El 3,2% que aumentará el gasto público el próximo año será el menor en ocho años y se ubica en la parte baja de las proyecciones de los analistas que, una vez conocidos los cálculos de largo plazo de crecimiento del PIB y de precio cobre, pronosticaron un incremento de entre 3% y 3,5%.

De esta manera, con los antecedentes conocidos, el crecimiento del gasto será menor que el de la economía por primera vez desde 2012, considerando que el consenso de mercado apunta a una expansión de la actividad de 3,8%.

De esta forma, el gasto como porcentaje de la economía dejará de crecer, lo que no es menor, dado que entre 2013 y 2018 el gasto público se expandió a una velocidad de 5,1% anual en promedio, mientras que la actividad lo hizo en 2,5%, es decir, más del doble.

Este dato del presupuesto permite advertir que es una señal de austeridad totalmente necesaria y bienvenida ante la necesidad de restablecer el orden fiscal luego de la aceleración del endeudamiento del país como porcentaje del PIB.

Hubiese sido ideal un esfuerzo incluso mayor, pero con este número de gasto público dado a conocer por el Presidente Sebastián Piñera, es posible garantizar un retroceso en el déficit fiscal de 0,2 punto porcentual y, al mismo tiempo, se avizora -tanto por los economistas locales como por las agencias de clasificación de riesgo- permitirá estabilizar el nivel de deuda sobre PIB en torno al 25% o incluso algo por debajo de ese nivel.

Es cierto que todavía resta por conocer el detalle y cómo se hará frente a todos los gastos comprometidos.

Es de esperar que los esfuerzos de ajustes hayan venido por el gasto corriente y no por el de inversión, como lamentablemente fue la tónica en los últimos años del gobierno pasado.

De hecho, en el presupuesto de 2018 en régimen, se contempló un incremento de 0,3% en inversión pública versus el avance de 4,6% en gasto corriente.