Qué fácil se ha vuelto últimamente atacar al poder, denostarlo, apuntarlo con el dedo y unirse al coro de voces que señalan que todo el poder es sinónimo de abuso, desconfianza, corrupción o degradación. "Poder" y "abuso de poder" no son ni sinónimos ni consecuencia de uno respecto de lo otro; menos aún es justo asociar al poder y su ejercicio con una serie de acciones y conductas que contravienen leyes, normas o estatutos que definen claramente lo que se debe o no se debe hacer.
Los filósofos ilustrados nos mostraron el camino para asegurar las libertades personales y evitar la tiranía y el abuso del poder concentrado en una sola persona. El contrato social, idea que está en la base de las democracias liberales modernas, aseguró el mecanismo y el espíritu de las relaciones entre las personas, el Estado y las distintas dimensiones de ese Estado. La separación de poderes, la limitación y en algunos casos el fin del poder monárquico, fueron ideas que conquistaron el mundo civilizado.
El puritanismo tan de moda por estos días nos impide concentrarnos en aquello que es sustancial en materia de control y fiscalización, para desviar la mirada a lo que es popular, pero no necesariamente correcto. La excesiva influencia que tienen las redes sociales en el debate público lleva a algunos actores políticos y medios de comunicación a hacerse eco de ideas a veces febriles sobre el poder, cómo éste se ejerce y las relaciones que deben establecerse entre sus participantes. Y muchas veces, en este debate pareciera ser que no interesa alcanzar la verdad, sino sólo tener la razón.
Cuando el poder no tiene contrapeso, controles, autorregulación o estatutos que normen sus alcances y las relaciones entre los intervinientes, se abren espacios para su abuso, el cual no sólo es el atropello a normas escritas y preceptos legales, sino que va de la mano de posiciones de privilegio que muchas veces pueden perpetuarse por el uso inadecuado de ese poder.
El respeto a las reglas del juego debiera ser un tema esencial de debate en este momento. Pero este debate debe hacerse en base a evidencia seria, mecanismos que estén a la vista y apuntando siempre a encontrar la verdad.
La experiencia muestra que los sistemas de control, las regulaciones y mecanismos transparentes de accountability son condiciones básicas para combatir el abuso de poder o la corrupción de las acciones personales y grupales. Estos mecanismos no tienen por qué ser complejos, enrevesados ni menos aún ocultos. Mientras más simples y sencillos, pueden ser mejor comprendidos por los regulados y por la opinión pública en general.
Los antídotos al abuso de poder están ahí y se relacionan con la fortaleza de las instituciones, la publicidad y transparencia de sus actos institucionales y de sus directivos, controles suficientes y adecuados al proceso de toma de decisiones y con una sociedad civil que sea responsable sobre la base de estar debidamente informada. En esto, la labor de un periodismo de calidad es clave porque la constante insinuación de que toda reunión, toda gestión, toda decisión o todo dictamen es fruto de la corrupción, debilita la credibilidad del sistema. Y sin credibilidad y fortaleza, se abren todos los espacios para el abuso de poder. Todo lo contrario a lo que esperamos combatir.