Muy preocupado por el país se declara Sebastián Edwards. Del optimismo inicial respecto del gobierno ya no quedan rastros y la modificación del equipo ministerial solo vino a ahondar su crítica: "Es más bien cosmética. Tenemos un problema político y este cambio de gabinete no hace nada -absolutamente nada- por abordar ese tema", sostiene y extiende también su reclamo a la oposición y a las élites. Asegura que al menos dos tercios de la desaceleración que sufre la economía es por factores internos y que solo "cuando se vean avances verdaderos de posibles reformas consensuadas" podrá haber un reimpulso de la confianza empresarial y de la inversión.

El economista aterriza hoy en Santiago para participar este jueves 20 en el seminario anual XVII de Moneda Asset Management, que lleva por nombre "Crecimiento = Ideas + Responsabilidad".

Usted partió optimista respecto de este gobierno, pero al cabo del primer año su tono empezó a cambiar. ¿Qué pasó y cómo se declara hoy: decepcionado, crítico, preocupado?

-Estoy muy preocupado. En contra de lo que se esperaba, en lo económico el gobierno no ha tenido una visión nítida ni un programa coherente y detallado. Se habla de recuperar la tasa de crecimiento, pero esa es una generalización un poco boba, sobre la que todos estamos de acuerdo. La conducción ha sido débil y no se ha enfocado a los problemas más serios. A veces ha parecido un gobierno organizado en torno a una obsesión: la reforma tributaria con reintegración. En el resto, a veces el gobierno parece estar dando "palos de ciego".

¿Chile está en una crisis o ad portas de ella?

-Chile está enfrentando una crisis profunda, crisis que es esencialmente política, pero que "chorrea" hacia otras esferas, incluyendo la economía. Lo peor es que no hay conciencia de cuán seria es la situación. Chile perdió el liderazgo de la región y todo el mundo se encoge de hombros. Las élites, los políticos, los académicos, los empresarios. Yo hubiera esperado una reacción activa y de alarma cuando el FMI proyectó, hace un año, que Panamá pasaría al primer lugar de ingreso per cápita en América Latina. Pero a nadie pareció importarle. Más de alguien me dijo: "Pero Panamá no es un país, es un canal". Después de decir eso se fueron a sus casas de fin de semana o a comer un asadito con los amigos y amigas. Hay una enorme complacencia; enorme y generalizada.

¿Eso quiere decir que hoy el principal problema del gobierno es más político que económico?

-Es un problema muy serio, tanto político como de gestión. Piense en la encuesta CEP que salió recién. Un 76% del público ve al Presidente como "lejano" y a un 66% no le da confianza. Además, un 65% cree que el gobierno ha actuado sin "destreza ni habilidad". Y para gobernar con éxito se requiere exactamente cercanía, confianza y ser percibido como competente. El cambio de gabinete debió haber apuntado a subsanar estas falencias, nombrando en el Ministerio del Interior a un gran articulador político. Alguien que supliera las debilidades del Presidente. Pero no se hizo. Al contrario, se optó por cambios menores y más bien cosméticos.

¿Cuánto es responsabilidad del propio Presidente Piñera en todo esto?

-El Presidente tiene una responsabilidad considerable. Tiene un equipo muy bueno. Es una orquesta con buenos intérpretes individuales, pero él es un director complicado. A menudo se entusiasma demasiado y quiere tocar todos los instrumentos en persona. Y cuando lo hace, tiende a desatender su labor principal, que es, justamente, la de dirigir a la orquesta, con eficiencia, parsimonia y sin aspavientos. Que el director toque todos los instrumentos no funciona en ninguna parte del mundo. Además, el Presidente ha tenido dificultades en articular un diálogo fructífero con la oposición.

En ese contexto, ¿el cambio de gabinete que hizo este jueves modifica el escenario, mejora la capacidad de manejo del gobierno?

-Es un cambio más bien cosmético. Y digo "más bien" porque hay una mejora evidente en la Cancillería y en Energía. Pero el resto fue un enroque entre Juan Andrés Fontaine y Alfredo Moreno; es decir, ahí hay un empate. En Salud se reemplazó a una controversia por otra controversia. Insisto, aquí debiera haberse cambiado al ministro del Interior.

¿Debió haberse modificado el equipo político entonces?

-Debieran haber salido la vocera y, como dije, el ministro Chadwick. Se necesita un ministro del Interior que, como argumenté más arriba, cree confianza y esté en sintonía con la gente, que produzca una sensación de cercanía y de buena gestión. El ministro del Interior debe desarrollar un relato coherente y atractivo, una visión de largo plazo para el país que entusiasme a la gente. Y se necesita una vocera que transmita esas ideas en forma eficiente y persuasiva.

¿A quién hubiese puesto en Interior?

-Si uno mira para atrás, a los inicios del gobierno, el gran error fue no haber nombrado en ese puesto a Alfredo Moreno. Tiene todos los requisitos que nombré anteriormente. Ese es un nombre magnífico. También alguien como Evelyn Matthei. Pero se optó por una postura conservadora, que nos deja donde estábamos hace unos días. Ambos darían una sensación de cercanía y compromiso, de modernidad, de tolerancia y "buena onda".

