir algo así", "somos la Suiza de América Latina", "hay baja corrupción"...

Ante eso yo comencé con mi lista. "Los derechos de pesca se le dieron de forma gratuita a la familia Angelini, solo como un favor porque ellos dieron su apoyo a Pinochet". "Una de las industrias más valiosas, la del litio, ¿quién es propietario de eso? el ex yerno de Pinochet". En Chile la macroeconomía funciona, pero el dinero real aún lo controlan pocas familias.

¿Qué otros problemas del capitalismo chileno evidencia?

-Hay un paper de un colega que indaga en la procedencia de la élite chilena. Se dividió una muestra de jóvenes con igual puntaje para ingresar a la universidad y notaron que si una persona fue al The Grange School y ese tipo de colegios te va extremadamente bien en la vida. No obstante, si vienes de una escuela corriente, eso tendrá cero impacto en tu vida.

Eso sugiere que los ingresos del país son manejados por una élite que no le está dando muchas oportunidades al resto. Si trabajas duro, en Chile se supone que deberías tener éxito. Pero no es así, y eso frustra.

Todavía hay una pequeña élite que controla la mayoría de los recursos valiosos del país, mientras que muchas personas que, por ejemplo, invirtieron en educación yendo a universidades privadas, ahora no encuentran una ocupación que esté al nivel de esa inversión. Eso crea un gran resentimiento.

¿Cree que esta pequeña élite entienda la frustración a la que hace referencia?

-No quiero dar el nombre, pero tengo un amigo chileno que estudiaba en el MIT. Cuando lo visité en 2015 le pregunté sobre los problemas de desigualdad y su respuesta fue que "no es realmente un problema la desigualdad" y planteó que lo realmente problemático era el transporte, porque tomaba mucho tiempo que la gente llegara a su trabajo, por lo que él consideraba que solucionando ese asunto se solucionaba la desigualdad... Ese es un claro indicativo de que no estaba comprendiendo el problema.

¿A qué atribuye la dificultad de la élite para comprender el problema?

-Chile tiene una historia particular. Los últimos 30 años representan un éxito macroeconómico enorme. Sin embargo, no se analizó la interacción entre el control de la propiedad y el sistema político.

Si revisas el libro que escribimos con Raghuram Rajan, "Salvando al capitalismo de los capitalistas", reconocemos que hay un vínculo muy importante entre la concentración de la propiedad y el tipo de capitalismo que se pueda diseñar.

No estoy en contra de que la gente se vuelva rica como fruto de su éxito, por el contrario, quiero que más gente se vuelva rica. No veo un problema en que haya muchos billonarios, siempre y cuando eso no se traduzca también en la acumulación de mucho poder político.

Algunas cosas que funcionaban bien en las economías occidentales hasta hace 20 años es que había menos influencia de los súper ricos en el sistema. Eso ha desaparecido. Las reglas del sistema son diseñados por esos poderes, pero también hay un problema de percepción, porque la gente ve que el juego está arreglado.

Cuando se siente eso, la gente no tiene otra opción que quejarse y no necesariamente sobre los asuntos correctos, porque no conocen en detalle las reglas, pero no se sienten satisfechos y perciben que algo funciona mal.

¿Entonces comprende ese descontento que se expresa sin líderes ni un petitorio claro?

-No hay un programa o un partido político que trata de arreglar este problema. En el libro "Capitalismo para la gente", llamo a que se mire ese malestar. Creo que hay que presentar un plan para arreglar el capitalismo antes de que la revuelta tome el control del capitalismo. Creo que mucho de lo que planteo no se toma en serio, porque usualmente se piensa que no habrá revueltas, que "todo está bien", que es "exagerado". Pero, de hecho, es muy importante tener un programa positivo para que hacer que las cosas funcionen.

¿Quiénes son los responsables de que las cosas funcionen y qué debieran hacer?

-Mi llamado es que se hagan cosas antes, pero la situación es extremadamente difícil cuando llegas a un punto como al que llegó Chile, porque se genera un precipicio entre la gente que participa de las revueltas y la élite y el gobierno. Sin un poco de confianza no puedes seguir adelante.

