“Debido al gran cambio político en Chile, nuestro proyecto ha sido cerrado. La liquidación y la reubicación están en marcha”. Con ese mensaje, después de 11 años de polémicas y conflictos, terminó el proyecto en el país de un grupo de norteamericanos libertarios que a fines de 2012 invirtieron US$10 millones en la creación de una comunidad de autogobierno y criptomonedas en suelo nacional. Primero se instalaron en Curacaví, donde tras ser estafados, algunos se trasladaron a Valdivia, para intentar realizar su sueño de una vida con mínima intervención estatal y sin regulaciones.
Habían elegido Chile por sus amplios grados de libertad económica. El empresario canadiense-dominicano Jeff Berwick -que en 2022 protagonizó la docuserie de HBO Anarquistas- fue una de sus caras más visibles. En la publicidad del proyecto, que en 2013 emitió por sus medios DollarVigilante y Anarchast, ambos de corte libertario y anarco-capitalista, Berwick destacaba que según The Heritage Foundation, Chile era uno de los siete países del planeta con menos regulaciones. En pocas palabras, para ellos, un paraíso.
Al lanzamiento del proyecto -llamado Galt’s Gulch Chile (GGC)- llegaron a fines de octubre de 2013 algunos de los rostros más rutilantes del movimiento libertario norteamericano y de las criptos de entonces. Angela Keaton (Mujeres libertarias), Tatiana Moroz (Crypto Media), el excandidato a senador por Oklahoma, Robert Murphy, y el conspirancista Luke Rudkowski, entre otros, formaban parte de la lista de invitados.
Galt’s Gulch -la quebrada de Galt- era promocionada como una comunidad autosuficiente y autosustentable, independiente y autónoma, formada principalmente por extranjeros. Un valle de cerros, quebradas y abundante agua y vegetación nativa lejos de todo, y a menos de dos horas de un aeropuerto internacional. La zona era ideal para construir un refugio como el de la novela La rebelión de Atlas, de Ayn Rand, donde tras el inicio del socialismo global los capitalistas más avezados fundan en un lugar recóndito y hermoso de Colorado una comunidad secreta, donde viven en paz sin tener que contribuir a un sistema al que se oponen filosóficamente.
La inmobiliaria Galt’s Gulch Chile se constituyó en 2012 y otro de sus hombres clave fue Ken Johnson, un inversionista norteamericano de bienes raíces. Berwick, quien a poco andar abandonó el negocio, y él, eran quienes lideraban la iniciativa.
GGC consideraba entre sus áreas comunes una cancha de tiro, espacios para realizar varios deportes, clubes de ocio y pesebreras, entre otros. Durante varios años en Curacaví se les asoció a una secta religiosa.
El proyecto también consideró en una etapa la exportación de productos orgánicos a través de Agrícola y Comercial Galt’s Gulch, pero la investigación mostró después que la única transacción de comercio exterior que hizo esa sociedad fue la importación de un vehículo.
El engaño se apodera de “Bitcoin Paradise”
Galt’s Gulch Chile compró un terreno de casi 5 mil hectáreas en la zona de Lepe en Curacaví. Lo loteó en parcelas de distintos tamaños, que los norteamericanos pagaron en dólares y criptos. Pero Johnson y Berwick no pudieron conseguir los permisos para subdividir el predio, ni para cambiar el uso del suelo e iniciar algunas obras, por lo que los clientes comenzaron a pedir su plata de vuelta. Así, unos setenta extranjeros que soñaron con un espacio idílico cerca de Santiago jamás pudieron ocupar sus tierras.
La quebrada de Galt, que partió como una utopía de norteamericanos adinerados y ultraliberales, terminó en una pesadilla repleta de acusaciones cruzadas, amenazas, juicios en Chile y Estados Unidos. Los inversionistas jamás recuperaron todo su dinero y la investigación fue destapando desde problemas laborales, hasta tributarios. En los tribunales de la Región de Valparaíso se tramitan los últimos expedientes del caso.