No se tocó al equipo político, pero sí al económico. ¿Lo estaban haciendo mal?

-Bueno, yo les pondría nota 4,2. Soy más generoso que Rodrigo Valdés, que les puso un cuatrito. Y claro, soy más generoso, porque soy más viejo.

¿Cómo lo hizo José Ramón Valente en Economía? ¿Qué le faltó?

-El exministro Valente tenía la intuición correcta y muchas de sus iniciativas en relación a la productividad fueron interesantes. Pero nunca entró en sintonía con la gente. Desde antes de entrar al gabinete arrastraba un lastre complejo, lastre que nace cuando declara que él no tiene AFP. Hubo falta de empatía y un poco de ingenuidad.

En un momento también trascendió que podía salir el ministro de Hacienda. ¿Cómo lo ha hecho esta segunda vez?

-Hacienda se ha obsesionado en forma poco saludable con la reintegración tributaria. Perdió la brújula y se olvidó -o así parece- que el objetivo es rebajar la tasa efectiva que pagan las empresas, y especialmente las medianas y pequeñas, que son las principales generadoras de empleo. Una menor tasa efectiva se puede lograr de muchas maneras, no solo por medio de la reintegración. Pero hay que reconocer que Felipe Larraín es muy hábil y un muy buen economista. En este segundo o tercer acto del gobierno -porque lo que esto deja claro es que habrá tercer acto- puede jugar un rol positivo e importante.

¿Pero queda desafiado?

-Claro. El ministro Larraín queda exigido, lo que no es lo mismo que estar "condicional". Con su nota de 4,2 aprueba, pero no tiene mucho espacio para decaer.

¿Este cambio de gabinete y la conformación de la dupla Fontaine-Moreno para acompañar a Larraín en el equipo económico, son suficientes para revivir los espíritus animales que usted dio por muertos hace un par de meses?

-Me temo que no es suficiente. Los espíritus animales pueden ser feroces en lo positivo, pero también son frágiles. Un simple enroque ministerial no los despierta; menos aún los desata. Seguirán cabizbajos, a la expectativa.

¿Qué se requiere para que haya un reimpulso de verdad en las expectativas, la confianza empresarial y en la inversión?

-No hay que olvidar que se requieren dos personas para bailar el tango. El segundo personaje en este drama es el Congreso, el que ha brillado por su opacidad. Este es un problema político y este cambio de gabinete no hace nada -absolutamente nada- por abordar ese tema. Hay que negociar, conversar, debatir, persuadir, encantar, seducir. Solo cuando se vean avances verdaderos en materia de posibles reformas consensuadas se van a lanzar los espíritus animales. Dentro de este cuadro sombrío hay un rayo de luz: la reforma laboral.

¿Qué debe hacer el gobierno con sus reformas: negociar hasta que duela para aprobarlas, u optar por no desdibujarlas y aceptar que se pierdan de ser necesario?

-La realidad es que no controla el Congreso, por lo que tiene que negociar. Pero negociar en serio, cosa que no ha sucedido. Priman los intereses pequeños sobre la visión de largo plazo. Hace unos días le pregunté a una de las senadoras emblemáticas de la oposición cuántas veces la había invitado un ministro sectorial a conversar sobre un problema relacionado con reformas. Su respuesta fue "nunca".

En la tributaria, ¿tiene sentido seguir adelante si no logra que se apruebe la reintegración? ¿Cuál es su pronóstico?

-La reforma tributaria se está transformando en un Frankenstein. Ambos lados hicieron una raya en la arena y fijaron posiciones rígidas. Yo lo veo difícil. Creo que hubo obstinación y se perdió la perspectiva. Soy pesimista.

Y en la de pensiones, ¿qué le parece la propuesta del gobierno y la idea de un ente público que se haga cargo del 4% extra de cotización?

-Me parece que esto ha sido muy mal llevado. En primer lugar, debiera haberse discutido sobre la base del informe de la Comisión Bravo, la que después de casi dos años hizo propuestas concretas. No todas ellas buenas, pero ese era un punto de partida útil y legítimo. En segundo lugar, hay cientos de maneras de combinar ambas posiciones sobre las cotizaciones adicionales. Por ejemplo, los fondos pueden ir a un ente público por los primeros años y luego se da la opción de elegir. Más aún. El número de años en que es requerido estar en ese ente público puede depender de los resultados de esas inversiones. Si el ente renta menos que el promedio de las AFP, el número de años de amarre se acorta.

En lo laboral, el gobierno optó por dividir la reforma y dejar para el último lo relativo a negociación colectiva y huelga. ¿Cómo ve esa estrategia?

-La reforma laboral es acotada y muy buena. Permite -sin obligar- el tipo de flexibilidad necesaria en el siglo XXI. Un proyecto de modernización sindical es necesario y sería bueno que se presentara antes del término de este gobierno. Pero el tema debe ser debatido a fondo. La cuestión es esta: no se puede diseñar un sistema de negociación colectiva para el siglo XXI sin tomar en cuenta la invasión de los robots y de los algoritmos inteligentes. Hace muchos años alerté sobre el tema en una columna en este periódico, y nadie me hizo caso; más bien se rieron de mí. Ahora se reconoce que es un problema serio, pero no se ha tomado ninguna medida para enfrentarlo.

