En los últimos años hemos escuchado en un sin número de ocasiones que nuestra sociedad atraviesa una crisis de confianza. Hemos discutido sobre el por qué las instituciones, las marcas, los partidos políticos, la iglesia, etc. han perdido su capacidad de generar confianza. Hemos conversado sobre cómo las personas han perdido su capacidad de creer. Incluso les hemos traspasado la culpa de lo que estamos viviendo como sociedad.
Pero creo que la real culpa es nuestra, no de quienes reciben nuestras acciones.
Es claro. Algo hicimos mal…
Hay errores que se generan por omisión de alguna variable importante en el problema. Creo que este es el caso. Dejamos de considerar una parte de la ecuación en este asunto: a las personas.
Estas mismas instituciones que antes nombraba nos han puesto nombres especiales en función de cómo nos quieren catalogar. Algunos nos llaman ciudadanos. Otros nos dicen consumidores, militantes, feligreses, adeptos, socios, clientes. En fin, todos enfocados siempre desde quien otorga las etiquetas. No desde quien las recibe. O sea, nosotros.
Y quizás nadie ha pensado que nos guste que nos llamen simplemente personas.
La confianza es algo que se construye, que necesita tiempo. Que se va "ganando" y que es frágil. Cuando hace algunos años, las personas no teníamos acceso a entender qué pasaba con nuestro entorno, a tener acceso a la información de manera concreta, debíamos creer y "confiar" en lo que nos decían. Ciegamente. Casi como un acto de fe.
Hoy en cambio, podemos elegir.
Dado que la confianza se construye, todos quienes comentan que la confianza se quebró, deben entender que la real crisis que vivimos es la de falta de empatía. Empatía que se define como "tratar de ver el mundo a través de los ojos de quien tenemos en frente". En chileno, nos dejamos de poner en los zapatos del otro. Dejamos de tener interés real en lo que piensa y siente el otro. Nos hemos vuelto individualistas en la acción (aunque tremendamente socialistas en el discurso). Dado que nos dejó de importar el otro, ¿Cómo podemos esperar que aquel que tenemos en frente confíe?
Empezamos a buscar soluciones facilistas, rentabilidad, fans, seguidores, partidarios, fieles. Dejamos de buscar conexiones con los problemas y entender los contextos. Básicamente, empezamos a imaginar el mundo que los otros ven desde nuestra óptica cómoda y dejamos de tratar de ver el mundo a través de los ojos del otro. Desde su realidad.
Hoy se suma un nuevo pelo a la sopa.
La confianza implica un costo que no teníamos considerado: "El riesgo".
Expliquemos esta variable faltante en la ecuación. Para que yo confíe en alguien, dados los tiempos que vivimos, primero debo ponerme en una especie de situación de vulnerabilidad. Luego, cuando abrí la puerta, empezamos a considerar el retorno que nos traerá correr este riesgo. Por ende, no queremos que nos reduzcan el riesgo a cero para confiar. Queremos que nos hagan sentir que haber corrido el riesgo valió la pena.
Por ende, la confianza no se gana con promesas. Se gana con actos y con una nueva visión. Es la nueva óptica de entender que para que la gente confíe, ésta debe hacer un sacrificio. Y ese sacrificio hoy no es fácil, barato ni simple.
La confianza que se tiene hoy no es gratis. La confianza que se quiera generar mañana será cada vez más difícil de generar.