Estamos al inicio de una nueva ola tecnológica en la industria automotriz, con vehículos eléctricos que se despliegan tal como lo hicieron los teléfonos celulares en los 90. Este fenómeno implica una transformación del territorio, la creación de nuevos mercados y empresas y amenazas para las compañías que dominan el sector automotriz global y las productoras de petróleo y combustibles.

Toda ola tecnológica tiene un primer período de gestación e incertidumbre. Con más de dos millones de automóviles eléctricos en el mundo asistimos al período de masificación, pero el apoyo financiero entregado por los gobiernos en etapas tempranas no puede sostenerse cuando las ventas crecen demasiado, en especial, los subsidios a la compra. Por esto, la creación de condiciones comerciales que faciliten la masificación son claves, lo que aplica tanto a sistemas de recarga como a las regulaciones al mercado de vehículos nuevos.

El costo incremental de 9.000 euros de un automóvil eléctrico sobre uno similar de combustión va a reducirse en los próximos 10 años, pero el ritmo de cierre de esta brecha puede ser mayor si las autoridades demandan que los nuevos vehículos convencionales sean más limpios y eficientes. En estas exigencias ambientales se libra la mayor batalla y se aprecian distintos escenarios según sea el peso de los dinosaurios de la industria automotriz y de los combustibles.

Los fabricantes norteamericanos han logrado que su gobierno presente una propuesta para eliminar la exigencia de que el año 2025 los nuevos vehículos debieran ser en promedio el doble de eficientes que los comercializados el 2012. La normativa apuntaba a que los fabricantes ofertaran un número mayor de híbridos enchufables y eléctricos.

Algo similar ha ocurrido en Brasil, donde se han definido metas de cambio climático al 2030 basadas en el uso del Etanol, no en la progresiva electrificación de sus nuevos modelos.

En Europa, el Parlamento Europeo está siendo muy tímido en la definición de sus metas para la reducción del CO2 en vehículos nuevos, apuntando a una rebaja de 30%. Los expertos exigen una disminución de 60% entre 2020 y 2030 para cumplir con los compromisos ante el cambio climático.

Una situación distinta se observa en China, que lanzó en abril su nueva norma de eficiencia energética para el mercado automotriz, que exige un consumo promedio de 5 litros por cada 100 kilómetros, incorporando potentes incentivos para la electrificación a través de créditos de nuevas energías, incorporando híbridos enchufables, eléctricos y fuel cell. Es evidente su determinación de establecer una industria global que capture la demanda creciente de la próxima década.

¿En que pie está Chile frente a este desafío? En el marco del programa Santiago Ciudad Inteligente de Corfo hemos reflexionado que nuestra situación parece más libre que la de otros países latinoamericanos donde la industria del petróleo, Etanol y gas natural tienen un peso relevante en la economía y potentes relaciones con la política. Tampoco tenemos una industria automotriz de ensamblaje o fabricación de vehículos convencionales.

En este sentido, los próximos cuatro años serán claves para generar condiciones que promuevan la introducción masiva de los automóviles eléctricos. La optimización del impuesto verde que aplica a la compra de vehículos nuevos puede ser un gran incentivo si se impusiera un impuesto mayor al consumo de combustibles. La aplicación de una norma nacional de eficiencia energética a vehículos nuevos también aportaría positivamente en esta dirección.