En su último libro, "21 lecciones para el siglo XXI", el historiador Yuval Noah Harari, cuyas obras han sido recomendadas por figuras de la talla de Bill Gates, Barack Obama y Angela Merkel, identifica la amenaza por la guerra nuclear, la disrupción tecnológica y el cambio climático como los tres principales problemas globales que encara hoy la humanidad.

Esto, atendiendo a que se trata de retos que no pueden ser enfrentados por un solo país en forma aislada.

Luego de revisar el Informe Planeta Vivo 2018, sin embargo, es necesario sumar un cuarto desafío: la necesidad urgente de detener la pérdida masiva de biodiversidad a nivel mundial. Algo que, claramente, requiere de la convicción, el compromiso y la cooperación de todos los países.

Esta icónica publicación de WWF, editada cada dos años desde 1998, y cuya última versión fue lanzada a fines de octubre, nos alerta respecto a la caída de 60% que han experimentado las poblaciones de seres vivos vertebrados a nivel global, entre 1970 y 2014. Las especies que han sido más fuertemente mermadas, son las de agua dulce, con una baja de 83%.

La región del planeta que ha sufrido la mayor debacle en su fauna es América del Sur y Central, llegando a registrar una disminución de 89% en sus poblaciones de vertebrados en poco más de 40 años.

El impacto humano tras estos inquietantes datos es indesmentible, principalmente a través de la pérdida y degradación de hábitat, y la sobre explotación de los recursos.

La amenaza que esto cierne sobre nuestra forma de vida no puede pasarse por alto: la biodiversidad nos asegura aire fresco, agua limpia, alimentos, energía, medicinas y materiales, todos esenciales para nuestra subsistencia y bienestar. En términos económicos, se estima que la naturaleza proporciona servicios por unos US$125 billones al año.

Un ejemplo lo tenemos en el campo, donde el 75% de los beneficios mundiales que generan los cultivos alimentarios provienen de US$235.000 a US$577.000 millones en producción de cultivos por año.

Ante la sombría evidencia, queda claro que es hora de actuar. Así, a pocos días de la COP14, Conferencia de las Partes de la Convención de Biodiversidad (CDB), que se celebrará en Egipto, WWF pide a gobiernos, empresas y personas un nuevo compromiso global por la naturaleza, que esperamos pueda concretarse en esta cumbre y convertirse en una especie de Acuerdo de París, esta vez orientado a proteger y recuperar la vida natural.

Si bien la CDB por sí sola no ofrece la solución, es el único instrumento legal internacional que busca, explícitamente, proteger la riqueza natural del planeta.

En este contexto, Chile debería reforzar sus compromisos con la protección de la biodiversidad, lo que implica necesariamente contar con un Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas; garantizar un manejo efectivo de dichas áreas y avanzar en un acuerdo nacional de restauración, considerando que hemos perdido el 42% de nuestros bosques nativos y existe casi 80% de tierras degradadas.

Respecto a las Metas de Aichi, que establecen que al 2020 el 17% de las zonas terrestres y de aguas continentales y el 10% de las zonas marinas y costeras deben estar protegidas, si bien se ha avanzado porcentualmente, es clave atender a la representatividad de estas áreas. Así, algunos sectores están al debe: la zona mediterránea, en tierra, y las áreas marinas costeras protegidas.