A algunos países la pandemia los encontró con una mayor cohesión social que les permitió profundizar en esa unión para salir adelante. Mientras tanto, por acá pareciera que ni la evidencia de la muerte, el dolor ni el descalabro económico, nos han llevado a reconsiderar las pequeñeces ni el abuso del lenguaje que nos tiene a ratos empantanados.

En estos días en que necesitaremos practicar el diálogo y tomar acuerdos tan necesarios para la recuperación, vale la pena preguntarnos qué valor le atribuimos a la unidad, o si insistiremos en fragmentarnos en posturas irreconciliables, de buenos y malos, víctimas y victimarios, empáticos y desconsiderados, sin comprender que en nuestras luces y sombras, casi todos hemos sido de los dos.

Uno de los puntos altos de esta crisis ha sido la solidaridad, el despliegue de grupos de personas, vecinos, organizaciones sociales y empresas de todos los tamaños en auxilio de los afectados por la emergencia. Esperemos que esa solidaridad continúe, pues cada acto solidario es en sí un acto de unidad que nos permite ver y movilizarnos por otros, tejiendo relaciones entre personas, barrios y comunidades.

La solidaridad se nutre de la unidad y mientras más unidos estemos, mayor será la posibilidad de tomar conciencia de las necesidades del otro. La unidad inspira y enriquece la solidaridad y la solidaridad fomenta y facilita la unidad. Es cierto que la solidaridad está ocurriendo a pesar de las fracturas sociales que arrastramos, pero seguro llegaríamos más lejos si estuviéramos más unidos. Y si estuviésemos más unidos seríamos más solidarios y estaríamos mejor preparados para enfrentar los desafíos que tenemos por delante.

Un amigo nos señalaba hace unos días que el amor -llevémoslo a nuestra convivencia- no es un sentimiento, es una decisión. Sabremos por experiencia cuánto se facilita dicha decisión, cuando la propician la amistad, los afectos y las ganas de colaborar. Lo mismo ocurre con nuestro país y esa esquiva amistad cívica, que deberíamos anteponer al diálogo empresarial, social y democrático. Valga recordar algunas de las virtudes públicas de Roma: la clemencia, la concordia, la moderación, la nobleza, la paciencia y el coraje, que hoy podrían inspirarnos.

Más allá de las circunstancias, si fue la tierra a la que vinimos o la que acogió a nuestros antepasados, si permanecimos aquí con mayor o menor libertad, Chile es el país en el que elegimos vivir. Con sus errores y aciertos, sus pequeños y grandes triunfos históricos, económicos y sociales. ¿Estamos unidos para enfrentar un futuro común? La respuesta no es un solo un sentimiento, es también nuestra decisión.

-La autora es presidenta de Sistema B Chile .