¿Qué demanda de la oposición en este escenario?

-La oposición es parte central de la crisis. Lo más grave es que es un grupo político sin líderes. No hay interlocutores. Supongamos que cambiamos al ministro del Interior y el nuevo titular decide iniciar un diálogo a fondo, sincero, profundo, de alto nivel. ¿A quién convoca a tomar el té con galletitas? Tomemos la CEP para definir como interlocutor válido a alguien con un nivel de aprobación de al menos 30%. ¡La lista es increíble! Además de la expresidenta Bachelet, están Gabriel Boric, Daniel Jadue, Alejandro Guillier, Bea Sánchez, el alcalde Sharp y Giorgio Jackson. La llamada centroizquierda no ofrece interlocutores. Tiene que modernizarse si quiere sobrevivir. Tienen que surgir nuevos líderes que entiendan que estamos por entrar a la tercera década del siglo XXI.

¿Y qué les queda por hacer a los empresarios?

-Tienen que ser severos con el propio sector. Ser tajantes en rechazar la corrupción, el amiguismo, los contubernios, la falta de transparencia. Bernardo Larraín está haciendo una gran labor al respecto.

El 61% de los encuestados por el CEP ve estancado al país, ¿esa percepción responde a la realidad?

-Claro. Somos un país estancado. Hay que reconocerlo. No se saca nada con actuar como un avestruz. Si crecemos al 3%, en el rango superior del Banco Central, Panamá va a sacar más ventaja. Para mí cualquier número por debajo del 3% es estar estancado.

¿Cúanto de esta desaceleración es producto del deterioro externo y cuánto de factores internos?

-A lo menos dos tercios es interno. Estamos mal, porque nosotros no lo hemos hecho bien. Así de simple.

En lo externo, ¿ve un segundo semestre y un 2020 iguales, peores o mejores de lo que va de 2019?

-Más peor, como diría Leonel Sánchez.

¿Qué debemos esperar de la guerra comercial: seguirá in crescendo o habrá un acuerdo, aunque sea precario?

-Creo que habrá acuerdo antes de las elecciones en EE.UU. Pero claro, el problema es que Donald Trump es extremadamente errático y no entiende nada de economía.

En lo interno, ¿cuánto hay de responsabilidad del propio gobierno o más bien se debe al obstruccionismo que acusa de la oposición?

-Ambos, más las élites. Responsabilidad tripartita, distribuida en partes iguales.

Sin embargo, el gobierno sigue postulando que habrá una recuperación importante en el segundo semestre. ¿Usted no lo cree así?

-Ojalá, pero lo veo complicado. Si tuviera que apostar, apostaría a que no habrá tal; al menos no habrá una recuperación importante.

¿Estima que el crecimiento del PIB de este año estará finalmente sobre o bajo 3%?

-Levemente bajo el 3%. Vale decir, estancados.

Felipe Larraín dijo que dormía tranquilo con su estimación de crecimiento de 3,5%, insistió en ella y a las pocas semanas, finalmente, el Presidente la rebajó en la cuenta pública.

-¡Qué envidia! Yo duermo pésimo, y no tengo la responsabilidad de un país sobre mis hombros.

¿Y el próximo año podría ser mejor?

-Depende de la política: La Moneda tiene que solucionar las falencias que mencioné anteriormente y encontrar un grupo de interlocutores válidos en la oposición.

"El Banco Central actuó muy bien"

¿Cómo evalúa la baja de tasas de 50 puntos base que efectuó el Banco Central el viernes pasado?

-Me parece acertada. Al mismo tiempo, es sintomática de lo que está pasando en el país. La campana de alarma la tuvo que dar una institución caracterizada por el bajo perfil, liderada por un militante del PS, educado en una de las cunas de la heterodoxia económica (Cambridge). Me parece genial.

¿Se equivocó el Central subiendo las tasas en octubre de 2018 y en enero de este año?

-Los bancos centrales actúan de acuerdo a la información disponible. En ese momento se esperaba que la Fed siguiera subiendo tasas.

¿Es bueno o malo que haya optado por sorprender al mercado yendo contra su discurso previo?

-Es necesario equilibrar dos cosas: predictibilidad y actuar sin vacilar cuando la situación lo amerita. El Banco Central actuó muy bien.

¿Cree que tendrá que seguir bajando las tasas?

-Los buenos banqueros centrales entienden que sus acciones dependen de los nuevos datos que van apareciendo. En inglés se dice que las políticas son "data dependent". Tres tipos de datos van a ser esenciales para definir si hay que volver a bajar la tasa: qué pase con el tipo de cambio, con la inflación y con el empleo. A esto hay que sumarle un dato externo esencial: lo que vaya a hacer la Fed.

Usted había mencionado que era alta su estimación de crecimiento de la inversión de 6,2% para 2019. Ahora la recortó a 4,5%, ¿es suficiente?

-Me parece que ese número es mucho más realista. Hubiera preferido equivocarme, pero no fue así.