Allá por 1516, en el hoy Múnich vio la luz el edicto de la pureza de la cerveza, la primera regulación legal de un alimento.

La norma, conocida como Reinheitsgebot y decretada por Guillermo IV de Baviera, establecía que la cerveza solo podía elaborarse a partir de tres ingredientes: cebada, lúpulo y agua. Mucho ha cambiado desde entonces, y la mayoría de ellas llevan levadura.

Sin embargo, medio milenio más tarde, el Reinheitsgebot sigue estando vigente en buena parte de las cervecerías de esta región, que comprende casi el 30% de la producción total de este fermentado en Alemania.

El Reinheitsgebot también marca el ritmo el Oktoberfest, el festival dedicado a la cerveza más importante del mundo, que como cada año se celebra durante estos días en Múnich.

El evento, que concentra durante dos semanas a más de seis millones de personas, casi cinco veces más que la población total de la capital bávara, se rige por la tradición.

Y no solo por la del Reinheitsgebot: el Oktoberfestbier, como marca registrada titular de la Asociación de Cervecerías de Múnich, solo permite a seis cervecerías preparar y servir sus productos, además de poder montar y utilizar una de las 14 carpas que acoge el recinto ferial, con capacidad para 10.000 personas cada una.

Para esta media docena de cervecerías, el Oktoberfest es, sin ninguna duda, "el evento más importante del año", explica Andreas Steinfatt, director general del grupo Paulaner Brauerei, una de las empresas certificadas por la feria. Tal es el impacto, prosigue Steinfatt, que tan solo en estas dos semanas, dentro del recinto de 42 hectáreas del festival, la marca vende el 1,5% de toda su producción anual.

A esta cantidad se le suma la cerveza que despachan Augustiner, Hacker-Pschorr, Hofbräu, Löwenbräu y Spaten-Franziskaner, las otras cinco cervezas que, junto a Paulaner, cumplen los requisitos fijados por el histórico evento.

En total, se beben 7,7 millones de litros de cerveza, a los que se añade el consumo de 466.747 pollos asados, 206.535 pares de las tradicionales salchichas de cerdo y 79.474 codillos. Paulaner, la marca con mayor cuota de mercado fuera de Alemania, acapara el 25% del total de litros del fermentado vendidos durante el festival. "De los grifos de nuestra carpa salen unos 12.000 litros de cerveza por hora", resume Andreas Steinfatt. Cada uno de ellos tiene el precio, fijado por la organización, de 11,90 euros.

Durante las dos semanas de duración, el Oktoberfest se convierte en el motor económico de Múnich. Desde hace más de 10 años, los hoteles de la ciudad llenan todas sus habitaciones, según datos de la Agencia de Turismo de la capital bávara. El festival da empleo a 8.000 trabajadores permanentes y a 5.000 temporales, entre camareros, cocineros, feriantes, músicos, técnicos o personal de seguridad.

Una cerveza especial cada año

Durante el festival es costumbre que cada una de las seis fábricas participantes elaboren una cerveza especial para la ocasión, siguiendo las normas que dicta la ley de pureza. Todas son de la variedad Märzen, de fermentación baja y con un porcentaje de alcohol que no supera el 6%. Las empresas la elaboran en el mes de marzo, y para poder conservarla durante los meses de verano sin hacer uso de técnicas y tecnologías contemporáneas, es más lupulada y tiene más graduación alcohólica que las cervezas corrientes.

Una réplica en América Latina

Aunque el corazón del Oktoberfest se encuentra en Múnich, y debido a las leyes que rodean a la celebración no parece que esto vaya a cambiar, el evento se celebra en muchos otros países.

Los principales son aquellos en los que la inmigración alemana cobró más importancia, como Brasil, Argentina, Perú, Chile o Venezuela. A estos se le suman, desde hace años, regiones como Estados Unidos, Rusia, Japón o España.