Según relatan los afectados en diversos documentos judiciales, los desarrolladores inmobiliarios respondieron culpando primero a la burocracia estatal chilena, las rígidas y enredadas normas antisísmicas, y después a una conspiración en contra del proyecto. Esto, luego de que los dueños anteriores de los terrenos, Agrícola Guipaca Limitada, de la familia Del Real, los demandaran.
A los Del Real los norteamericanos también les compraron derechos de agua sobre los esteros Puangue y Caren, además de 49 norias ubicadas dentro de los predios. La abundancia de agua y su condición de bien transable era otro de los atractivos que tenía este proyecto.
A fines de 2013, The Economist se fijó en el experimento y lo llamó “Bitcoin Paradise”, ya que algunos de los extranjeros compraron sus tierras en criptomonedas y se fomentaba su uso interno, como una forma de mantener lo más alejado posible al Estado. Paradójicamente, fue eso mismo también lo que facilitó el engaño: no había documentación que respaldara algunas transacciones, porque como ellos no confiaban en la regulación estatal no firmaban papeles, ni mucho menos dejaban rastros. La casi nula existencia de cosas tan básicas para una transacción inmobiliaria en Chile, como la promesa de compraventa, dan cuenta de cómo iban las cosas en el paraíso libertario.
El inversionista Joshua Kirley, uno de los principales afectados por la estafa, declaró que el 16 de junio de 2014 destinó US$965 mil a dos lotes de tierra y a un préstamo que le concedió a Inmobiliaria Galt’s Gulch S.A. Cuando intentó saber qué pasaba, recibió solo evasivas. Hasta ahora espera su dinero.
Al final las tierras terminaron en manos de diversos abogados e inversionistas, porque la Inmobiliaria Galt’s Gulch S.A. desapareció y lo que quedaba pasó a llamarse Inversiones Merced S.A., para luego quebrar y liquidar todos sus activos en un remate. Hay distintas versiones sobre quién engañó a quién.
En Estados Unidos, los inversionistas afectados mantienen un blog -con cada vez menos actualizaciones- donde van relatando lo mal que les ha ido con la recuperación y el destino de los principales protagonistas de la estafa.
Un nuevo campo de US$14 millones
Algunos de los participantes del fallido proyecto en Curacaví decidieron quedarse en Chile. En esos años, el país era sinónimo de libertad económica y varios estaban vinculados a emprendedores de startups, que se cobijaban especialmente en Exosphere, un cowork ubicado en el Barrio Concha y Toro de Santiago.
Tras diversas conversaciones informales nació Fort Galt, una comunidad internacional libertaria con vista al mar. Compraron un terreno en una colina boscosa, en Curiñanco, cerca de Valdivia.
El canadiense Gabriel Scheare fue uno de sus fundadores. Procedente de Vancouver, estuvo primero en el fallido proyecto de Curacaví y después encabezó la llegada a Valdivia. Fue él mismo quien el año pasado anunció que había comenzado la retirada.
La microsociedad Fort Galt también fomentaba el uso de criptomonedas y en principio se autodenominaba “un campo de disidentes”. En diversas publicaciones del mundo cripto hablan de una inversión de US$14 millones: un centro comunitario en el que vendieron desde estudios hasta departamentos con dos balcones, además de 60 lotes de terreno.
“Mis socios y yo fuimos atraídos originalmente a Chile por otro proyecto similar que ya estaba en marcha cerca de Santiago, Galt’s Gulch Chile. Desafortunadamente, resultó ser una estafa, así que decidimos que, si realmente queríamos hacer realidad nuestro sueño, tendríamos que ir a otro lugar y construirlo nosotros mismos”, contó Scheare en 2021, en un boletín de criptomonedas.
Pulso intentó comunicarse con él, pero hasta el cierre de esta edición ello no fue posible.
El año pasado, los dueños de Fort Galt decidieron irse. Las razones de su partida las estamparon en un simple mensaje en su página web, hoy caída: “Debido al gran cambio político en Chile, nuestro proyecto ha sido cerrado. La liquidación y la reubicación están en marcha”. En Facebook se pueden encontrar algunos comentarios donde lamentan que el país haya dejado de ser un paraíso libertario.