Hacia fines del año pasado las expectativas para la inversión se ubicaban en un rango de entre 5,5% y 6%, un excelente desempeño luego de 4 años de caídas consecutivas. Una corrección de las cifras oficiales nos aterrizó a una realidad algo distinta, ya que el dato final reveló que la formación bruta de capital fijo había registrado una expansión de 4,7%, que aunque era positivo en el contexto previo, estaba casi un punto por debajo de lo esperado.
Para este año, el Banco Central nos anticipa que la inversión podría crecer a una tasa del 6,2%, que de materializarse sería el mejor desempeño en 7 años. Sin embargo, las cifras recientes no permiten alimentar la euforia. En el primer trimestre, la inversión registró un tímido avance de 2,9% y varios indicadores adelantados confirman un escenario menos auspicioso. Por ejemplo, las importaciones de bienes de capital registraron una caída interanual de 0,5% en el trimestre móvil terminado en abril y las expectativas de inversión, obtenidas a partir del índice mensual de confianza empresarial, muestran una reversión en el margen, mientras que la demanda por servicios de ingeniería -que ha sido un buen anticipador del ciclo de la inversión- registró un crecimiento interanual de 0,6% en el primer trimestre, luego de crecer a tasas de dos dígitos a fines de 2018.
Más allá de los datos coyunturales, lo cierto es que a la economía chilena le está costando atraer nuevos proyectos de inversión. Y este componente del gasto tiene la virtud de impulsar, en la mayoría de los casos, el crecimiento en dos momentos en el tiempo: durante la ejecución de un proyecto y, luego, durante su operación. Es por eso que los países compiten por atraer iniciativas e incrementar su tasa de inversión. Es sintomático que el grupo de economías que creció 5% o más en la última década haya tenido una tasa de inversión promedio de 28% del PIB en el mismo período, muy por sobre la chilena que registró una tasa de inversión de 23% del PIB con un crecimiento promedio de 3,1% en la última década.
Un ambiente pro inversión considera un marco regulatorio que, de manera sustentable, promueve el emprendimiento y busca hacernos elegibles como país en el radar de los inversionistas, sobre todo teniendo en cuenta que somos una economía pequeña y lejana de los grandes mercados de consumo. Si no generamos los incentivos adecuados, seguiremos sorprendiéndonos negativamente con las cifras de inversión año tras año y el crecimiento del país seguirá anclado al 3%.