La participación laboral (el número de ocupados y desocupados sobre el total de la fuerza de trabajo), aún muestra una importante brecha entre ambos sexos, aunque en el caso de las mujeres la tasa de participación ha ido aumentando en los últimos años.
En marzo del presente ejercicio la diferencia en este ítem fue de 17,6%, considerando que la tasa de los hombres ascendió a 71,7%, mientras que la de mujeres de 54%, según el informe de Ocupación y Desocupación en el Gran Santiago. En los últimos 20 años, la tasa de participación femenina ha aumentado 10,3%, mientras que la de los hombres se ha reducido 2,2%.
A nivel nacional, eso sí, los datos del Instituto Nacional Estadísticas (INE), muestran que la tasa de participación femenina alcanza el 49,3%.
Este avance en la participación laboral femenina ha tenido efectos no menores en los ingresos de los hogares, así como también a nivel macro un mayor crecimiento en el largo plazo.
Sin embargo, aún queda espacio para profundizar dicha participación para alcanzar a países desarrollados donde pueden superar el 60%. Ante este escenario, si bien puede ser loable enfocarse en la desigualdad de salarios, no se debe dejar de lado las políticas que fomenten o faciliten la incorporación de más mujeres al mercado del trabajo.
Para ello, se requieren trabajos en varias dimensiones. Por una parte, se debe avanzar en flexibilidad laboral, así como también en disminuir los costos asociados a su contratación.
De la misma manera, es relevante trabajar en la agenda cultural para disminuir la brecha salarial de género para igual función.
Los beneficios de elevar la participación de la mujer en el mercado del trabajo generará supera con crecer los costos de corto plazo que pudiesen significar cualquier aplicación de medidas enfocadas a promover el empleo femenino.