El gobierno debería tratar de encontrar a gente, algún rostro, hombre de negocios o pensador, que salga desde fuera del establishment y genere confianza en la población, en general, por el hecho de que plantea críticas al sistema desde antes de las revueltas. Personas así pueden generar confianza.

¿Qué se debe hacer para que la riqueza no siga permaneciendo en esa pequeña élite?

-En primer lugar, deberían haber esfuerzos considerables para agrandar a este grupo. En temas de género se han hecho cosas que sirven de ejemplo, con la entrada de mujeres en los típicos boy clubs.

Lo que se quiere en Chile, justamente, es romper esos clubes. Tienen que comenzar a elegir a personas que están fuera de la élite pequeña. Estas mismas personas también traerán a otras personas que no pertenecen al club y es así como comienza la transformación.

Además, se tiene que desarrollar una agenda que tenga por objetivo emparejar el juego. Eso implica que se trabaje en quebrar las ventajas de la élite.

¿Qué riesgos se corren si no se genera esa transformación?

-El riesgo es que un movimiento izquierdista quiera llegar a la masa y con ella tomarse el poder político. Otra posibilidad es que con el objetivo de proteger a quienes hayan quedado atrás, grupos pueden intentar bloquear el funcionamiento del mercado. Desde mi punto de vista, el riesgo es muy serio.

¿El éxito de Chile también debió ser medido en relación al acceso a salud y educación de calidad que ofrece a sus ciudadanos?

-Varios chilenos aseguraban que su país era la Suiza de América Latina. Sin embargo, Suiza ya ha tenido éxito en estos aspectos. Tienen un sistema público y privado de salud que funciona bastante bien, tiene un sistema de educación excelente y, según sé, no hay mucho descontento social en Suiza.

Se da legitimidad al sistema capitalista si se provee a todos una oportunidad. Eso, entre otras cosas, significa que cualquier niño que haya sido dejado atrás reciba apoyo y educación.

Varios han comparado lo que pasa en Chile con las protestas de los chalecos amarillos en Francia. ¿Ve similitudes?

-Desde mi punto de vista este se parece más a las revueltas de 1968 en Europa. Esa era la primera generación que creció después de la guerra y comenzaron a cuestionar parte del sistema que sobrevivió y realmente no había cambiado mucho. En parte, había una desconexión. Todos estaban sorprendidos porque las décadas del 50 y 60 fueron fenomenales en términos de crecimiento en Europa, por lo que no quedaba claro el descontento, la respuesta es que ese estallido fue en parte impulsado por expectativas que no se materializaron. No soy experto en Chile, pero mi impresión desde lejos es que está pasando exactamente eso.

¿Un historial de colusiones en el sector empresarial también juega en contra de la legitimidad del capitalismo?

-En pequeños países como Chile no hay muchos jugadores y esos jugadores están tentados a coludirse, por lo que no tienes una competencia real. Las colusiones que tuvieron lugar en Chile son de productos que la gente usa día a día, por su presupuesto se ajustó en parte por esto.

Uno de los principios importantes es que los mercados funcionan cuando hay competencia. Usualmente eso olvida. Si no hay competencia, entonces se requiere intervenir de otra forma.

Además, los mercados funcionan si hay un marco legal, pero también si hay confianza y te asegures de que las personas no se coludan. Muy a menudo, gente promercado olvida estos aspectos que a mí me parecen cruciales.

A su juicio, ¿cuál debiese ser el castigo para la colusión si quiere desincentivarla?

-El gran riesgo acá está en cómo se implementan los castigos. En un país con una élite pequeña en la que todos se conocen, ¿quién va a implementar los mayores castigos por colusión en contra de su tío, su amigo de la escuela, su padrino o su suegro? Ese es el problema.

En este caso el llamado es el mismo, tienes que traer gente de afuera de esta élite, que tenga una fuerte motivación para hacer el país más justo y haga que quienes cometan esos delitos enfrenten las leyes antimonopolio.