Hace ya 15 años que la ciudad de Valparaíso fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En su pasado, principal punto de contacto de nuestro país con el mundo, heredó una identidad única que mezcló el carácter arquitectónico de inmigrantes europeos con la riqueza geográfica de una urbe que se nutre de mar, puerto y cerros.

Sin embargo, hoy su reconocimiento mundial se ve agredido por calles sucias, una bohemia mal entendida y edificaciones desgastadas, sometida a un abandono total.

A pesar de los "pesares", el puerto de los amores sigue siempre generando expectativas y no deja de atraer gente. Su oferta cultural no cesa y, en términos comerciales, el crecimiento portuario continúa, pero esto no es suficiente.

En el ámbito inmobiliario la urbe ha sido un foco importante para el desarrollo de proyectos habitacionales, que conviven -o no- con el tejido urbanístico, el stress logístico y de conectividad, además de una alta población flotante.

Muchos de los problemas urbanísticos que vive la ciudad pueden aludirse a la falta de adaptación de las regulaciones. No obstante, es hora de entender que el bienestar de las ciudades del futuro no solo descansa en el accionar de quienes las administran o las legislan, sino también de quienes las hacen, las intervienen y las viven. Porque Valparaíso es patrimonio de todos los chilenos.

Es así como desde el mundo inmobiliario debemos transitar hacia una planificación consciente, en donde el derecho a construir viviendas no debe pasar a llevar el espíritu del entorno. Así lo postula la nueva tendencia mundial del urbanismo moderno, a la cual debiéramos poner atención.

Mirar el macro de un barrio y su historia antes de intervenirlo permitirá levantar un sentido de pertenencia de quienes viven en él, lo que automáticamente genera una excelente relación con la plusvalía de sus construcciones.

Valparaíso necesita un cuidado especial. Es una ciudad de la que nos sentimos mundialmente orgullosos, pero que la hemos convertido en el producto de intenciones fragmentadas que, lejos de conservar su patrimonio, lo desordenan.

Tenemos que mirar la ciudad desde más lejos, con mayor distancia y hacia el futuro, pero sin olvidar su gran historia. Solo así podremos ayudarla a realzar aún más su belleza, su ecología y su sostenibilidad, para contribuir a que el principal puerto de Chile siga conservando su esplendor.