Pitazo inicial
20 millones de chilenos. Seis de cada 10 viven en regiones, el 11% es de zonas rurales.
Uno de cada 10 pertenece a un pueblo originario; dos de cada 10 mayores de edad están en situación de discapacidad, y el 16,2% de la población en Chile corresponde a adultos mayores.
No es de extrañar, entonces, que el proceso constituyente chileno, que se inicia hoy y que sienta, en una misma mesa, a 155 personas –con sus tremendas diferencias de origen geográfico, étnico, educacional, social, con prioridades y modos de vida tan dispares, como fiel reflejo de nuestro país- sea, a lo menos, denso y difícil.
Seguramente a esta hora ya estaremos viendo evidencia de ello en los programas especiales de TV abierta, en medio del llamado de algunos a “rodear” la constituyente, presionando por hacer prevalecer en la mesa una mirada y generando un ambiente de desorden que a muchos, obviamente, asusta.
Pero hay evidencia de que en estas diferencias estarán precisamente las oportunidades de que nos vaya bien como país.
Tal como dijo el experto en derecho constitucional, Win Voermans, en este mismo diario hace unos días, una “convención fragmentada” obligará a ponerse de acuerdo, a negociar. Nadie podrá poner el pie encima a otro y en eso, que hoy parece más bien un “caos”, estará el potencial de Chile para hacer una Constitución representativa de todos.
Por eso, soy un convencido de que este ejercicio democrático que comienza hoy es la mejor manera de ir solucionando los problemas complejos que enfrenta nuestra sociedad, aunque esto nos implique pasar por momentos de álgidas diferencias, desórdenes y dolor social.
Confío en que seremos capaces de dialogar y buscar puntos en común, y así poder dar un curso democrático a las exigencias de todos los sectores.
¿Puede salir mal? Sin duda. Sobre todo si algunos de los representantes insisten en hacer prevalecer sus intereses personales y políticos, buscando saltarse las reglas del juego y haciendo perder legitimidad al proceso. Pero esperemos que esas intenciones no prosperen.
En cambio, ¿qué confío que sucederá?
Que el proceso de diálogo, conversación y búsqueda de acuerdos permita volver a encontrarnos como compatriotas que compartimos este lindo país.
En lo técnico, que seamos capaces de configurar un nuevo sistema político idóneo para un proceso de mejora continua de las políticas públicas, a través de instituciones independientes a los ciclos electorales. Así tendremos eficiencia, eficacia y calidad de la gestión pública, pudiendo alcanzar la tan ansiada igualdad de oportunidades, donde cada chileno, si se esfuerza, logre cumplir sus sueños.
También, que prevalezca la necesidad de contar con sistemas que permitan mantener la responsabilidad fiscal que ha caracterizado a Chile, como un bien no transable.
En el ámbito del desarrollo, que se puedan sentar las bases para que sea sostenible, donde puedan florecer empresas y emprendimientos sin sufrir discriminación frente a un posible Estado empresario y que se limite razonablemente el poder de este, para así entregar la certeza necesaria al sector privado para que pueda proyectar su crecimiento.
La sostenibilidad ambiental que permita el progreso de la iniciativa empresarial respetando el medioambiente para las nuevas generaciones es otro ítem que debería estar contenido, como también la provisión mixta de bienes públicos por medios privados y del Estado, dando libertad de elección a la ciudadanía.
Los temas de descentralización no deberían quedar fuera, pero siempre con responsabilidad fiscal, así como entregar las herramientas para que el país pueda ir cumpliendo cada vez más con la provisión de derechos sociales básicos en línea con el nivel de desarrollo del país.
Y, sobre todo, aspiro a que este debate y conversación que se inicia hoy culmine, en el pitazo final, con una Constitución integradora de intereses y miradas al largo plazo, convirtiéndose al fin en un documento del cual podamos estar orgullosos y que será producto, nada menos, de algo que hoy parece sumamente lejano: la unión de todos los chilenos.
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