La agenda pública económica ha estado marcada por la falta de iniciativas por parte del gobierno que permitan avizorar un mayor crecimiento de largo plazo ante la falta de dinamismo de las inversiones. Esta visión más crítica fue expresada por los líderes empresariales, pero fue tomando forma a medida que las expectativas empresariales empezaron a mostrar un estancamiento y luego un ligero declive. Tanto que el tema escaló hasta La Moneda, y la coalición de gobierno hizo ver el tema a las autoridades.
El ministro de Hacienda, Felipe Larraín, afirmó que "estamos creciendo y creciendo bien, pero parece que fuera poco (...) quiero pedir un poquito de paciencia, llevamos apenas cinco meses en el gobierno y no por mucho madrugar amanece más temprano: queremos hacer reformas de calidad porque velocidad y cantidad de reformas no es el récord que queremos".
La realidad es que existe ansiedad que genera entre los tomadores de decisiones de inversión por una relativa falta de claridad, de norte, respecto de las prioridades económicas de la autoridad, más allá de que los datos estén mostrando el mejor desempeño económico desde 2012, y que incluso los datos líderes de julio indiquen un buen ritmo. Es que el sector privado parece no recuperarse del golpe bajo que propinó la decisión de incumplir una promesa de campaña: bajar impuesto a las empresas. Pero no es sólo eso, sino múltiples factores como la rigidez laboral, la falta de certezas de permisos y judicialización de proyectos, entre otras trabas a la inversión que en conjunto generan incertidumbre.
La luna de miel se acabó, no sólo con la oposición, sino también con los privados. Paciencia y expectativas elevadas no siempre pueden estar en la misma frase. La pregunta es si el cambio tributario que prepara el gobierno tendrá el efecto detonador de inversiones que se espera. El riesgo de decepción, de que la reforma termine bajo una sensación de esterilidad, puede generar un deterioro adicional de las expectativas.